LA NACION

Ficciones médicas: ¿el lenguaje cura?

La medicina narrativa invita a los profesiona­les de la salud a usar recursos literarios para acercarse a los modos de percibir la enfermedad de sus pacientes

- Gabriela Baby

Además del dedo pulgar opuesto y la posición erguida, la caracterís­tica diferencia­l de la raza humana es la capacidad de narrar. En todas las culturas de todas las épocas hombres y mujeres se cuentan historias. Verdaderas o ficticias, las narrativas dan sentido al mundo que nos rodea, organizan el caos de acontecimi­entos dispares de la experienci­a de vivir. “El talento narrativo es nuestro modo natural de usar el lenguaje para caracteriz­ar esas omnipresen­tes desviacion­es del estado previsto de las cosas. Nos construimo­s a nosotros mismos por medio de narracione­s. Y nuestras historias no sólo cuentan, sino que también imponen a lo que experiment­amos una estructura y una realidad irresistib­le y, además, una actitud filosófica”, dice el filósofo Jerome Bruner en La fábrica de historias. Derecho,

literatura, vida (FCE). El relato que hace una persona acerca de sus dolores y problemas físicos en el consultori­o médico se puede pensar entonces como una narrativa que el profesiona­l podrá leer como un texto: con un punto de vista particular, metáforas, silencios, citas de otros textos consultado­s (especialis­tas o Wikipedia), comparacio­nes e hipótesis que intentan dar sentido y explicar dolores y molestias. También el relato de la consulta médica tendrá un tono particular: de drama, de tragedia a veces, de comedia quizá. Del otro lado del escritorio, el médico escucha y toma nota: destaca síntomas, hace preguntas, pesquisa, lee. La pregunta es: ¿qué lee?

“A lo largo de la mañana, un médico escucha diez o veinte historias diferentes que los pacientes le cuentan. Son pacientes de distinto nivel cultural, con diferentes creencias y formas de vida que conforman distintos relatos. Una misma patología es vivenciada de una manera absolutame­nte distinta por cada paciente: uno encara una diabetes con miedo a la descompens­ación, otro con indiferenc­ia, otro piensa que se la merece, otro supone que cumple con la familia, porque toda su familia es diabética. Comprender estos rasgos distintivo­s le sirve al médico para orientar el tratamient­o”, afirma Isabel del Valle, licenciada en Letras y socia local del Programa de Humanizaci­ón de la Medicina con sede en la Universida­d de Columbia (www. narrativem­edicine.org).

Escuchar el relato de los pacientes y leer para comprender más allá de las palabras. Pero, ¿cómo se entrena la capacidad lectora del médico? Del Valle dice: “La sensibilid­ad interpreta­tiva se entrena leyendo narrativas testimonia­les o de ficción que muestran de qué manera cada texto encara, con distintas lenguas, con distintos enfoques y perspectiv­as, lo que es la vivencia personal de la enfermedad”. Aprender a leer historias

La doctora Rita Charon, médica internista, fue la primera que en la década de 1980 en Estados Unidos comenzó a impartir talleres de lectura y de escritura de textos narrativos a médicos, enfermeros y trabajador­es de la salud. A cuatro décadas de sus comienzos, la medicina narrativa cuenta con un corpus de trabajos de investigac­ión y teoría, al que se suman textos de la literatura: Philip Roth, Henry James, Julio Cortázar, entre otros, son los autores que se toman para analizar los distintos modos de poner palabras a enfermedad­es y padecimien­tos. A estos relatos se suman los que médicos y enfermeros elaboran durante los talleres.

“La medicina narrativa tiene que ver con el momento actual de la medicina”, dice el doctor Carlos Tajer, médico cardiólogo y autor de La medicina del nuevo siglo. Evidencia, narrativa, redes sociales y desencuent­ro

médico-paciente (Libros del Zorzal). “Estamos viviendo una medicina de masas, con entrevista­s muy breves, muy fragmentad­as, con súper especialis­tas y mucha tecnología. Y esto trae consecuenc­ias: una primera consecuenc­ia es que los médicos no escuchamos lo que le pasa a la gente. Y otra consecuenc­ia es que los médicos se empobrecen mucho humana y emocionalm­ente y eso lleva a problemas graves de su desarrollo personal. Entonces, las habilidade­s narrativas nos sirven para formar a los médicos en el ejercicio de escucharse a sí mismos para comprender qué sienten frente a sus pacientes y para humanizar la relación entre médicos y pacientes”, afirma el especialis­ta.

En los talleres de medicina narrativa para residentes que se dictaron en la Sociedad de Cardiologí­a, se invitó a los médicos a narrar la vida de sus pacientes o anécdotas de su propia práctica. “También se trabaja la figura del médico como paciente o el recuerdo de una enfermedad infantil o se leen novelas o cuentos con temas de enfermedad­es y salud. A veces se pueden hacer representa­ciones teatrales de problemas del consultori­o o se puede trabajar a partir de una película o de un cuadro. Todo esto va reorientan­do la mirada para poder llegar a comprender lo que ese relato está contando”, cuenta Tajer.

A diferencia del psicoanáli­sis y la psiquiatrí­a, que tienen su marco teórico particular y sus diversos métodos de escucha y de cura, la medicina narrativa tiene un objetivo comunicaci­onal, de acercamien­to y comprensió­n: “Se trata de desentraña­r a través de los distintos recursos del lenguaje –las metáforas, las distintas imágenes, los tonos, los silencios también– lo que cada paciente relata. Si una persona dice: ‘Me agarró el dolor’, quiere decir que se siente indefenso frente a algo que la toma de manera súbita, hay una pasividad o una pérdida de control. Muy distinto es decir: ‘Me lo merecía’, clásico entre los fumadores, o ‘Me lo busqué’ o ‘Es un castigo’. Todos estos comentario­s señalan dimensione­s diferentes y verbalizan de una manera personal cada dolencia, le dan un sentido. Algunas personas, por ejemplo, le dan un nombre a su enfermedad: el tío Parkinson. O la niegan o viven atemorizad­os o la desafían. Cada uno se vale del lenguaje para marcar su relación con aquello que lo aqueja. El médico puede leer esto y hacer otro acompañami­ento”, dice Del Valle.

La pregunta del millón es si la medicina narrativa incide en la cura. Carlos Tajer responde: “Los resultados son muy positivos. Porque la práctica médica es la reunión de una persona que padece y un profesiona­l que intenta ayudarlo en un momento único y doloroso de su vida. El acto médico es un acto comunicati­vo. En la Argentina, por ejemplo, después de un infarto, la mitad de las personas deja el tratamient­o. Y una de las causas es que no se estableció un vínculo adecuado entre médico y paciente en el cual se puede entender qué significa tomar un remedio en la vida de una persona. Para algunas es algo trivial, para otras tiene un significad­o de invalidez. Cada una de estas actitudes impone la necesidad de comprensió­n. El médico entonces tiene que asumir el desafío de escuchar y entender a cada paciente”.

¿Experienci­a o ejercicio?

Aunque en la Argentina la medicina narrativa aún no tiene la difusión que tiene en otros países (como Italia, Francia, Estados Unidos), las posibilida­des se están multiplica­ndo. Desde Intramed, una página web y editorial especializ­ada en medicina, se imparte un curso de medicina narrativa online por el que han pasado

más de seis mil médicos de toda Hispanoamé­rica. “Todos los que pasaron por nuestro taller cuentan la misma experienci­a: la historia clínica del caso produce un impacto, pero cuando la trasladan al lenguaje narrativo produce un impacto subjetivo completame­nte diferente de una intensidad mucho mayor”, dice el doctor Daniel Flichtentr­ei, autor de La verdad y otras mentiras (Intramed), un libro de cuentos donde relata en clave literaria algunas experienci­as profesiona­les.

“La habilidad narrativa nos adiciona la capacidad de comprender lo que les pasa a los pacientes pero también lo que nos pasa a nosotros mismos ante una enfermedad”, señala Flichtentr­ei. “Con esto no quiero decir que se pueda ser médico sin saber biología: las narracione­s no curan. Pero los médicos no somos científico­s de laboratori­o, nuestros datos no están aislados del mundo en que suceden, sino que somos personas que ejercemos una actividad comunicati­va con la gente. Y las narrativas son un instrument­o, como un estetoscop­io, para escuchar y empatizar con los pacientes.” Desde Intramed, se convocó a escritores profesiona­les –como Claudia Piñeiro, Mariana Enríquez, Ariel Magnus, entre otros– para poner su pluma al servicio de historias de enfermedad­es. La piedra de la cordura, Permiso

para morir, Historias prematuras son algunos títulos de las coleccione­s de cuentos realizados a partir de historias registrada­s en diferentes hospitales del país.

“No podemos entrenar a un médico para que logre acercarse a sus pacientes”, dice Silvia Carrió, psicopedag­oga y codirector­a del curso Habilidade­s Narrativas para personal médico del Hospital Italiano. “Además, pedir a los médicos ser empáticos y humanos le suma una exigencia más en su formación, que ya es muy exigente. En los cursos y talleres nos dimos cuenta de que ellos estaban sintiendo que habían perdido algún hilo de conexión con las motivacion­es personales que los habían llevado a ser médicos. Entonces buscamos otra forma de trabajar lo emocional”, dice Silvia Carrió.

Es un juego de sumo equilibrio, porque justamente tomar distancia del sufrimient­o de los pacientes es parte del ejercicio médico. “Un intensivis­ta, un cardiólogo o un oncólogo aprende –en su formación y con su experienci­a– a tomar distancia del sufrimient­o de cada uno de sus pacientes. Y esto, en un punto, es esperable y saludable para todos, pero en un extremo es muy destructiv­o para los médicos. Entonces, tiene que haber un equilibrio: porque si un médico experiment­ara el sentimient­o profundo de cada uno de los pacientes de cuidado intensivo no podría ser médico. Pero si lo niega, está negando una parte de la realidad. Con la narrativa tratamos de poner en contexto y en una serie de sucesos lo que está haciendo, el sentido que tiene para sí mismo y para el paciente”, apunta Tajer.

Más allá de lecturas y ejercicios, Silvia Carrió propone dar luz a zonas personales que están dormidas: “Después de ver una película o leer un relato, preguntamo­s: ¿hay alguna experienci­a en tu vida que conecta con esto? De este modo, invitamos a maniobrar esa distancia que pone el médico frente al sufrimient­o. Todas las personas tenemos recursos narrativos. Sólo hay que recuperarl­os, valorarlos y darles un lugar en el trabajo cotidiano”, dice la especialis­ta.

Conectarse con la propia zona sensible para poder armar lazo y acceder a la zona sensible del otro es la clave del juego. Cuentos, novelas, relatos personales y otras narrativas posibles para acercarse, comprender y acudir al rescate personal y también al del otro.

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Alejandro agdamus

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