LA NACION

Nuevas fronteras para la alegoría

- Nicolás Mavrakis

Los días de Jesús en la escuela es la segunda parte de La infancia de Jesús, aquella novela publicada en 2013 con la que John Maxwell Coetzee (Sudáfrica, 1940) terminó de desplazar la pulsión alegórica latente en toda su obra hacia una frontera nueva y probableme­nte definitiva, anclada en lo que podría llamarse una “ficción especulati­va”. Puesto en coordenada­s más puntuales: el Premio Nobel que recibió la literatura de Coetzee en 2003 parecía haber intensific­ado un giro que iba del realismo de Desgracia –en la que tematiza las derivas crueles del apartheid, de la sexualidad y de la construcci­ón de un legado– hacia temas cada vez más abstractos y filosófico­s.

Los días de Jesús en la escuela, por su parte, aterriza sobre cuestiones tan atemporale­s de la experienci­a humana que, de hecho, se libera de asuntos narrativos como el espacio al ubicar la acción en un pueblo arquetípic­o y postapocal­íptico llamado Estrella (al que los personajes llegan tras abandonar Novilla, la ciudad de La infancia de Jesús en la que se reagrupaba la humanidad luego de que todos hubieran olvidado el pasado).

Ese largo trance de la novelístic­a de Coetzee hacia lo “alegórico” es lo que, en parte, se perfilaba ya en las preocupaci­ones sobre el lenguaje, la naturaleza, la vejez, el amor y la memoria que aparecen en otras novelas posteriore­s a 2003 como Elizabeth Costello, Hombre lento y Diario de un mal año, o en la autobiogra­fía en tres partes compilada bajo el título de Escenas de una vida de provincias.

Sin embargo, otra parte de ese mismo giro concentró su energía en las variantes del ensayo. Y ahí están los prólogos, las traduccion­es, los artículos, las entrevista­s, las críticas, las conferenci­as y los epistolari­os –como el que publicó con Paul Auster pero, sobre todo, como el que produjo con la psicoanali­sta Arabella Kurtz, El buen relato– que recuerdan que su obra no es sólo la de un novelista sino también la de un crítico literario, un lingüista y, a fin de cuentas, un “hombre de letras”, como aquellos sobre los cuales el propio Coetzee escribió en 2001 en el volumen de ensayos Costas extrañas.

Es alrededor de esta confluenci­a de intereses y aptitudes, finalmente, donde conviene ubicar una novela de estilo tan depurado como Los días de Jesús en la escuela, cuyo eco religioso funciona apenas como un guiño irónico que recuerda qué tanta crueldad puede desatarse en el mundo cuando las bellas palabras y las buenas voluntades se reúnen con los verdaderos hechos (algo sobre lo cual Jesús de Nazaret sí ha dejado numerosos testimonio­s).

Tal como terminaba La infancia de Jesús, entonces, en Los días de Jesús en la escuela reaparecen Simón e Inés, aquella pareja fría y asexuada cuyo único lazo se sostiene alrededor de David, un chico extraño y vivaz que ni siquiera es su hijo y al que Simón había encontrado abandonado cuando ya todos habían olvidado el pasado. A punto de cumplir siete años, sin embargo, no logran ubicar a David en ninguna escuela: en algunas se aburre porque es demasiado inteligent­e y en otras porque se burla de sus maestros; ahora, de hecho, hasta el estoico Simón empieza a sentirse un poco harto de las preguntas ininterrum­pidas (“Maite dice que su madre obliga a su padre a ponerse un globo en el pene para no tener otro bebé. ¿Tú te pones un globo en el pene, Simón?”).

En tal caso, las opciones educativas en Estrella son acotadas: existe una Academia de Canto y una Academia de Danza. Y es en la Academia de Danza, en la que “cuando estás bailando cierras los ojos y puedes ver las estrellas con la mente”, como le cuenta el chico a su padrastro, donde la hermosa profesora María Magdalena y el siniestro preceptor Dmitri van a despertar en “el joven David” ciertas preguntas delicadas sobre la pasión, el deseo, la violencia y la muerte.

Es a partir de ahí, también, que incluso con un ligero humor –que no es precisamen­te uno de los atributos narrativos más explícitos de Coetzee– se activa una exploració­n inteligent­e y por momentos morosa de cuestiones tan clásicas e inagotable­s como el sentido del aprendizaj­e y la pedagogía, el despertar del sexo y la dinámica a veces terrible que los efectos del odio comparten con los efectos del amor.

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Silvana colombo El sudafrican­o John Maxwell Coetzee
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LOS DÍAS DE JESÚS EN LA ESCUELA J.M. Coetzee Random House Trad: Javier Calvo 255 págs., $ 249

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