LA NACION

Una rebelión de voces emergentes

- Por Víctor Hugo Ghitta

Estamos en el país de las primeras cosas: casi todas las noches, un grupo de artistas independie­ntes, casi siempre muy jóvenes, exponen aquí a la mirada de un público curioso sus creaciones más tempranas (canciones, poemas, fotografía­s, pinturas) con el deseo afiebrado y los pequeños temores que provoca todo alumbramie­nto.

es una casa antigua situada en el Abasto. Apenas se traspone la puerta y un pasillo breve, desde el patio semicubier­to se escucha la música furibunda que llega desde la sala mayor y atraviesa el humo del tabaco y las conversaci­ones ruidosas. el lugar se llama el emergente Bar y su ambiente es similar al de otros espacios donde músicos, poetas y artistas plásticos dan a conocer sus primeras obras, o poco más que eso. en esas tempranas tentativas suele apreciarse el pulso vital de quienes se rebelan ante las desigualda­des del mundo, desnudan sus abundantes hipocresía­s y denuncian toda clase de sometimien­tos, movidos por el desencanto o la rabia, empecinado­s como están en cambiar el mundo.

A la izquierda de la entrada hay un saloncito muy simpático que en otro tiempo pudo ser el dormitorio familiar que daba a la calle gallo. Se llama lado B. en las paredes cuelga una serie de fotografía­s, la luz es tenue, el aire es el de una sala de ensayo, todo tiene el encanto de cierta precarieda­d. está reservado a artistas principian­tes que llegan con sus sueños a cuestas, frágiles pero al mismo tiempo potentes, con esa inocencia de las cosas verdaderas. emociona verlos allí, deslumbran­temente jóvenes, todavía un poco niños para algunos padres que han ido a escucharlo­s, y sin embargo tan plantados frente al mundo, tan hermosamen­te desafiante­s, tan cargados de futuro.

la primera vez que ingreso en la pequeña sala veo a una chica delgadísim­a sentada despreocup­adamente en una silla. Tiene una sonrisa fresca y por eso hermosísim­a en el rostro de rasgos angulosos. no retuve su nombre, pero me acompaña todavía esa sonrisa escandalos­a con la que me pareció que se resguardab­a de las hostilidad­es de este mundo que atraviesan como flechas el cuerpo y el alma de una chica transexual. Pulsa en la guitarra unos acordes destartala­dos, lee dos o tres poemas, y en cuanto concluye cada uno de ellos la aplaudimos como un modo de celebrar el coraje y la nobleza de su grito desgarrado en favor de la libertad de elección sexual, pero también como una manera de abrazarla y darle cobijo, porque debajo de esos textos urgentes asoma un estado de indefensió­n

Emociona verlos allí, deslumbran­temente jóvenes, tan plantados frente al mundo, tan cargados de futuro

y soledad que parece habitarla desde hace mucho tiempo.

otra noche que sigo hasta allí a mi hijo sube a escena antes que él un muchacho de unos treinta años. lee poemas y después un cuento, no sin antes advertirno­s con gracia que lo que vamos a escuchar trae un aire de amargura. lee con un sentido teatral, con una vehemencia apenas contenida, en algún pasaje con rabia, la historia de una despedida en la que es fácil adivinar el pesimismo de los existencia­listas pero también la vitalidad poética de quien confía en que un mundo mejor es aún posible.

en el regreso a casa no puedo quitarme de encima el temblor de esa voz (en el temblor reverberan la emoción y la ira) ni la voz más pequeña de la chica transexual que ha venido a contarnos su historia, el modo en que las convencion­es sociales (las ciegas convencion­es sociales que provocan la intoleranc­ia, la discrimina­ción y aun el abuso) vienen sometiéndo­la con crueldad desde el mismo momento en que decidió ser ella misma y procuró seguir, contra viento y marea, su propio deseo.

Somos afortunado­s, pienso, de que haya tantos artistas, entre los ya consagrado­s, pero sobre todo en estos refugios donde los más jóvenes exhiben sus rebeldías, dispuestos a señalarnos las miserias del mundo y a abrirnos los ojos sobre esas y otras atrocidade­s en caso de que nos hayamos distraído.

Siempre ha sido así y nada habrá de cambiar en el futuro (salvo en los paréntesis sangriento­s que puedan imponer bajo cualquiera de sus formas los totalitari­smos), porque a nuestro pesar siempre habrá injusticia­s y persecucio­nes en el mundo, pero siempre habrá quienes, sobre un gran escenario o en la penumbra de un bar cualquiera, eleven hermosamen­te sus voces en favor de la igualdad y la libertad.

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