LA NACION

Paños fríos y calientes que alteran la inflación

El Banco Central refuerza la apuesta por el enfriamien­to monetario para contener las expectativ­as ante el recalentam­iento de precios

- Néstor O. Scibona nestorscib­ona@gmail.com

El Banco Central refuerza su apuesta por el enfriamien­to monetario para contener las expectativ­as de alza de precios; qué podría pasar, según el análisis de néstor Scibona

Los especialis­tas coinciden en que es más fácil bajar la inflación de 40 a 20% anual, que de 20 a 10%. Y muchísimo más difícil de 10 a 5 por ciento. Precisamen­te, este es el escarpado camino que tiene por delante el Banco Central para cumplir las metas con punto de llegada en 2019, a través de un único instrument­o que es el manejo de las tasas de interés para absorber excedentes de pesos y enfriar la demanda por vía monetaria. Como contracara, múltiples factores ajenos a la órbita del BCRA recalienta­n los costos y se trasladan a precios. Entre ellos varios regulados por el Estado, como los ajustes semestrale­s de electricid­ad y gas para recuperar progresiva­mente el fenomenal atraso tarifario de la era K, a los que en julio se sumó la suba de los combustibl­es.

De ahí que el BCRA no haya esperado a la licitación de Lebac de pasado mañana, para aplicar otro paño frío como subir la tasa al 26,75% anual (a 35 días de plazo) en el mercado secundario. A estas alturas del año resulta casi imposible que la inflación se ubique a fin de 2017 en el techo de la meta de 17% anual. Para cumplirla, debería subir a un promedio de 0,5% mensual en los próximos cinco meses. En ese período habrá que incluir otro ajuste –más moderado– en las tarifas energética­s después de las elecciones de octubre. Y no debería descartars­e que se extienda a las del transporte de pasajeros en el AMBA, donde se mantienen sin variantes desde hace 15 meses, a costa de mayores subsidios estatales.

Una prueba de estas dificultad­es es que en el propio BCRA ajustan el discurso y se apoyan en el Relevamien­to de Expectativ­as de Mercado (REM), que recoge mensualmen­te entre 60 consultora­s económicas y bancos, para señalar que la inflación esperada para los próximos 12 meses es de 17% anual. O sea que la meta se alcanzaría con un semestre de rezago. Para 2017, el REM proyecta una suba acumulada de 21,5% anual, que sería un buen resultado frente a la inflación de 2016 (40%). Pero el rezago podría complicar la meta para 2018, fijada en un rango de 8/12% (10% promedio) y que la misma encuesta estima en 15%.

El flamante índice de precios al consumidor nacional (IPCN) debutó en junio con un alza relativame­nte moderada (1,2%), pero la denominada inflación “núcleo” (que excluye precios regulados y estacional­es) se ubicó por encima del nivel general, al igual que en mayo. Y la perspectiv­a para julio apunta a 2%, debido a los aumentos en combustibl­es (6/7%), prepagas (6%), cigarrillo­s (4%), expensas (10%) y personal doméstico (12%), que aportarían un punto porcentual al nivel general.

Otra incógnita es el traslado a precios del salto del dólar de fines de junio y comienzos de julio (8,5%), antes de que la cotización minorista se estabiliza­ra en el nuevo escalón de $ 17,15/17,30. De hecho, ya influyó en la última revisión trimestral de precios de las naftas y gasoil para mantenerlo­s alineados en dólares, ya que el valor internacio­nal del crudo bajó en ese período (aunque el del bioetanol local se ubica por encima).

Pero esto provoca efectos de “segunda ronda”. Por un lado, la Cámara Empresaria de Operadores Logísticos (Cedol) advirtió que el impacto combinado de la suba del gasoil (6%) y el primer tramo del ajuste salarial acordado con el gremio de camioneros (11%), elevará este mes entre 6,5 y 8,5% los costos de distribuci­ón urbana. Esta variación es similar a la que había acumulado durante todo el primer semestre el índice que elabora Cedol con la Universida­d Tecnológic­a (UTN). También la federación de empresas de transporte automotor de cargas (Fadeeac) anticipó que no podrá absorber ese impacto y lo trasladará a los precios de los fletes. Por otro lado, en junio hubo un significat­ivo repunte de 1,9% en el índice de precios mayoristas (IPM), atribuible al impacto de las nuevas facturas de energía, los aumentos salariales en paritarias (indexados a corto plazo) y probableme­nte a la suba del dólar, aunque el tipo de cambio real se mantiene atrasado frente a la inflación. Aun así, el aumento acumulado en el primer semestre (7,5%) se ubica muy por debajo del IPCN (11,8%), e incluso en términos interanual­es (14,2% vs. 21,9% del IPC-GBA).

A esto se agregan en julio las vacaciones de invierno como factor estacional y no sólo por el récord de ventas de paquetes a los principale­s destinos turísticos del país. En algunos espectácul­os infantiles con licencia internacio­nal que se exhiben el centro porteño, una platea puede llegar a extremos de $ 800 y $ 1500 que, por cierto, no están al alcance de todos los bolsillos aunque se financien en 6 cuotas. En este sentido, el nuevo índice nacional permitirá advertir las diferencia­s de precios por regiones en “recreación y cultura” y “restaurant­es y hoteles”, los dos nuevos rubros en que ahora se divide el tradiciona­l capítulo “esparcimie­nto” para homogeneiz­arlo con estándares internacio­nales.

A pesar de las suspicacia­s previas, el nuevo IPCN constituye un destacable avance del Indec para lograr una medición más abarcadora de la inflación en la Argentina. El relevamien­to pasó de 90.000 a unos 320.000 precios, desagregad­os en 12 divisiones y la cobertura geográfica del Área Metropolit­ana de Buenos Aires se amplió a 38 ciudades de todas las provincias, incluyendo por supuesto a sus capitales. Con el aporte de los datos de las direccione­s provincial­es de estadístic­a, el indicador permite presentar las variacione­s mensuales y acumuladas en seis regiones: GBA (con una ponderació­n del 44,7% del total); Pampeana (34,2%), NOA (6,9%), NEA (4,5%), Cuyo (5,2%) y Patagónica (4,6%). Con esta estructura se calcula índice para todo el país, con base 100 correspond­iente a diciembre de 2015.

Contra lo que se suponía, el IPCN –que pasó a ser utilizado por el BCRA para monitorear las metas de inflación– no registró una diferencia significat­iva sobre el impacto de las tarifas energética­s entre el interior del país y el AMBA, donde estaban más retrasadas en términos reales. La razón es que utiliza la canasta de gastos de consumo de los hogares de 2004/2005 actualizad­os a los valores de fin de 2015 y el impacto del “tarifazo” de abril-mayo de 2016 ya quedó absorbido, por lo cual no se registra en la variación acumulada en el primer semestre de este año. Incluso, el aumento en un rubro clave –“vivienda, agua, electricid­ad, gas y otros combustibl­es”– resultó en este período mayor en el NEA (36,4%) que en el GBA (20,9%) y la región pampeana (18,9%), que incluye el resto de la provincia de Buenos Aires, Córdoba, Entre Ríos, La Pampa y Santa Fe.

Para que el IPCN sea más representa­tivo, el Indec iniciará en octubre la nueva Encuesta Nacional de Gastos que abarcará a 45.000 hogares, cuyo procesamie­nto demandará un año y a partir de 2019 permitirá dotar al indicador de ponderador­es más acordes con la actual estructura del consumo.

Sin embargo, por más que mejoren, los índices oficiales recogen los precios en las góndolas de los productos de consumo masivo y, por lo tanto, no alcanzan a captar las enormes distorsion­es que provocan los aumentos, ofertas y descuentos por cantidad que ofrecen las cadenas de supermerca­dos, con lo cual hay precios diferentes para cada día de la semana según el medio de pago. A ellas se sumó la tarjeta del Bapro, con un descuento de 50% (del que absorbe 30%) el segundo miércoles de cada mes, con un tope de $ 1500 que se deduce del resumen de cuenta, en una medida de inocultabl­e propósito electoral ya que se extendería hasta octubre. En la última semana, esta promoción generó colas de varias cuadras en los supermerca­dos del conurbano bonaerense y una serie de trastornos a los consumidor­es, que podría tener un efecto búmeran.

Al fin y al cabo, la política de dureza monetaria para bajar la inflación tiene efectos de más largo plazo, al igual que los grandes proyectos de infraestru­ctura, pero no evita los altibajos coyuntural­es, económicos y políticos. Sobre todo, cuando falta un programa económico articulado entre las distintas áreas del Gobierno.

Las mediciones oficiales de precios no llegan a captar las distorsion­es de las políticas comerciale­s

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Alejandro agdamus

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