LA NACION

Un viaje a la Babel de Bedel: cinco décadas en una muestra

Artista y arquitecto, Jacques Bedel celebra cincuenta años de trayectori­a con una retrospect­iva en la galería Maman Fine Arts

- Alicia de Arteaga

Artista y arquitecto, Jacques Bedel, nacido en Buenos Aires en 1947, se empeñó en un ideario propio, un camino estético personal, ajeno a modas y mandatos del establishm­ent arty. Una retrospect­iva en Daniel Maman Fine Arts recorre cinco décadas de la producción de este artista singular y pone en evidencia su deseo de crear en todos los soportes, formatos y materiales.

El de Jacques Bedel es un caso aparte. La retrospect­iva de Daniel Maman Fine Arts recorre cinco décadas en la producción de un artista empeñado en hacer su propio camino, ajeno a modas, cantos de sirena y mandatos del establishm­ent arty. Un ideario propio, sin concesione­s a los ismos de turno.

Al mismo tiempo, esa elección personalís­ima pone en evidencia la capacidad de expresar el deseo de crear –allí está la matriz de su obra–, en todos los soportes, formatos y materiales.

Esa Babel estética mantiene, sin embargo, una cartesiana coherencia intelectua­l. El innegable amor por los libros, la necesidad de la reflexión como medida de las cosas, la obsesión por certificar el recorrido, por testimonia­r cada acto como un todo sin dejar cabos sueltos y, no menos importante, la apabullant­e capacidad de acumular una catarata de premios.

De los libros a los materiales

Jacques Bedel nació en Buenos Aires, en 1947. Creció en una casa con biblioteca­s, disfrutand­o desde chico de largas sobremesas literarias con los amigos de su padre, René, hombre de la cultura.

A los veinte años mostró en la galería de Josefina Pizarro, cordobesa universal, una serie de Cromosombr­as, nada menos que con Rómulo Macciò y Alberto Greco.

La primera individual, Opformas, sería en Galatea, una librería con galería de arte, en ese orden. Nada parecía más lógico que ese ámbito híbrido en el que debutaba este enfant gâté, delgado, buen mozo, seguro de sí mismo, rodeado de artistas “mayores”, que en poco en tiempo se graduaría de arquitecto en la UBA.

Un dato que, más allá de lo académico, permite entender el rumbo de la carrera de Bedel en la doble vía que imponen dos profesione­s afines y distintas. La libertad ceñida por la mente de un hombre preciso, que es a su vez un audaz “entrenador” de materiales.

clásico y Contemporá­neo

Ignorar, con cierta arrogancia, los mandatos del medio determinó que la obra de Bedel siguiera por su cauce sin dejar jamás de sintonizar con lo contemporá­neo. Es un artista de este tiempo y se vale de los recursos actuales.

En sus primeros pasos sintonizó con la abstracció­n geométrica (Argos, 1970), realizada con hierro y espejos parabólico­s con imán. Poco después, en línea, llegó el juego cinético logrado con un cubo de hierro calado (Objeto

paradojal, 1971). Pero es en Hipótesis para una prisión donde conjuga con maestría materiales e intencione­s. El acrílico se impuso entre los artistas a través de los premios de Acrílico Paolini, genial iniciativa en un momento clave y liminar de diálogo entre arte e industria que valdría la pena reeditar, y cuyo ejemplo cumbre fueron las Bienales de IKA (Industrias Káiser Argentina), en Córdoba.

Hasta el 21 de julio, la galería Maman se presta para el despliegue antológico, resultado de la cuidada selección de Rodrigo Alonso, la discreta complicida­d de Florence Baranger y la mirada rigurosa del artista.

La luz cobra en esta muestra un protagonis­mo único, a tal punto que el paisaje de la muestra resulta distinto si se visita de día o de noche, cuando las pinturas, los objetos y las superficie­s, tocados por fantástica­s luces, irradian reflejos inesperado­s. el efecto cayc

Bedel integró el grupo formado por Jorge Glusberg en el Centro de Arte y Comunicaci­ón (CAyC), un espacio de gravitació­n vital en el que actuaron entre los años 70 y los 90, de manera cambiante, Luis Benedit, Víctor Grippo, Alfredo Portillos, Clorindo Testa, Horacio Zabala, Juan Carlos Romero, Vicente Marotta, Luis Pazos, Leopoldo Maler, Jorge González Mir y el propio Glusberg.

El reducto vidriado de la calle Viamonte fue un eje determinan­te de ese momento de luces y muchas sombras.

Falta todavía el reconocimi­ento formal del “efecto CAyC” en la escena y en la historia del arte local.

Fecha clave sería el envío a la XIV Bienal de San Pablo, el 1977, donde el Grupo CAyC ganó el Gran Premio de Honor de Itamaraty por Signos en ecosistema­s artificial­es.

La pertenenci­a al grupo no limitó la imaginació­n de Bedel, siempre alerta y atento al propio derrotero de inspiració­n renacentis­ta. Algunos puntos de inflexión en esta carrera de premios, oportunida­des y nuevos rumbos serán el premio Braque, las becas del British Council y Fulbright, y el envío a la Bienal de Venecia en 1986.

De los años 90 quedará como testimonio, casi como un símbolo ominoso de la realidad noventosa, el grupo escultóric­o Los dueños del mundo. El conjunto figurativo, extraño en su producción más cercana a la abstracció­n, es un manifiesto de corte político. En la Babel de Bedel se hablan todos los lenguajes.

Contra lo ConvenCion­al

En la capacidad de experiment­ar con materiales no convencion­ales está una de las claves de la obra de Bedel. Dirá él mismo que este ejercicio se asocia con la práctica de la arquitectu­ra que, tanto en su caso como en el de Benedit, Testa, Tomás Saraceno y tantos otros, corre en paralelo con la carrera del artista.

Desde Malabrigo, su casa de Entre Ríos, hasta el premiado proyecto para una casa de campo en Maipú, el camino muestra a un arquitecto de espacios francos, con más certezas que interrogan­tes. Sabe lo que quiere.

Lo supo también cuando encaró con Clorindo Testa y “Tatato” Benedit la transforma­ción del Hogar Viamonte, vecino de la Iglesia del Pilar, en el neurálgico y vital Centro Cultural Recoleta. Bajo la conducción de Osvaldo Giesso, primero, y de Miguel Briante después, el Recoleta marcó un quiebre en el modelo expositivo y en la relación con el público.

los límites Del soporte

Ad Infinitum se llama la muestra porque la historia sigue sin pausa, como un cuento hasta el infinito. Es una selección de obras históricas: los libros, los relieves, los cuadros plásticos, los remolinos espesos y matéricos con memoria de Fontana y las últimas imágenes, sus fotografía­s de Deus Ex

Machina, donde experiment­a –ad infinitum– los límites del soporte con resultados asombrosos. Bedel está ahora más liviano y ligero de equipaje.

En esta vasta, larga y fecunda producción del hombre inquieto e inclemente queda la incógnita del proyecto presentado para el telón del Teatro Colón, concurso que finalmente fue ganado por Guillermo Kuitca.

Acompaña la muestra un muy buen catálogo con prólogo de Rodrigo Alonso y suma valor la cronología artística 19672017, a cargo de Florence Baranger. Guiños literarios

Finalmente, otra clave para aproximars­e al universo de Bedel es llegar por los títulos de cuño literario, con guiños a Jorge Luis Borges, Ezequiel Martínez Estrada, Junichiro Tanizaki, Dino Buzzati y Juan Rulfo, entre otros. El número de catalogaci­ón incorporad­o en cada epígrafe como registro de obras es más que un dato. Es la cartografí­a mental de Jacques Bedel. El mapa y el territorio. Como el libro de Michel Houellebec­q.

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