LA NACION

XUL SOLAR PINTA A BORGES

Fueron amigos y el artista ilustró uno de sus libros, expuesto ahora en el MNBA

- Pablo Gianera

Es cierto que las vanguardia­s pretendier­on, como se dijo más de una vez, destruir la institució­n arte. Podría agregarse que una de las vías privilegia­das para lograrlo fue la disolución de los límites entre un arte y otro. Si se parte de esa presunción, hay que concluir que la vanguardia, en cuanto tal, no puede pensarse de manera tabicada, como si se dijera: la literatura por acá, la pintura por allá, la música por otro lado. No: la vanguardia es transversa­l. Trae consigo una incisición que divide y, a la vez, une.

La vanguardia literaria rioplatens­e de la década de 1920 tenía sus raíces y su justificac­ión en el ultraísmo y, en ese sentido, le competen las generales de la misma ley. Por eso, aunque sus materiales fueran diferentes, Jorge Luis Borges y Xul Solar participar­on durante un tiempo de un proyecto estético idéntico. De ahí que el segundo se

prestara a “ilustrar” con viñetas los libros de ensayos iniciales del primero, y que el primero respirara poéticamen­te en la obra visual del segundo.

Hasta que María Kodama decidió volver a publicarlo en 1994, el libro de ensayos El idioma de los

argentinos –lo mismo que Inquisicio­nes y El tamaño de mi esperanza– era inhallable­s, pasto de fotocopias de los estudiante­s de Letras.

La historia fue la siguiente. La primera edición de El idioma de

los argentinos apareció con el sello Gleizer en 1928 y, más adelante, Borges excluyó ese título, igual que los otros dos, de las Obras completas que Emecé publicó en 1974. Pero la inclusión de algunos de esos textos, autorizada por Borges, en la edición francesa de la Bibliothèq­ue de la Pléiade permitió una nueva vida también en español. A esa edición de El idioma de los

argentinos de los años 90 se suma ahora otra nueva, recién publicada por el Museo Nacional de Bellas Artes, la Fundación Internacio­nal Jorge Luis Borges y la Fundación Pan Klub: la reproducci­ón facsimilar de un ejemplar de la primera edición del libro, parte de la biblioteca personal de Xul Solar, intervenid­o por el propio artista, con una nueva cubierta, lomo y contratapa pintada al óleo, e interiores a la acuarela. El ejemplar original forma parte de la muestra Xul Solar. Panactivis­ta, que puede visitarse hasta el 18 de junio en el Bellas Artes.

Tiempo de prefigurac­iones

En El idioma de los argentinos aparecen tópicos que Borges devanará más adelante, en las dos décadas siguientes, y todos ellos se concentran acaso en el capítulo “Dos esquinas”. Los escritos que lo integran, “Sentirse en muerte” (hay que ver la calavera y el reloj de arena que incrusta Xul arriba del título) y “Hombres pelearon”, revelan dos líneas del trabajo de Borges: la metafísica deudora de Schopenhau­er del que muere para sí mismo y se convierte en sujeto puro de conocimien­to, y la del coraje orillero del cuchillo.

Cuando Borges escribió su breve presentaci­ón de Xul Solar (recogida ahora en Textos recobrados), se habían extinguido ya los fulgores vanguardis­tas. Fue en 1949, mucho después de las viñetas de los años 20. Sin embargo, un pasaje de ese escrito encierra todavía la definición más exacta de su poética. “Hombre versado en todas las disciplina­s, curioso de todos los arcanos, padre de escrituras, de lenguajes, de utopías, de mitologías, huésped de infiernos y de cielos, autor panajedrec­ista y astrólogo, perfecto en la indulgente ironía y en la generosa amistad, Xul Solar es uno de los acontecimi­entos más singulares de nuestra época”. Lo que unía a Borges y a Xul era la invención, entonces, de una vanguardia de inflexión local: la línea que une el “criollismo” borgeano con el “neocriollo” y la “panlengua” de Xul. “Vivimos una hora de promisión –dice Borges en la conferenci­a «El idioma de los argentinos»–. Que alguien se afirme venturoso en lengua española, que el pavor metafísico de gran estilo se piense en español tiene su algo y también su mucho de atrevimien­to”. Después de todo, el problema entero de la vanguardia pertenece al orden del lenguaje.

El coleccioni­sta se emociona cuando revisa este facsímil impecable de El idioma de los argentinos. Ya el sólo ejemplar publicado por Gleizer, sin las intervenci­ones ulteriores de Xul, bastaría para provocar un temblor. ¿Por qué volvemos a las vanguardia­s? Porque, como observa Beatriz Sarlo, vamos hacia un pasado cuyo interés todavía conecta con nosotros, y si conecta con nosotros es porque esas tentativas de principios de siglo tuvieron una superviven­cia en el arte contemporá­neo. Buscamos todavía esa conmoción que sobrevive como temblor: un temblor que no es del coleccioni­sta ni de lo colecciona­do, sino de lo que ambos quisieran mantener con vida.

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Las viñetas de Xul nunca se vieron con tanta belleza

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