LA NACION

Destino de culto

Entre raíces afro e iglesias coloniales, la ciudad histórica del Nordeste brasileño no pierde el don de conceder deseos

- Textos Carlos W. albertoni

Tiene veinticinc­o años, piel de ébano, ojos oscuros y el pelo amarrado con una tela roja a modo de turbante. Se llama Adriana, lleva una blusa blanca bordada a mano, falda muy amplia, collar largo y unos enormes aros que remiten a su indudable herencia africana. Con la voz suave ofrece unos deliciosos acarajé, buñuelos fritos en aceite de dendé que se acompañan de salsas picantes y camarones secos. Lleva ya vendidos más de una docena en lo que va de la mañana y confía en llegar a más de treinta buñuelos cuando al terminar la tarde deje su puesto callejero ubicado en el Pelourinho, el barrio más tradiciona­l de Salvador de Bahía. “Nadie se resiste a este manjar”, asegura Adriana con una sonrisa que le forma dos hoyuelos en las mejillas.

Salvador es la capital del Estado de Bahía, en el nordeste de Brasil. Fundada en 1549 por el conquistad­or portugués Tomé de Sousa, fue en sus comienzos la ciudad más importante de la Corona de Portugal en el continente americano gracias a las enormes riquezas que generó la exportació­n de azúcar a Europa. De aquellos tiempos de gloria, el principal legado es el barrio de Pelourinho, centro histórico de la ciudad ubicado sobre una colina que se eleva de manera abrupta casi cien metros desde el puerto costero. Declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, el Pelourinho está repleto de casas coloniales de frentes coloridos, calles angostas y empedradas, una vieja plaza municipal ladeada por edificios suntuosos, faroles de hierro en las esquinas y varias decenas de iglesias de los siglos XVI, XVII y XVII. “Todo aquí es maravillos­amente antiguo, casi como si alguien hubiera sacado una foto en el pasado y la estuviera mostrando ahora”, dice Adriana, la vendedora de buñuelos cuyo puesto callejero se encuentra justamente muy cerca de una de esas tantas iglesias. “Acá nada puede estar lejos de una iglesia, porque hay demasiadas”, bromea la vendedora.

De las muchas iglesias del Pelourinho, la más importante es la de San Francisco. Considerad­o uno de los templos más hermosos de todo Brasil, fue construido en estilo barroco en el siglo XVII y se caracteriz­a por los dos torreones que se levantan sobre la plaza empedrada de Anchieta. “La mayoría de las iglesias de este barrio son barrocas y es por eso que el Pelourinho se considera el mayor conjunto urbano barroco existente fuera de Europa”, explica Joaquim Barbosa, un estudiante de turismo que por unos pocos reales se ofrece a guiar a los visitantes por los mejores rincones de Salvador. “Me gusta enseñarle a la gente que viene aquí lo que tiene mi ciudad para mostrar. Disfruto mucho de lo que hago y además me sirve para ganar dinero y costear mejor los estudios”, señala Joaquim, para quien un recorrido por las iglesias de Pelourinho no puede estar completo sin una visita al muy colorido templo de Nossa Senhora do Rosario dos Pretos, que fuera construido totalmente por esclavos negros traídos de África. “Esta iglesia era la única a la que tenían permitido el ingreso los negros en la época colonial”, cuenta el joven guía.

Llegados especialme­nte del noreste de África, los esclavos negros fueron parte fundamenta­l de la población de Salvador de Bahía en los tiempos de la dominación portuguesa. “Pocos lugares de nuestro continente recibieron tantos escla- vos africanos como Salvador y mucho tuvo que ver la explotació­n del azúcar, que demandaba una enorme mano de obra. Hoy, los descendien­tes de esos esclavos constituye­n la mayor parte de nuestros habitantes al punto de que Salvador es considerad­a la ciudad con mayor concentrac­ión de población negra de todo el mundo fuera de África”, indica Joaquim.

Esas raíces africanas se ven especialme­nte reflejadas en el Pelourinho, en donde las pieles oscuras se multiplica­n por miles en cada esquina y los sonidos de los ritmos afro suenan tras los crepúsculo­s vespertino­s. “Aquí, especialme­nte en las noches, se tocan con fuerza los tambores pintados a mano con colores rojos, dorados, verdes y negros, que identifica­n al continente africano. En las calles se baila al ritmo de esos tambores y se cantan letras que recuerdan la esclavitud del pueblo negro en la época de la colonia y reivindica­n su lucha contemporá­nea por evitar la discrimina­ción racial”, agrega el guía.

En la periferia del Pelourinho se encuentra el elevador Lacerda, un ascensor público de 72 metros de altura que conecta la parte alta de la ciudad con la zona portuaria, a nivel del mar. Construido en 1873 por el ingeniero Augusto Frederico de Lacerda, operó inicialmen­te con dos cabinas que con el tiempo se convirtier­on en cuatro, actualment­e electrific­adasveinte personasy con cada capacidadu­na. El ascenso para y descenso por dichas cabinas permite disfrutar de las mejores vistas de la Bahía de Todos los Santos, usualmente repleta de barcos de todo tipo, así como del tradiciona­l y ya centenario Mercado Modelo. De estilo neoclásico, este enorme mercado tiene casi 8500 metros cuadrados tiendasde superficie­que ofreceny cuenta esencialme­ntecon 263 artesanías locales. Junto a estos locales funcionan los restaurant­es Maria de Sao Pedro y el Camafeo de Oxossi, dos de los mejores lugares de la ciudad para disfrutar de la cocina bahiana. “Aquí uno puede probar de todo y siempre quedar satisfecho. Pero lo mejor son nuestras moquecas, un guiso de pescados y mariscos que se prepara en olla de barro con aceite de dendé, y leche de coco. Todo acompañado siempre de farofa y arroz blanco”, sugiere Cristiane, que trabaja como mesera en el María de Sao Pedro, restaurant­e que acaba de cumplir noventa años.

Playas y atardecere­s

Hacia el sur del Mercado Modelo, siguiendo la línea costera que se orilla a la Bahía de Todos los Santos, se encuentra Porto da Barra, una muy tradiciona­l playa de Salvador que es célebre por sus magníficos atardecere­s. Y un poco más al sur se extienden las arenas blancas de Farol da Barra, balneario de aguas mansas cuyo nombre hace referencia a un histórico faro ubicado junto a la muy antigua Fortaleza do San Antonio desde cuyos muros se domina gran parte de la costa.

Sin embargo, las mejores playas para los turistas que lleguen a Salvador de Bahía se encuentran en las afueras de la ciudad, sobre las costas que se extienden hacia el norte. “Durante muchos años el turismo de esta zona eligió Praia do Forte como su destino favorito, que está ubicado a poco más de una hora de viaje desde Salvador. Pero en los últimos tiempos ha tomado mucha fuerza la opción de las playas de Imbassai, que tienen unas condicione­s de viento y oleaje que las hacen distintas a cualquier otra de la región. Por eso son ideales para los amantes de los deportes acuáticos”, afirma Joao Padilha, instructor de windsurf que todos los fines de semana se monta a las olas de Imbassai con su tabla.

Situadas a poco más de setenta kilómetros de Salvador, las playas de Imbassai tienen una extensión de nueve kilómetros de arenas muy blancas. Además de su muy largo frente, la anchura también es una caracterís­tica saliente de sus costas, ya que en ciertas zonas las arenas se adentran hasta cien metros desde la orilla.

En esos sitios de playas anchas suelen realizarse en las tardes cabalgatas que en algunos casos se adentran hasta las zonas de vegetación exuberante que rodea las arenas. “Además de un espectacul­ar sitio de playas, Imbassai es un sitio de variados encantos naturales. Aquí hay una reserva que protege una zona de dunas, pantanos, lagunas y ríos, en las que hay una enorme cantidad de fauna”, cuenta Joao Padilla, que también se revela como un apasionado de la naturaleza. “Montar sobre las olas y andar observando aves, monos y lagartos en los pantanos son excelentes complement­os. Uno te sumerge en la adrenalina y el otro en la tranquilid­ad”, agrega Joao.

Deseo en cintas de colores

Junto a sus playas, Imbassai cuenta también con un muy pequeño pueblo de pescadores cuyas dos calles principale­s convergen sobre la costa. En los atardecere­s, esas calles se pueblan de bahianos que ofrecen a los turistas las llamadas cintas del Señor de Bonfim, que supuestame­nte tienen el misterioso poder de conceder los deseos a sus portadores. Hechas en variados colores que se relacionan con el deseo a pedir, las cintas deben atarse a la muñeca con tres nudos y dejarlas ahí hasta que se rompan de manera natural. “Recién cuando se rompen las cintas, el deseo se cumple”, dice Marcia, que no sólo vende las cintas en Imbassai sino también en la Iglesia de Nosso Senhor do Bonfim, el inequívoco centro de la fe católica de los bahianos.

Ubicado en una colina que se levanta al norte de la ciudad de Salvador, el templo cuenta con dos enormes torres a cuyos pies se extiende una gran escalinata sobre la que una vez al año se realiza la Fiesta de la Lavada, una celebració­n en la que cientos de bahianas vestidas en sus trajes típicos lavan con agua perfumada cada uno de los escalones. “Es un momento único, en el que demostramo­s nuestra devoción para nuestro muy amado Señor de Bonfim”, dice Marcia, que ha participad­o numerosas veces de la fiesta. “Ese día, todos tienen sus cintas. Y a todos se les cumplen sus deseos”.

 ?? Foto: carlos w. albertoni ?? Colores unidos de Salvador: las tradiciona­les cintas del Señor de Bonfim, para cumplir deseos
Foto: carlos w. albertoni Colores unidos de Salvador: las tradiciona­les cintas del Señor de Bonfim, para cumplir deseos
 ?? Fotos Carlos W. albertoni t shuttersto­Ck ?? Para hacer capoeira o para zambullirs­e, la destreza de los bahianos impacta
Fotos Carlos W. albertoni t shuttersto­Ck Para hacer capoeira o para zambullirs­e, la destreza de los bahianos impacta
 ??  ?? Las empinadas calles del Pelourinho, repletas de iglesias, música y fachadas de colores
Las empinadas calles del Pelourinho, repletas de iglesias, música y fachadas de colores
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina