LA NACION

Jorge Lanata, el último vikingo

- Pablo Sirvén psirven@lanacion.com.ar Twitter: @psirven

Si alguien todavía podía dudar de que Jorge Lanata es uno de los más grandes editores periodísti­cos de la historia argentina, a la altura de Natalio Botana (el fundador de Crítica), Jacobo Timerman (el creador de La Opinión) y Héctor Ricardo García (el padre de Crónica), no hay más que analizar en qué contexto ha dado a conocer la última sorprenden­te noticia personal de su vida: mañana estará llegando a las librerías su nuevo libro, 56 (título que alude a su actual edad y cuya sugestiva bajada dice: “Cuarenta años de periodismo y algo de vida personal”). Será por medio de una primera robusta edición de veinte mil ejemplares, que pondrá en circulació­n Sudamerica­na.

Precisamen­te, las dos primeras palabras de esta novedad sintetizan ese “algo de vida personal”, la noticia bomba de la que Lanata afirma haber tenido conocimien­to hace pocos meses: “Soy adoptado”. Los medios estallaron, pero hasta ahora se quedaron con las ganas ya que el artífice de Página 12 ha elegido contadísim­os lugares adonde explicar sólo un poquitito más: desde luego, su propio espacio en Radio Mitre (Lanata sin filtro); el programa de Mariana Fabbiani, por El Trece; otro par de incursione­s en medios gráficos y pasado mañana en un “mano a mano” muy especial de Intratable­s, por América, el canal de TV donde, en los años 90, comenzó a construir el personaje de rockstar del periodismo que es hoy.

Obviamente todos le preguntan por lo mismo, lo de la adopción y Lanata automática­mente se cierra y no quiere dar ningún detalle porque, dice, muy comprensib­lemente que entra dentro de su esfera íntima. O tal vez porque todavía lo está procesando y tiene derecho a hacer su duelo (si esa fuese la palabra) personal de manera privada. O quizá porque, gran editor al fin, además, busca provocar que la gente se abalance sobre las librerías para obtener más respuestas del tema en su nueva obra.

Pero, hete aquí, que ese asunto tan sensible ocupa menos de dos páginas de las más de 400 que tiene el libro y el contenido integral de este tópico ya ha sido volcado en distintos artículos periodísti­cos que fueron apareciend­o en estos días. No hay más que eso.

La repercusió­n –otra vez las mañas del colosal editor que, consciente o inconscien­temente, agiganta efectos– se parece al utilizado tantas veces en momentos culminante­s de algunas telenovela­s: se anuncia que tal gran misterio va a ser develado, pero cuando llega el momento, el enigma sólo forma parte de las “imágenes del próximo capítulo” y hay que esperar hasta el día siguiente. Tal vez lo mismo suceda con este episodio tan significat­ivo y recién revelado ante la salida de su libro: suena inevitable­mente a un oportuno efecto de lanzamient­o que fructifica­rá más adelante –o no– en un nuevo libro, si es que en algún momento se decide a tirar de esa piola y se encuentra con una historia que, más allá de impactarlo en lo personal, merezca ser compartida públicamen­te. Lo veremos, ya que no hay nada que el tiempo no pueda responder.

Pero lo concreto de lo que hay por ahora es un libro muy particular que se parece a aquellos almanaques mundiales que circulaban hacia fin de cada año con miscelánea­s de todo tipo y que la aparición de Wikipedia terminó por extinguir. Sí, señores, éste es el “almanaque mundial” de Lanata, una antología de sus propias notas perdidas en el tiempo, valiosas crónicas de viajes, de guerras y de construcci­ón de medios, sus zumbonas respuestas a lectores en la revista Veintiuno a Veintitrés (durante tres años le fue cambiando el nombre). Toda una selección arbitraria que hizo con la ayuda de la experta en letras Flavia Pittella, que es también su amena comentaris­ta de libros en su programa de radio. Se extrañan otros textos. Pero si este “almanaque mundial” de Lanata tiene éxito, como segurament­e lo tendrá, habrá otros que rescatarán más escritos lanatianos.

Las nuevas generacion­es sólo conocen a un Lanata exclusivam­ente audiovisua­l ya que sus incursione­s sabatinas en la página 2 de Clarín son unos pocos párrafos y bien coyuntural­es.

Atrás quedó una pluma incisiva, minuciosa,

Colosal editor, incluso de su propia vida, revela que es adoptado en su nuevo libro

hasta por momentos con estimable vuelo literario, que en 56 se recopila en parte, junto con sus hazañas de editor inefable: las tapas en blanco, en amarillo, en horizontal y hasta cambiándol­e la marca a Página 12; el agujero en el medio atravesand­o toda una edición de la revista Veintiuno; las peripecias y el sabor amargo que dejó el final de Crítica, el diario de incipiente éxito que Néstor Kirchner en persona se decidió a hundir.

Lanata no se queda quieto: con 56 hará presentaci­ones en la Feria del Libro de Guadalajar­a, en Colombia, Chile y España, pero también vuelve con un PPT más artístico en julio, está grabando una serie sobre los años 70, que dirigirá Juan José Campanella, y ya está pensando en un documental para el cine, mientras que el proyecto de un ambicioso medio online interconti­nental con base en Miami quedó totalmente desactivad­o.

A pesar de una carrera tan monumental, se considera tímido e inseguro y hasta hay cierta melancolía en el fondo de su mirada. Amado y odiado por sus sorprenden­tes reinvencio­nes y volteretas, resulta una figura insoslayab­le del periodismo argentino.

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