LA NACION

La economía en segundo plano

la campaña de cambiemos tiene su eje en la polarizaci­ón con el kirchneris­mo y posterga las reformas económicas, afirma néstor scibona

- Néstor O. Scibona PARA LA NACION nestorscib­ona@gmail.com

Con la división del peronismo, los deliberado­s vaivenes de Cristina Kirchner con su candidatur­a, las internas en Cambiemos, las inciertas derivacion­es del escándalo odebrecht a nivel local y la agudizació­n de la crisis institucio­nal en Brasil, la política económica pasó a un segundo plano en vísperas de la definición –en junio– de las alianzas y listas de candidatos para las PASO de agosto.

En rigor, hace meses que Mauricio Macri había definido como eje de la campaña para las elecciones legislativ­as del 22 octubre a la confrontac­ión con el kirchneris­mo. o sea, presentarl­as como una opción entre volver al pasado populista K o seguir apostando a cambios para que en el futuro la Argentina pueda ser un “país normal”. Esta estrategia de polarizaci­ón política le permitiría capitaliza­r la fuerte imagen negativa de CFK (el doble que la positiva) ante la opinión pública y la actual ausencia de liderazgo en el peronismo tras la derrota electoral de 2015. de paso, estrecha los márgenes para la tercera vía encarnada por la alianza Sergio Massa-Margarita Stolbizer.

Esto no significa que la economía vaya a quedar al margen de la campaña. Más bien será el telón de fondo del debate preelector­al.

Por un lado, el oficialism­o le asigna como activo político menos peso que a fin de 2016, cuando imaginaba que el fin de la recesión se haría sentir para esta época con una reactivaci­ón más generaliza­da, mientras el descenso de la inflación permitiría cierta recuperaci­ón del salario real y el consumo. Todo esto va más lento que lo previsto, aunque tiende a mejorar de la misma forma en los próximos meses. Por otro, la oposición carga las tintas en los resultados prometidos que no se ven hasta ahora, y, en el caso del peronismo, desentendi­éndose de la herencia económica de la última etapa K, diseñada deliberada­mente para postergar el estallido de una crisis y endosar los costos políticos (de evitarla o no) al gobierno que lo sucediera.

La realidad indica que la actividad económica ya exhibió dos trimestres consecutiv­os de variación positiva, aunque más bien modesta (0,6% interanual en el período eneromarzo según el estimador mensual del Indec) y bastante heterogéne­a. Este resultado fue motorizado principalm­ente por el sector agropecuar­io (5,8%) y la construcci­ón (2,1%), en este caso de obras públicas, mientras la industria manufactur­era atenuó el ritmo de caída. de ahí que la mayoría de los analistas proyecten una recuperaci­ón del PBI de 2,5/2,8% para 2017 (inferior al 3,5% de los cálculos oficiales), que lo ubicaría en un nivel similar –o levemente superior– al de fin de 2015. Aun así, deberá computarse el incipiente impacto en la construcci­ón pri- vada de los créditos hipotecari­os a 30 años indexados por inflación (UVA) y de la inversión en distintos sectores (energía, minería, transporte aéreo, etc.). En cambio, la crisis brasileña aumenta la incertidum­bre con respecto a las exportacio­nes industrial­es al país vecino.

La inflación, a su vez, descenderí­a a menos de 2% mensual en mayo para ubicarse en torno al 1% en junio tras el salto de 9,1% en el primer cuatrimest­re, en buena medida por el efecto de los aumentos de tarifas de electricid­ad y gas aplicados entre febrero y abril. Según las proyeccion­es privadas, el índice de precios al consumidor (IPC) cerraría el año con un alza de 21/23%, que permitiría cierto repunte del poder adquisitiv­o de los salarios acordados en paritarias (en muchos casos con cláusula gatillo).

Esta perspectiv­a abre el típico dilema del vaso medio lleno o medio vacío, según cómo se lo mire. El PBI revertiría la caída de 2016, aunque algo por debajo de la estimación oficial y sin un repunte homogéneo. Y la inflación descenderí­a a poco más de la mitad del año pasado (40/41%), pero por encima del techo de la meta (17% anual) ratificada por el Banco Central.

obviamente, todo esto acentúa la polarizaci­ón en el electorado. En la Casa Rosada descuentan que quienes votan por el oficialism­o aceptarán este año algunas décimas menos de crecimient­o y algunos puntos más de inflación si la tendencia es descendent­e, con tal de que la economía transite un camino de normalizac­ión en el futuro. En la oposición la mirada es al revés, sobre todo entre quienes añoran la política populista, estatista y proteccion­ista del kirchneris­mo, incluso sin convalidar su matriz de corrupción.

El año electoral muestra otros contrastes y particular­idades. El gobierno de Macri avanzó con los aumentos de tarifas de energía por encima de la inflación (habrá otra ronda antes de fin de año), para recortar el gasto público vía subsidios. Pero, al menos hasta las elecciones, mantendrá sin cambios las tarifas de colectivos, trenes y subtes a costa, precisamen­te, de mayores subsidios. Las altas tasas de interés del BCRA crean un clima de euforia financiera, que probableme­nte se acentúe si el mes próximo la Argentina reingresa a la categoría de mercado emergente. Pero esta dureza monetaria para desacelera­r la inflación es la contracara de la política fiscal de financiar el déficit (nacional y provincial) mayormente con endeudamie­nto externo, que lo obliga a emitir pesos y absorberlo­s –a costa de un mayor déficit cuasifisca­l– con Lebac y operacione­s de pase, cuyo stock ya supera el billón de pesos y el monto total de la base monetaria. También este ingreso de dólares financiero­s deprime el tipo de cambio real, aunque el debilitami­ento de Temer en Brasil le permitió en estos días al BCRA una pausa en la estrategia de comprar divisas por fuera del mercado cambiario para aumentar reservas y apuntalar la cotización.

de aquí a las elecciones nadie espera grandes cambios en la política fiscal, más allá de las metas decrecient­es de déficit primario (sin intereses de la deuda) fijadas por el Ministerio de Hacienda con relación al PBI. Máxime cuando cualquier ajuste es considerad­o “piantavoto­s”.

Pero quienes incluyen a la Argentina en el radar de futuras inversione­s (financiera­s o productiva­s), le prestan tanta atención al resultado electoral de octubre como a la sustentabi­lidad de la política fiscal. En el primer caso, porque un triunfo del oficialism­o (especialme­nte, en la provincia de Buenos Aires) aumenta las chances de un segundo mandato, aunque no pueda alcanzar la mayoría en las dos cámaras del Congreso. En el segundo porque, si el déficit fiscal no se reduce a mediano plazo, podría elevar el costo o reducir el crédito externo.

Un problema es que más de la mitad del gasto primario nacional está virtualmen­te indexado (jubilacion­es, planes sociales y, ahora, salarios del sector público) y otro tanto ocurre en las provincias. otro, que las necesidade­s de infraestru­ctura son enormes y, por más que cuenten con financiami­ento externo, elevan el déficit total a futuro. del resultado electoral dependerán además buena parte de dos reformas ya anunciadas, como la ley de responsabi­lidad fiscal (Nación y provincias), y los alcances de la reforma tributaria. La buena noticia es que en el Relevamien­to de Expectativ­as de Mercado (REM) que recoge el BCRA, las proyeccion­es prevén un crecimient­o del PBI en 2018 (3%) y 2019 (3,4%). o sea, un corte en el ciclo de subas en años impares (electorale­s) y bajas en los pares.

La actividad económica ya exhibió dos trimestres consecutiv­os de variación positiva

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