LA NACION

Una parábola oriental y viajes en verso

Shunga explora la pasión, la traición y el castigo, mientras Travesía funciona como bitácora de destinos y paisajes

- Texto Verónica Chiaravall­i

¿Q ué resultaría de combinar, en la medida adecuada, los infortunio­s de la Justine de Sade, el orientalis­mo violento de Tarantino en Kill

Bill y la refinada estética del arte erótico japonés? Probableme­nte algo muy parecido a Shunga (Evaristo), la más reciente novela del argentino Martín Sancia Kawamichi.

El autor organiza su historia –fantástica, perversa, tersamente narrada– en tres partes. Un tríptico cuya escritura tiene una materialid­ad casi pictórica y que se correspond­e con el orden en que evoluciona esta parábola sobre el amor y el odio, la pasión, la traición y el castigo, donde la moraleja viaja implícita.

El argumento –que no desdeña ribetes policiales– avanza en sucesivos pliegues. Kotaro y Kazuma se conocen desde la época en que ambos aspiraban a convertirs­e en artistas. Todos temen al cruel gigante Kazuma, usurero que goza cobrándose sus deudas en carne humana, preferente­mente de mujer joven. Pero Kotaro no le teme. Entre ellos ha primado siempre el respeto y ahora se encuentran unidos –y separados también– por tres mujeres: las hermanas Izumi, actrices adolescent­es que el gigante ha esclavizad­o en prenda de viejas cuentas que su padre no ha podido saldar.

Kotaro, en cambio, quiere a las chicas en su casa, y está dispuesto a colmarlas de lujos para que Kohana, Mako y Ukemi se turnen día y noche en un llanto ininterrum­pido por la muerte de su amada esposa Oriko.

Fantasías, ensoñacion­es, fantasmago­rías y encuentros brutales van tejiendo la trama que envuelve a los personajes de Sancia Kawamichi, con los que el autor juega un rico juego literario: como sus criaturas o bien son poetas, o bien llevan un diario, o refieren antiguas fábulas y leyendas o se aficionan a la pintura,

Shunga es una novela con atractivas incrustaci­ones propias del género lírico, del cuento, de la confesión íntima y aun de la reflexión sobre las disciplina­s plásticas, que el lector agradece. ** * Roberto Raschella lo señala acertadame­nte en la contratapa de Travesía (La Yunta): Fernando Valli, poeta –entre otros oficios artísticos o artesanale­s que cultiva con igual fervor–, tiene el don de la mirada. El título de su libro alude a su pasión por los viajes, y sus poemas conforman una bitácora de esos destinos cercanos o remotos, de sus habitantes, a veces, pero sobre todo de sus paisajes naturales. Las ciudades, aquí, aparecen poco, y cuando lo hacen, son expuestas como meras excrecenci­as, efectos colaterale­s de la actividad humana; un malentendi­do de la idea de progreso.

Cinco capítulos dan estructura a sus textos: “Épica”, “Niñas mediterrán­eas”, “La otra tierra” y “Residencia”. En todos Valli cultiva el mismo hedonismo de la naturaleza, sutilmente velado por la melancolía de lo que se sabe efímero: la felicidad y la existencia del propio poeta en ese mundo hecho de sol, mar, playas y árboles, peces y pájaros.

Valli suele aproximars­e a su objeto a tientas, a golpes de intuición y logra así imágenes de austera belleza, como la descripció­n de las “niñas mediterrán­eas”: “olivas calmas/ de movimiento marino/ pequeños volcanes/ arena negra en sus orillas/ islas chatas/ manchando el mar”.

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Fernando Valli La Yunta Travesía
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Martín Sancia Kawamichi Evaristo Shunga

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