LA NACION

Lo verdadero y lo falso en una relación bien consolidad­a

- Jazmín Carbonell

Qué es el teatro sino una copia de la realidad, una copia más o menos sensible, más o menos fiel de lo que pasa allá afuera, en la vida misma. el concepto de copia atravesará toda la obra, en principio en el plano argumental. Pero habrá más. dos hermanos (adrián Suar y Julio Chávez) se juntan luego de una larga temporada sin verse para firmar un acuerdo de división de bienes a causa de la muerte de su padre. Pero claro, no todo es tan fácil, y con esa herencia a dividir renacerán cuestiones pasadas que no están saldadas. Incluyendo la certificac­ión de autenticid­ad de un cuadro que anda por ahí con el que podrán hacerse ricos. ¿ese cuadro es el verdadero o una mera copia? este es el puntapié inicial para que estos hermanos se reencuentr­en.

Sus abogados serán los mediadores y la carta de presentaci­ón de cada quien: darío (Suar) está representa­do por una joven (manuela Pal) que está dando sus primeros pasos en la abogacía. en cambio, para Gregorio (Chávez), su abogado (marcelo d’andrea) es más formal, más servicial, le teme un poco a este ser poderoso y soberbio que de entrada se configura como tal. a ellos se sumará Gómez Luengo (Francisco Lumerman), un especialis­ta en autenticar obras de arte para echar claridad sobre algunos bienes a repartir. Pero, ¿quién será el verdadero juez de la copia? ¿Quién puede decir qué es verdadero y qué no? La legalidad aquí se expone frente a la vida misma. ¿Qué es un hermano? ¿Un mero vínculo legal?

Chávez tiene resto para construir a ese hombre feroz, seguro de sí mismo, que domina la situación como nadie. y encontrar también su debilidad, su talón de aquiles, aquel resquicio que lo convierte en el niño más sufriente de todos, el que reclama el amor de una madre y la atención de un padre. en la inmensidad de esa mansión –gran despliegue escenográf­ico– lo que necesita es algo que no se compra y que hace muchos años, cuando su hermano darío tenía apenas dos años y llegó a esa casa encontró. Por su parte, adrián Suar se hace cargo del desafío. No es fácil, claro, compartir escena con Julio Chávez, pero su trabajo está a la altura. No busca el chiste fácil ni el personaje simpaticón que suele ser su lugar de confort (aunque darío le calza muy bien), sabe que con cada gag vendrá un aplauso y una risa y escapa, busca construir la contracara de ese hombre temible con meticulosi­dad. darío es torpe, nervioso, inseguro de los pasos que tiene que dar pero con la fortaleza de saberse conocido para sí mismo. No tiene su tranquilid­ad económica, en cambio tiene esa familia que Gregorio añora.

Lo más interesant­e aquí es que de este primer encuentro repleto de papeles y nomenclatu­ras jurídicas se llega a un encuentro personal y descarnado en el que estarán más expuestos que nunca. Ni Gregorio será fuerte, ni darío un inmaduro. Sino dos hermanos que quieren recuperar algo de lo que fueron. desarmar esa copia de sí mismos que construyer­on –quizá para sufrir menos– para llegar a la esencia. dejar de simular y encontrars­e de frente con ese original que supieron ser cuando eran chicos, desentendi­dos de asuntos legales y vericuetos de adultos, y simplement­e se querían y se cuidaban. “Vos hiciste que sobreviva”, le arroja Gregorio a darío desnudándo­se por completo.

Construida la pieza por el mismo Chávez junto a Camila mansilla, se celebra que la calle Corrientes reciba también a obras nacionales. barone en la dirección, con su vasta experienci­a televisiva, ayuda a generar la dinámica de entradas y salidas con resultado satisfacto­rio. Los elementos escénicos, por su parte, con gran eficacia se ponen al servicio de la historia para que ese encuentro tan ansiado se despliegue y pueda tener todos los matices, cómicos, dramáticos y tormentoso­s, como la vida misma.

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Adrián Suar y Julio Chávez hacen buena dupla

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