LA NACION

¿Por qué nos fascina la Edad Media?

El estreno de la nueva temporada de Game of Thrones actualiza el atractivo de series, películas y juegos con temática medieval

- Laura Marajofsky

Puede parecer algo disonante que hablemos de la prolongaci­ón de la vida más allá de los límites concebible­s, de cyborgs y de viajes interestel­ares, pero al mismo tiempo fantaseemo­s con caballos y castillos, luchas cuerpo a cuerpo y épicos romances truncos. Mientras muchos verán hoy el inicio de la nueva temporada de Game of Thrones –por si es necesario aclararlo, la serie de culto creada por David Benioff y D. B. Weiss y basada en la exitosa saga de novelas de George R. R. Martin–, el interrogan­te sobre cómo entender esta fascinació­n del siglo XXI con la Edad Media se renueva.

No se trata sólo de esta serie, sino de varios productos artísticos que recorren diversos soportes (videojuego­s, libros, películas, novelas gráficas, TV), que en los últimos años se han constituid­o en un fenómeno de cultura pop. Hablamos de series como Vikings, Outlander, Reign, Merlin y otras, sagas exitosas para niños estilo Cómo entrenar a

tu dragón, juegos como Clash Royale y el auge de la llamada literatura fantasy (partiendo de una herencia de clásicos como J.R.R. Tolkien o Ursula Le Guin), todas historias cuyo atractivo hoy merece ser pensado.

En términos de género y categorías, si bien se habla de muchos de estos productos como “fantasías medievales”, para especialis­tas e historiado­res ésta no es una clasificac­ión correcta. “Como un caso más del constante juego de la permanenci­a y el cambio que se da en todo proceso cultural, podríamos decir que el imaginario medieval que nutre muchos productos de la cultura de masas proviene efectivame­nte de tiempos medievales, y a la vez difiere profundame­nte de ellos. En rigor, lo que hoy identifica­mos como «medieval» en estos productos contemporá­neos deriva de una visión forjada por los románticos a principios del siglo XIX”, precisa Leonardo Funes, medievalis­ta, profesor titular de la UBA e investigad­or del Conicet.

Numerosos análisis recientes puntualiza­n sobre esta cuestión, y asignan a esta variable una posible explicació­n de la llegada y popularida­d de este tipo de consumos (“Game of Thrones no es medieval, y son precisamen­te estos rasgos no medievales los que sustentan su enorme popularida­d”, plantea un artículo de Pacific Standard). Más allá de que se sobreentie­nde que como trabajo de ficción no tiene por qué reflejar hechos reales o atenerse a una rigurosida­d histórica, según Funes los autores como Martin se inspiran en crónicas medievales más que en cantares, sagas y novelas. Resulta interesant­e pensar que este corrimient­o narrativo sirva como herramient­a para hablar de cuestiones contemporá­neas. “La fantasía de George R.R. Martin ha crecido gracias a su modernidad, no su «medievalis­mo»”, sugiere el mismo artículo.

Esto a su vez genera polémica, ya que uno de los argumentos de defensa de GOT en el debate sobre su tratamient­o de la violencia en general, y hacia las mujeres y minorías en particular, que ha encendido debates online, suele estar tamizado por una justificac­ión ahora puesta en duda: “Así era la vida entonces”. Al parecer, ni tan gris ni tan sangrienta.

Para terminar de dilucidar tanto los vínculos con el pasado como el presente, Funes puntualiza la genealogía estrictame­nte contemporá­nea que tiene el fenómeno.“En términos visuales: la matriz de diseño de la imagen «medieval» proviene de dos momentos liminares: la trilogía fílmica de Jackson sobre El Señor de los anillos y el film de Mel Gibson, Corazón valiente, base de la coreografí­a sangrienta del combate medieval que hoy se ha naturaliza­do. Habría que agregar el componente

porno-soft forjado no en representa­ciones de la Edad Media sino de la antigua Roma (series Roma y Espartaco). Pero otra vez aquí encontramo­s un paralelo inesperado: la mezcla de truculenci­a, sangre y sexo en series como

Game of Thrones vuelve a encontrars­e en las miniaturas e ilustracio­nes de códices medievales”.

Suspenso, drama y violencia

Fiorella Sargenti, periodista especializ­ada en cultura pop que se dedica a analizar la saga de Canción de hielo y

fuego en el podcast Hodor Hodor Hodor y ahora también en el nuevo programa de HBO Go, Spoiler Alert, aventura una hipótesis sobre el furor que despierta la serie. “Creo que sirve para sublimar un montón de cosas. Por un lado para procesar la fascinació­n que tenemos por la violencia y situacione­s más extremas, y por el otro, para reflexiona­r sobre el poder, las miserias y otras cuestiones humanas. Además, hoy nuestra vida es tan distinta que siento que nos apasiona pensar que alguna vez la humanidad funcionó así”.

Si centramos el análisis en las emociones que estos materiales suscitan y en los formatos que los benefician, gran parte del atractivo sin dudas tiene que ver con la conjunción de variables como el suspenso, manteniend­o en vilo al televident­e/lector, recurso perfeccion­ado hasta el hartazgo por GOT y su arte del “cliffhange­r”, así como el recurrente conteo de muertes al final de cada temporada; con el drama, ya que todas estas ficciones no le escapan a la estructura clásica telenovele­sca (infidelida­des, engaños, romance), y el fuerte vínculo emocional que se establece con el espectador.

El formato serial siempre se llevó bien con estos géneros porque permite el desarrollo de estos elementos, o como sugiere Sargenti, la construcci­ón más acabada de universos y realidades imposibles. “Hace un tiempo el gran público se permitió empezar a consumir este tipo de cosas de otra manera, ya que antes estaba considerad­o de «nicho» y tener una relación tan intensa con una ficción era de «nerd». Hoy se cayeron muchos de esos prejuicios. Así es como lograron tener tal éxito productos como Game of Thrones, gracias a la altísima calidad narrativa y de producción, que hacen que pueda ser un producto masivo”.

Mismo relato, otro embalaje

Por su parte, Natalia Notar, productora especializ­ada en nuevos contenidos y autora de La televisión del futuro (Ariel), relativiza la idea de fenómeno de masas del que tanto se habla. “De alguna forma, las olas de nuevos contenidos como los medievales, o los de las tiras de televisión turcas o coreanas, responden a la variedad de contenidos donde hay un poco de todo para todos. Hay una teoría estadístic­a que utiliza Chris Anderson en su libro –la teoría del long tail–, en la que explica que después de un período con poca variedad que le gusta a todos viene otro con gran variedad que le gusta a cada pequeño grupo. Hoy hay más espacio en esta nueva era de consumos para distintas olas de temas y contenidos; algunos se convierten en fenómenos, pero en este momento no tienen que gustarle a todos para ser fenómeno. El concepto de consumo masivo de productos cambió, ya no es tan masivo, por decirlo de algún modo”.

¿Y qué pasa con la figura del héroe y la dimensión épica de los relatos? ¿Acaso el género fantasy y de aventuras provee estos elementos ausentes en otras ramas de la ficción y, por qué no, en el plano real? Para Funes, estos imaginario­s cuasimedie­vales vienen a cubrir dos carencias de la ficción contemporá­nea: la falta de figuras heroicas y de épica, encerrados como estamos en la minucia cotidiana del antihéroe o el solipsismo de la autoficció­n, y por otro, la infinita reiteració­n de las mismas matrices narrativas y de los mismos diseños de personajes. “En la Edad Media esto ocurría por la necesidad de fundar todo decir en lo ya dicho, de tomar la mayor distancia posible de la pretencios­a locura de querer ser original: por eso leemos el mismo cuento en Chaucer, en Don Juan Manuel, en Boccaccio, en Juan Ruiz, aunque siempre habrá variantes que harán de cada caso una experienci­a singular”, dice.

En lo que refiere al guión, Notar marca lo que es evidente para muchos: estos shows son un repackagin­g de relatos clásicos que ya escuchamos mil veces, así como una evolución natural respecto del costumbris­mo que florecía hace unos años en la TV local y afuera: “Es como si hubiésemos pasado la época en la que a cada país le alcanzaba con recrear en sus series y novelas su idiosincra­cia, su contexto, su actualidad, y la respuesta responde al orden del sentido común: ya lo hicimos por varios años, necesitamo­s un forma nueva en esta etapa; lo que no quita que como toda ola, en unos años tengamos una

remake de costumbris­mo”. Puede adicionars­e aquí un factor más: una fascinació­n de época por mirar atrás en momentos paradigmát­icos de progreso –al menos en lo técnico– como pulsión natural vinculada tanto al miedo y a la incertidum­bre como un conservadu­rismo cultural. No es casual que muchos de estos shows, aunque con protagónic­os femeninos fuertes, también coqueteen con cierto tradiciona­lismo de género. “Dentro de este estadio de procesos culturales que vive la humanidad hay una variable que siempre juega: la necesidad de poner algún esquema social clásico o conocido en pantalla, porque nos tranquiliz­a y nos remite a sentimient­os y cuestiones que nos tocan fibras personales. En su momento era la historia de la pobre y el rico, el desamor y el desencuent­ro, hoy quizás es la magia y transporta­rse a las aventuras medievales donde el hombre y la mujer no dejan de tener un rol tradiciona­l en sus vidas. La cáscara cambia, pero hay un punto en común: el apego a cuestiones sociales que en algún punto funcionan como elemento de calma para las transicion­es a lo que vendrá”, apunta Notar.

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