Biarritz, la playa que conquistó a Napoleón III
En la historia de los pueblos siempre aparece una figura, para bien o mal, decisiva en su desarrollo. Biarritz, preciosa villa de los Pirineos Atlánticos, no se hubiese convertido en el centro de la vida mundana de artistas, aristócratas y amantes del buen vivir si Eugenia de Mon ti jo no hubiera invitado a su esposo, el emperador Napoleón III, a conocerla. La bella granadina, nacida el 6 de mayo de 1826 bajo un árbol en un bosque de laureles y cipreses, mientras la tierra se estremecía bajo los efectos de un terremoto, fue la pieza de la que se valió el destino para hacer resplandeciente a Biarritz.
Se necesitaron 10 meses a mediados del siglo XIX para construir Villa Eugenia junto a la playa, el suntuoso palacio que con el tiempo se convertiría en uno de los más lujosos hoteles del mundo: el Hôtel du Palais. Hasta la caída de la dinastía la pareja acudiría cada año al palacio acunado por las olas del mar y rodeado de arenas finas.
Hoy sigue siendo un placer, ya no imperial, la visita a esta orilla vasco francesa. La salgas marinas que pueblan sus aguas, los lodos, el clima y el entorno han desarrollado una propuestatalasoterapia, beneficios a para el cuerpo y el alma. A la Playa Grande, la principal de la ciudad, en el corazón de Biarritz, cerca de la zona comercial donde hay bares y restaurantes, se la conocía antiguamente como la Costa de los Locos, por el gran número de enfermos que la visitaba buscando los efectos terapéuticos de sus aguas.
El surf que se practica en la Playa Costa de los Vascos –enmarcada por acantilados– y en la Playa Marbella ha hecho que Biarritz sea la capital europea de este deporte donde juegan el equilibrio y la adrenalina. También el golf se practica aquí. Y para quienes se sienten atraídos por los juegos de azar, no podía faltar en este balneario internacional un casino, en el centro de la ciudad, en un admirable edificio art decó de 1929.
La Roca de la Virgen
Recorriendo a pie la balconada –que enfrenta al mar subiendo y bajando rodeada de hortensias en flor–, se llega a la Roca de la Virgen. Cuenta la leyenda que en 1865 un barco intentaba acercarse al puerto cuando estalló una feroz tormenta, impidiéndole llegar a la orilla.
Los marinos, aunque no lo sabían, no estaban librados a su suerte: un rayo de luz les mostró el camino seguro. Como agradecimiento hicieron una estatua de la Virgen en la roca escarpada que sobresale del mar y se conecta con la tierra por un puente que ordenó construir Napoleón III. En verano, si el día está despejado, desde la Roca de la Virgen es posible ver las montañas del País Vasco español.
Elevándose 74 metros sobre el nivel del mar, asoma el faro en el cabo Hainsart. Quien se atreva a subir los 248 escalones será recompensa do con la más bonita postal de Biarritzy sus alrededores. El crepúsculo visto desde el faro es un espectáculo magnífico.
La Capilla Imperial, construcción mezcla de estilos romano-bizantino e hispano-morisco, se inauguró en 1865. Entonces se accedía a ella cruzando un puente de madera desde Villa Eugenia. Hoy ha quedado en medio de edificaciones, en la Avenida de la Reina Victoria. La Capilla está puesta bajo la advocación de la Virgen de Guadalupe, extraña decisión puesto que entonces se guerra entre Francia y México, país del que la Milagros a Señora del Cielo es patrona. Además de la Iglesia ortodoxa rusa –que supo lucir épocas mejores –están las católicas romanas de San Martín y la de Santa Eugenia, que domina el viejo puerto ballenero, un edificio ne o gótico de piedra gris, que tiende un manto de sencillez ante tanta opulencia imperial. Sin embargo, en su interior guarda una maqueta como ex voto de La Mathil de, un navío de guerra de tres mástiles armado con cañones, de casco azul, negro y blanco.
Esta ciudad en el sudoeste de Francia, en la región de Aquitania, a orillas del mar y cerca de las montañas, es un enclave que bien describe el escudo de la villa: tengo para mí los vientos, los astros y el mar. Nada explica mejor la seducción de Biarritz.