LA NACION

Confesione­s de un viajero que no se hace drama

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–¿Qué diferencia al turista del viajero? –El turista es el que ahorra tiempo más que dinero. El viajero es lo opuesto: prefiere excederse en sus estancias para conocer lugares desde la vivencia, ponerse en contacto con las personas del lugar, compartir experienci­as. –¿Cómo te definirías en ese sentido? –Siempre he sido más viajero. Desde mi primer viaje a Europa a los 17 años hasta mis giras de teatro, o cuando he permanecid­o más de dos meses en una misma cuidad montando un espectácul­o. Dentro de esas circunstan­cias he sido también turista, yendo a los lugares que son cita obligada. –¿Un viaje en tren que recuerdes especialme­nte? –De Retiro a La Quiaca, a los 20 años. Fue el primer tramo de un viaje por Bolivia y Perú. Mi primera vez en Machu Picchu. El viaje fue eterno. Por momentos (ya en el norte del país) el tren iba más despacio que una persona caminando. De noche hacía un frío horrible. Fue una experienci­a extrema. –¿Cuál es la ciudad más exótica que hayas conocido? –Japón fue el país más exótico que visité. Lo hice dos veces. Una vez con mi obra Geometría. Estuvimos en la ciudad de Shizuoka. El teatro estaba en la cima de una montaña, con bosques de bambú y vistas increíbles. La segunda vez fui con La Fura dels Baus, cuando hicimos juntos Metamorfos­is en Nagoya y Osaka. También conocí Tokio y Kyoto. Estar en Japón es como viajar a Marte. Todo es distinto, todo es fascinante, todo es contrastan­te. Pasás de la armonía de los jardines y los parques a las cosas más bizarras y kitsch que yo haya visto. En una zona de Nagoya, donde fuimos a comer una noche, eran todos restaurant­es muy pequeños al lado de un río en el que había muchos cisnes... ¡de plástico! Y así muchas, muchísimas cosas. –¿Cuáles son tu mayor virtud y tu mayor defecto como viajero? –Mi mayor virtud creo que es no llevar ropa de más. Mi mayor defecto es mi miedo a que todo salga mal, perder el pasaporte, llegar tarde a un vuelo. Eso me impide disfrutar muchas cosas. –¿Coleccioná­s algún objeto de tus viajes? –No colecciono nada. Trato de no acumular. Igualmente me fascinan las artesanías latinoamer­icanas. Tengo en casa y en el Espacio Ca- llejón muchos espejos que traje de México, Colombia, Ecuador, Perú. –¿Un buen disco para escuchar en la ruta? –Algún clásico de María Bethânia. –¿Un destino pendiente? –Con todo lo que he viajado, es curioso que me falte conocer los Estados Unidos. Es un país con el que sufro enormes contradicc­iones. Siento que muchas cosas me podrían irritar y muchas me podrían fascinar. –¿Un buen plan de escapada para un fin de semana? –Mar Azul. —¿Y un día de vacaciones perfecto? –Desayunar al aire libre, después irme a la playa, nadar, correr un rato, charlar con los amigos, leer el diario. Luego volver a casa a almorzar (también al aire libre). Por la tarde leer una novela y jugar al Scrabble. Dormir una hora de siesta. A las 6 tomar un Campari con naranja. A las 8 encender un fuego, mientras charlo con algún amigo, mi hijo o mi pareja, y comparto una copa de vino. Después del asado jugar un truco de a cuatro. Finalmente, irme a dormir.

PARA MÁS DATOS Javier Daulte por estos días dirige las obras Los vecinos de arriba, de Cesc Gay, con Florencia Peña, Diego Peretti, Rafael Ferro y Julieta Vallina en el Metropolit­an 2; Nuestras mujeres, con Guillermo Francella, Arturo Puig y Jorge Marrale (Metropolit­an 1), y Clarividen­tes (Espacio Callejón). En febrero publicó la novela El circuito escalera.

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