LA NACION

Una ceremonia sacra que devino en celebració­n

- Hugo Beccacece

Todo empezó en una tintorería de La Boca hace muchos años. El domingo pasado, la Fundación Proa desbordaba de público que quería ver la performanc­e Zona Cero, del coreógrafo argentino japonés Magy Ganiko, inspirada en la muestra de Yves Klein. Muchos no pudieron tener acceso a la sala donde se desarrolló la actuación. Ganiko creció en La Boca y sus padres, llegados de Okinawa a la Argentina en 1954, abrieron una tintorería que todavía existe a la vuelta de Proa. Magy se interesó por la danza desde chico, pero quedó muy impresiona­do cuando vio bailar a Kazuo Ohno, el creador de la danza butoh y se fue a Japón a estudiar con él. Comenzó así una formación y una carrera internacio­nal que lo llevaron a quedarse siete años en la tierra de sus ancestros.

La performanc­e de Proa se inició en la vereda. Desde la calle, el público podía ver a Ganiko a través de la fachada de vidrio, sentado en uno de los peldaños de la escalera que sube al primer piso, y escucharlo por medio de un amplificad­or. El performer leyó un extracto de Stalker (La Zona), el film de Andrei Tarkovsky, un fragmento de Kenzaburo Oé y un texto del propio Ganiko. Después, seis bailarines-actores bajaron envueltos en una vestimenta parecida a la de los yudocas, y salieron a la vereda, donde dieron comienzo a sus evolucione­s. Luego volvieron a entrar y el público los siguió a la primera sala de la muestra de Klein, donde el sexteto se acostó boca abajo sobre el piso mientras los espectador­es circulaban al lado de ellos para pasar a la segunda sala, donde se desarrolla­ría la parte central de la experienci­a. De pronto, Ganiko detuvo el flujo de los asistentes con una severa cita de Tarkovski: “Éste no es un lugar para paseos. La zona exige que la respeten, de lo contrario castiga. En la zona, el camino más corto puede ser el más peligroso…”.

El centro de “la zona” estaba ocupado por un amplio rectángulo de polvo de color azul Klein. Alrededor de él, los oficiantes bailaron una danza de inspiració­n butoh. Al principio, no fue fácil penetrar en el clima entre dramático y sagrado del baile, pero poco a poco la belleza, el dramatismo de las imágenes y la alternanci­a de música oriental y silencio cambiaron la actitud de la concurrenc­ia, quebrada ¡ay! por los balbuceos de dos niñas de ¿dos años?, a upa de padres que aspiraban a cultivar precozment­e a sus retoños para tortura del resto del público.

Uno de los bailarines, León Apolinario, bailó un hermoso solo que alcanzó su pico de imprevista tensión cuando se acercó a una de las sonoras niñas y fijó sus ojos negros en ella con una intensidad hipnótica, pero no amenazante. La niña se llamó a silencio. No lloró, pero cuando no pudo sostener más ese taladro óptico, dijo en un susurro: “Mamá” y calló.

Por último, los seis bailarines se sentaron alrededor del estanque azul Klein, en postura de flor de loto. Uno de ellos, Guillermo Calipo, de pronto, cantó con una voz bellísima una improvisac­ión basada en “Lacrymosa” de Dmitri Yanov-Yanovsky. Después todos pronunciar­on “om”, el célebre mantra, y quedaron en sus lugares en un profundo silencio que contagió a toda la sala. El silencio detuvo el tiempo, lo fijó en una calma excepciona­l. Nadie se movió de su sitio. Los bailarines, con lentitud, se fueron elevando, casi como si se desplegara­n. Seis muchachas habían prendido en las espaldas de sus chaquetas sendos hilos que sostenían globos azul Klein. De modo sorpresivo, se oyó como un intruso Danubio azul, el vals de Strauss. Los bailarines orientales se convirtier­on en vieneses y sacaron a bailar a mujeres del público. Con la música de Strauss, todos salieron a la vereda y lo que había sido casi una ceremonia sacra devino en una celebració­n occidental.

Del conjunto que realizó la actuación, integrado, además de los mencionado­s, por Lucas Maíz, Joseph Velasquez, Hugo Falcón y Guillermo Zamboni, el único integrante con formación de bailarín profesiona­l es Apolinario; Calipo, por su parte, es un cantante de ópera que ha actuado en los ciclos de Juventus Lyrica y jamás había bailado. Maíz se formó y trabaja como mimo desde hace quince años; Giorgio Zamboni es un joven teatrista romano, que tampoco se dedica a la danza. “Magy me entrenó durante tres meses para que hiciera lo que hice”, comentó Calipo.

En el centro de “la zona”, un rectángulo de polvo azul Klein

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