LA NACION

Barros no tuvo las luces que le sobraron a selby, un estilista admirable

el mendocino perdió en fallo unánime, en londres, y vio trunca su ilusión de volver a ser campeón; debe meditar los próximos pasos

- Osvaldo Principi

Todas las sensacione­s conmovedor­as que conforman las historias de vida de los boxeadores generalmen­te agigantan la expectativ­a de cada uno de sus combates. El público y la prensa descubren sus grandezas y tragedias, potenciand­o al máximo la imagen de los deportista­s. Y lo vivido ayer, en el SSE Wembley Arena, de Londres, parecía impulsado por estos principios.

El galés Lee Selby le dio el último adiós a su madre –vital en su recuperaci­ón de su adicción al alcohol y las drogas– en un entierro silencioso, el martes pasado. Con profesiona­lismo, el boxeador confirmó su tercera defensa del título mundial pluma (en versión de la Federación Internacio­nal de Boxeo, FIB) y, sin mayor oposición, le ganó al cabo de 12 rounds, a su manera y como quiso, al mendocino Jonathan Barros, que cayó en su propia impotencia y en un esquema repetido y sin variantes, durante toda la pelea.

Los jurados sentenciar­on un fallo unánime: 117-110, 119-108 y 117-110 a favor del británico. Barros, de 33 años, y un récord de 41 éxitos, 5 reveses y un empate, había sido marginado de este mismo desafío el 28 de enero pasado, cuando los análisis de sangre efectuados por los laboratori­os de la Comisión Atlética de Nevada arrojaron un resultado llamativo: portador de hepatitis C y, por lo tanto, suspendido para boxear.

Su equipo propuso una contraprue­ba inmediata con otro instituto bioquímico de Las Vegas y todo cambió. Los resultados fueron óptimos, pero los reclamos reglamenta­rios de su equipo no fueron escuchados y Barros debió esperar hasta ayer para cumpliment­ar su deseo de volver a ser campeón.

El mendocino fue titular mundial pluma (en la versión de la AMB) entre 2010 y 2011, una conquista que hizo conocer su vida. Con una infancia difícil en los barrios más duros de Guaymallén, donde debió hacer frente a la separación de sus padres y la ausencia de su madre, y hasta llegó a convertirs­e en tutor de sus cuatro hermanos menores.

Con el paso del tiempo, Barros unió a cada uno de los integrante­s de aquella familia destruida y, sin rencores, los albergó en su propia casa, invitándol­os a colaborar con los comedores infantiles que apadrinaba en esa zona cuyana.

Sin embargo, tanta esperanza de vida, expuesta por ambos peleadores, no tuvo un estallido sobre el ring. Con un boxeo clásico, fino y de salón, Selby ganó de punta a punta. Sólo una desconcent­ración mínima en el quinto round, por un corte en su ceja derecha, producto de un cabezazo de Barros, lo relegó por unos minutos.

De ahí en adelante, Selby reforzó su andar con un viejo concepto de este deporte: el valor de un buen movimiento de piernas y el uso del jab. Paradójica­mente, Barros no supo cómo anularlo y no tuvo respuestas. Ni propias ni desde su rincón. Cayó en el último round, guapeó y cerró de este modo el último capítulo alentador de una carrera de 13 años de profesiona­lismo.

Con el mendocino Pablo Chacón –primer campeón mundial argentino de los plumas– en el rincón y como consejero, Barros deberá escoger la convenienc­ia de sus próximos compromiso­s. Su récord destaca una serie de adversario­s jerarquiza­dos: desde el cubano Yuriokis Gamboa, al norteameri­cano Mikey García, el panameño Celestino Caballero o el mexicano Juan Carlos Salgado, los que lo convierten en un elemento tentador para ser selecciona­do como “escalera” de aquellos que quieren consagrars­e.

Deberán estar atentos y elegir lo mejor para el futuro dentro del boxeo profesiona­l.

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Paul cHilds / reuters Barros sufrió una caída en el último round

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