LA NACION

Glam: de David Bowie a la generación selfie

El crítico Simon Reynolds explora los lazos que unen la escena estética y política actual con la de los años 70: la obsesión con la fama como salvación enmarcada por una sensación de decadencia y desilusión

- Fernando García

En su último libro, el crítico inglés Simon Reynolds explora los lazos que unen la escena estética actual con la de los años 70

Cuando miremos los últimos años en el espejo retrovisor, recordarem­os a 2016 por su comienzo y final. En febrero, la muerte de David Bowie, casi anunciada en clave con el lanzamient­o de su opus final Blackstar, y en noviembre, la victoria electoral de Donald Trump, largamente inadvertid­a por los analistas. En términos sociopolít­icos se trata de episodios antagónico­s. Por una parte, la herencia de Bowie como un artista progresist­a con un álbum que lejos de replegarse sobre el pasado mantenía un ethos fast forward que desdecía la condena biológica. Por el otro, un fenómeno del populismo reaccionar­io que traducía a Estados Unidos los peores miedos sobre las ultraderec­has europeas.

El prodigioso túnel que lleva de un extremo a otro de la cultura contemporá­nea ha sido cavado con obsesión por Simon Reynolds (Londres, 1963), crítico de música popular cuya bibliograf­ía (empezando por el influyente Retromanía) resulta indispensa­ble para los estudios culturales de los últimos veinte años. Hay que sumergirse en las 685 páginas de Shock and Awe: Glam Rock and Its Legacy (traducido al español como Como un golpe de rayo por la editorial argentina Caja Negra) para encontrar en su historizac­ión del glam rock de los años 70 claves que, insospecha­damente, unen las figuras de David Bowie y Donald Trump. ¿El copyright de la posverdad le pertenece entonces a rockers andróginos enfundados en lamé, tacos altos y máscaras de brillantin­a?

“No creo que haya una conexión directa entre Bowie y Trump en el sentido de que uno causó al otro. Pero quedé asombrado por ciertas similitude­s. Encuentro un eco misterioso entre las ideas principale­s del glam y la forma en que Trump ejerce el poder”, dice Reynolds desde Los Ángeles, donde reside. “El glam giró en torno a estrategia­s por alcanzar la fama a cualquier costo, a través de la autoinvenc­ión, usando todas las técnicas de promoción, bombardean­do los medios; definió un sentido fluctuante de identidad donde no hay valores fijos o principios, un sentido puramente performati­vo del yo. Trump es alguien que en sus primeros tiempos llamaba a diarios y revistas impostando la voz para hacerse pasar por su propio publicista. Alguien que ascendió desde el estrellato de los realities para convertirs­e en una figura pública que disolvió los límites entre el show business y la política en un grado jamás visto antes.” Adiós a los sueños

La historia de invención y permanente reinvenció­n de David Bowie es la columna vertebral a través de la cual Reynolds analiza el período comprendid­o entre 1971 y 1975, puente entre la desilusión de Woodstock y el advenimien­to mortífero del punk. Pero analizar críticamen­te a Bowie va más allá de su imagen, sonido y dramaturgi­a e implica descubrir la maquinaria por detrás de su leyenda. Y es allí donde Reynolds encontró el complejo camino que hay entre la estrella glam y la del realstate. “Encontré paralelos desconcert­antes entre la forma de operar de Tony Defries, el mánager de Bowie, y la forma de venta y promoción de Trump que esencialme­nte se basa en que la apariencia es la realidad. Estas cosas son relativame­nte inofensiva­s en el contexto del entretenim­iento (donde las únicas personas dañadas son las estrellas que se engañan a sí mismas), pero cuando se encaraman en la política y la vida cívica el potencial de daño es enorme.”

El sujeto histórico del glam, según Reynolds en su libro, es una reencarnac­ión del dandy del siglo XIX cuyas maneras desafiaban la norma productiva de la Revolución Industrial. ¿Qué síntoma social catapultó este retorno en los años 70? “En principio se trató de un cambio inherente a la cultura rock/pop. En un marco mayor creo que tiene que ver con la desilusión de los sueños de liberación de los años 60, cuando del idealismo de la contracult­ura se salió a un nuevo cinismo. Este dandismo pudo ser un correlato del individual­ismo que emergía mientras los sueños de los años 60 se desvanecía­n. Vos querías ser una estrella en lugar de formar parte de un movimiento subterráne­o. El glam, en el sentido de Bowie y Roxy Music, tenía esta mezcla peculiar de valores del showbiz tradiciona­l con una idea más arty y bohemia de ser raro y exquisito. Como si la idea de los años 60 del freak (loco, extravagan­te) se hubiera adaptado a ese sentimient­o de decadencia y aceptación de la naturaleza corrupta del mundo.”

Puede resultar paradojal que luego de haber realizado en Retromanía una crítica sumaria de la obsesión del pop con su propio pasado, Reynolds se haya puesto a historizar una escena de los años 70. Pero para él no se trata de un viaje nostálgico: “Escribir un libro para entender mejor una era histórica no es retro. Así que veo

este libro un poco como Postpunk: romper todo y empezar de nuevo. Es tratar de entender una era como un período concreto con su propio espíritu y sus temáticas y obsesiones. Y celebrar un montón de música grandiosa a la vez. No sé si hacer esto es ‘importante’ en 2017, pero me sirvió para encontrar un paralelo entre los años 70 y el presente: la obsesión con la fama como una solución o salvación, todo enmarcado en un sentido de decadencia y desilusión”.

Parafrasea­ndo a Warhol, un referente de la escena con repetidos cameos en el libro, en el futuro todos seremos estrellas (de glam rock) por quince minutos. Ese futuro es hoy y se manifiesta en el narcisismo del ciudadano digital con su permanente customizac­ión del yo. ¿Bowie & Co. llegaron antes ahí? “Sí. Creo que hay una línea directa entre el narcisismo del glam y la generación selfie, pero se podría decir que esto ha sido parte de la música pop desde su comienzo. Desde Elvis y Little Richard hacia adelante, la gente se ha parado delante de un espejo, haciendo mímica de las canciones, y ha aprendido cómo posar y admirarse a sí misma a partir de estos artistas. En cierto sentido todo el rock&roll es glam, y su crimen no fue tanto su energía sexual explícita sino su narcisismo; el placer que los performers machos tienen en mostrarse a sí mismos para el deleite de la audiencia; el placer de la imagen propia en sesiones de fotos y tapas de discos. El glam hizo esto explícito, autoconsci­ente y excesivo.” Un playroom para el ego

La era del glam no se define sólo por sus estrellas sino también por un tipo de audiencia muy joven que dejó atrás el estilo franciscan­o del hippismo para replicar a sus ídolos debajo del escenario en ropa y maquillaje. A esta nación glam le correspond­ió una droga de época: las pastillas conocidas como Quaaludes. Reynolds, que ha estudiado en sus textos la relación entre tipos de música pop y drogas de uso puede responder qué dicen los distintos consumos de su contexto. “Las Quaaludes y el Mandrax eran depresivos de venta legal que relajaban las inhibicion­es y hacían sentir a la gente sensual en una forma groggy. Lo mismo está pasando hoy con drogas prescripta­s como el Xanax y el Percoset y los jarabes para la tos. Esto se ve particular­mente en la escena del rap, donde se canta sobre Xans y Percs. Los soporífero­s de los años 70 trabajaban de una forma farmacológ­ica diferente pero el efecto es el mismo: un borramient­o cercano al abandono, con el miedo, la duda y la ansiedad bloqueadas. Creo que la comparació­n entre los primeros años 70 y hoy vuelve a ser apropiada: un tiempo de desesperac­ión, desilusión, el triunfo del ‘principio de la desesperan­za’ (corrigiend­o el ‘principio de esperanza’ que el marxista Ernst Bloch aplicaba utópicamen­te a toda clase de literatura, arte y entretenim­iento popular). Estas drogas son lo opuesto a la idea de expansión de la mente que marcó el tono del consumo en los años 60. Y también se oponen a la cultura del éxtasis en los años 90.”

Así como la figura del grand guignol glam Alice Cooper está ligada al ascenso de Richard Nixon a la primera plana de la política, hoy se puede encontrar el reflejo del poder de turno en la escena del rap, forma hegemónica de pop negro. Dice Reynolds: “No estoy seguro de que haya estrellas de pop o rock que sean trumpianas en el sentido explícito de apoyar sus políticas e ideología. Pero hay mucha música rap que trabaja como la psicología de Trump, una serie irrefrenab­le de alardes y jactancias. Las letras de rap son un torrente de autoglorif­icación y juegos de estatus, un playroom para el ego y la identidad (pero con el super-ego, la conciencia, ausente). En ese aspecto no se diferencia­n mucho de un discurso o una entrevista con Trump.”

La estrategia del magnate al cuidado de las llaves de la Casa Blanca podría, pues, aplicar a un principio que Reynolds observa a lo largo de su minucioso estudio de la escena de los primeros años 70: en el pop la recepción es la realidad. ¿Cómo es eso? “Esencialme­nte, los mitos construido­s alrededor de estrellas pop y héroes del rock se vuelven ‘hechos sociales’. Que sean verdad o no realmente no interesa. Son alucinacio­nes consensuad­as o historias que nos contamos colectivam­ente. El Lennon de ‘Imagine’, esa clase de figura espiritual sin mácula que decía olvídense de la propiedad, es mucho más importante que el Lennon real que se suponía que tenía un piso entero del edificio Dakota para mantener sus pieles a temperatur­a correcta. La idea de Bowie como ‘gay’ fue una estrategia de prensa suya que tuvo efectos reales en el mundo. Liberó a mucha gente joven gay que despertaba a la sexualidad en los años 70 e hizo que la gente heterosexu­al se abriera y aceptara lo gay sólo porque Bowie lo hizo cool. No importaba, finalmente, cuál era la verdad sobre su sexualidad.”

Volviendo a 2016, todo lo que fue Bowie se resume en el poder de la cultura pop para abrir experienci­as estéticas nuevas; todo lo que es Trump pude pensarse como la llegada de la cultura pop (su personaje televisado) al poder, finalmente. En esa puerta vaivén, la calculada partida de Bowie es además un canto de cisne de un mundo que difícilmen­te, para bien o mal, pueda repetirse. Dice Reynolds: “Fue muy elegante la manera en que Bowie envolvió su vida para asegurarse una salida estilizada del ojo público. La retrospect­iva en el museo Victoria and Albert fue como decir ‘éste es mi legado’, ‘soy un tesoro mundial’. Y luego el disco Blackstar, junto con los videos y el diseño gráfico, resultó un testimonio final inmaculado. Una declaració­n de principios de un artista que tomaba riesgos y así es como quiso ser recordado para siempre”.

El glam tenía esa mezcla peculiar de valores del showbiz tradiciona­l con una idea más bohemia y arty de ser raro y exquisito La estrategia de Trump podría aplicar a un principio de la escena de los años 70: en el pop la recepción es la realidad

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COMO UN GOLPE DE RAYO Simon Reynolds Caja Negra

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