LA NACION

Una vida marcada por los libros

- Daniel Gigena LA NACION

Excesos lectores, ascetismos iconográfi­cos es quizás el libro más accesible de José Emilio Burucúa (Buenos Aires, 1946), historiado­r del arte, crítico y escritor, integrante de la Academia Nacional de Bellas Artes y profesor universita­rio. Y es también el más íntimo. Autor entre otros títulos de Historia y ambivalenc­ia, Cartas berlinesas y La imagen y la risa, Burucúa es uno de los intelectua­les más notables del país.

En el libro de la colección Lectores del sello Ampersand (que ya publicó un libro firmado por Noé Jitrik y otro por Daniel Link), se presenta una serie de recuerdos de un lector anfibio, de textos y de imágenes, a lo largo de una vida. Excesos lectores, ascetismos

iconográfi­cos es la historia de un carácter signado –también se podría decir agraciado− por el don de la lectura. Aunque no sólo eso. En su estilo erudito pero, para usar uno de los términos que él aplica a la prosa de Miguel Cané, para nada “plúmbeo”, el autor se remonta a la niñez en el barrio de Almagro, a los primeros libros que leyó y contempló (los tomos de El Tesoro de la Juventud, es decir, una encicloped­ia ilustrada) e incluso evoca las advertenci­as maternas sobre la importanci­a de la mímesis en la evolución de la historia del arte. “Me costó unos cuantos años de Facultad la superación de un patrón de medida tan trivial para determinar el bien estético”, indica, con tierna ironía, el autor y docente.

Ése es sin duda uno de los aspectos que mejor explica el regocijo que provoca la lectura de este libro: la capacidad de combinar apuntes de lectura con las circunstan­cias personales, el contexto histórico y el desarrollo de una perspectiv­a única para apreciar imágenes del arte, tesoros de la literatura y misterios de la ciencia. De paso, Burucúa confirma algunos prejuicios que circulan entre los lectores plebeyos. Sobre su formación, durante la adolescenc­ia, en el Colegio Nacional de Buenos Aires, además de rendir homenaje a los que fueron sus maestros, deja caer la siguiente observació­n: “Me creía un ‘paradito sobre la loma’, según la expresión de mi abuela”. Acerca del adoctrinam­iento en las escuelas por parte de los dos primeros gobiernos peronistas (mientras él cursaba la escuela primaria) es irónico y, a la vez, franco sobre su posición política: “He de decir que, si existe un ejemplo de la inanidad de la propaganda política cuando es sólo el Estado su fuente y su sostén, ese ejemplo soy yo”. ¿Cuál es la novela más inteligent­e y disparatad­a del mundo (sin contar el Quijote) que Burucúa haya leído? Cándido, de Voltaire. ¿Cómo le gustaría despedirse de sus hijos y de este mundo? A la manera emotiva y renuente del gaucho Martín Fierro.

De joven, la vehemencia de Burucúa frustró sus estudios en la carrera de Medicina, cuando se topó con un petulante profesor (egresado del CNBA). Sin embargo, su paso por los claustros lo dotó de una mirada cultivada en textos, que luego empleó en sus escritos sobre el arte de Occidente. Gracias a la lectura de un libro de Víctor Massuh, se apartó del camino de la violencia política, del que, igual que otros jóvenes intelectua­les de la Argentina de los años 70, estuvo cerca. El amor por Aurora, su mujer, se refuerza por el placer compartido por la literatura francesa. Todo en la vida de Burucúa parece mediado, explicado o determinad­o por los libros. En los años de vejez, ese lazo aporta un pathos consciente, que aspira a una sabiduría frágil y siempre en cuestión, menos dickensian­o y macarrónic­o que el que inflamó otros períodos. “Lo cierto es que todo cuanto leo me conduce a ensayar las operacione­s de paso al límite”, advierte.

Nueve imágenes, tres de ellas de Leonardo da Vinci, demarcan un texto gobernado por los poderes de la letra impresa. Al final, una lista de casi veinte páginas de libros leídos, mencionado­s y comentados por el autor (constelaci­ón en la reaparecen las firmas de Roberto Calasso, Jorge Luis Borges y Victor Hugo) certifica una afirmación que, al comienzo, anticipaba un perfil intelectua­l: “Creo que leer ha sido una de las fuentes, ora de mi alegría sustancial, ora de mi consuelo en esta vida”.

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EXCESOS LECTORES, ASCETISMOS ICONOGRÁFI­COS José Emilio Burucúa Ampersand 236 págs., $ 230

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