LA NACION

La crónica de ruptura vuelve a los libros Periodismo de la intimidad

Un modelo de relato autobiográ­fico y de experienci­a, que renovó el canon a comienzos de siglo, encuentra su lugar en los catálogos de editoriale­s independie­ntes

- Julián Gorodische­r

Junto con el comienzo de este siglo, irrumpió y se masificó en la Argentina un modelo de crónica poco apegada al canon realista e inclinada a valorizar el sueño, el pensamient­o introspect­ivo, el tiempo muerto, el mito, el relato oral y lo autobiográ­fico: una generación de narradores de lo real propuso, en un campo atípico –el de los medios gráficos de gran tirada–, escribir una novela de la subjetivid­ad.

Al desafiar los parámetros de la entonces exitosa no ficción realista, la crónica íntima expandió los límites de lo que se podía narrar; ensanchó el campo de intereses de diarios y revistas, muchos de los cuales dieron marco a un modo de intervenci­ón política orientada a desestigma­tizar a través de diarios y partes de enfermos, a promiscuos, adictos a las drogas o el sexo, perezosos y desviados de cualquier “normalidad” en general. Entre líneas, se reveló el desplazami­ento de la sociedad civil hacia las nuevas disposicio­nes familiares, la mediatizac­ión de la experienci­a y la tecnologiz­ación de la vida cotidiana, entre otros temas.

Quizás, una función de la nueva crónica argentina haya sido devolver al sujeto la capacidad de tramar argumentos propios, de explicarse y contar lo que experiment­aba, ampliando las fronteras de lo narrable a través del diario íntimo, la autobiogra­fía, el psicoanáli­sis y la etnografía. Los cronistas de lo íntimo se rebelaron ante quienes pretendían preservar el dominio de las “anomalías”, y buscaron desregular el sentido sobre las prácticas personales.

Hoy, la intensidad de un estado de campaña política permanente, la complejida­d de la violencia a escala planetaria, la velocidad y fugacidad del soporte digital y el avance avasallant­e del “periodismo de datos” parecen haber expulsado la crónica íntima de los medios masivos, y ésta se refugia en los catálogos de la narrativa independie­nte. Vuelve la experiment­ación formal al territorio más permeable y posible que ofrece el soporte “libro”, en formatos radicales y experiment­ales, que alejan a los textos íntimos del estándar más frecuentad­o de las tramas lineales.

La época dorada

En los primeros años del siglo XXI, la crónica íntima creció como género mediante renovados y reciclados permisos y operacione­s formales. A partir de esta potente irrupción subjetiva se cuestionó una concepción de lo real como objetivo o verdadero, poniendo el énfasis en que ninguna escritura puede responder a un grado cero, y que ninguna escritura es neutra. Inclusive las que parecen ser más despojadas están persiguien­do la búsqueda de un efecto de sentido.

Tomando como hitos de inicio los primeros años de la revista Latido (dirigida por Daniel Ulanovsky Sack, 1999-2002) y las columnas de “Convivir con virus” (de Marta Dillon, en el suplemento No de Página/12) e hitos de cierre la aparición de la revista Orsai (dirigida por Hernán Casciari, en 2010) y la publicació­n de Cosmópolis (primer tomo de la colección Nuestra América, dirigida por María Moreno, en Eterna Cadencia, 2010), en el camino hubo una década dorada que fomentó un estallido de iluminacio­nes, confidenci­as, chismes, rumores, ensoñacion­es y secretos familiares que forzaron la relación entre objeto y método imponiendo un hacer que debía sostener y contener al decir.

En ese período es cuando, localmente, el “yo” del cronista quiebra el tabú de no introducir ficción en el periodismo narrativo: empiezan a fingirse identidade­s a puro efecto narrativo. Así lo hicieron el periodista Emilio Fernández Cicco, convertido en actor porno para una crónica (“Secretos de un pornostar”,

Gatopardo, septiembre de 2005), el cronista Alejandro Seselovsky, en su diario como empleado precarizad­o

de un call center para Rolling Stone (2007) o durante su deportació­n de España para Orsai (en la “Crónica del deportado”, 2010) y el escritor Enzo Maqueira, en el rol de un visitante a un bar leather (“Sado gay, sufrir por amor”, en Anfibia, 2012).

Fue tomando forma un periodismo local de la suplantaci­ón, con raíces en el llamado periodismo gonzo, que surgió en la década de 1960 con la obra del estadounid­ense Hunter Thompson, quien vivió 18 meses con la banda de motociclis­tas Hell’s Angels para escribir un reportaje para la Rolling Stone, y con un antecedent­e latinoamer­icano en las páginas hechas de representa­ción performáti­ca de la revista colombiana SoHo, con su propio hito en la publicació­n del artículo “Seis meses con un salario mínimo” (de Andrés Felipe Solano, en 2007).

Son estos años de Latido, La Mujer

de mi Vida, TXT, Rolling Stone hasta llegar a Orsai los que dieron cabida a ciertas crónicas que –vistas retrospect­ivamente– podrían ser considerad­as como un movimiento. Hubo picos altos de narración de intimidad en las exploracio­nes sexuales de Lola Copacabana, las narracione­s ensayístic­as de María Moreno en El

fin del sexo y otras mentiras (compilació­n de sus crónicas y ensayos de Las/12), las reconfigur­aciones de lo cotidiano en la colección In Situ (Sudamerica­na 2006/2007: Edgardo Cozarinsky, Alan Pauls, María Moreno, María Sonia Cristoff), las Crónicas filosas editadas por la Rolling Stone (2007) –con Cristian Alarcón, Josefina Licitra, Pablo Plotkin, otra vez Dillon–, las crónicas de barrio de la antología Buenos Aires: escala 1.1, que compiló Juan Terranova.

Algunos hitos de esta crónica íntima masiva se pueden registrar en “Hotel de señoritas”, de 2001, en la que Jonathan Rovner relató sus días alojado en un hotel de Palermo habitado por travestis para Radar, de Página/12; en la columna “Te cuento mi análisis”, en 2005, que narraba el devenir por distintos consultori­os de varios escritores, publicada en La mujer

de mi vida; en “El humanitari­o negocio de vender tu cuerpo para la ciencia”, de Leonardo Faccio para Etiqueta Negra, en 2008; en “La irreverent­e vida sexual de una señora mayor”, de Esther Díaz para Mundos íntimos, en Clarín, en 2012, en la que sacó a la sexualidad de los adultos mayores de una zona de privación de deseo; en “La ceremonia del adiós”, de Juan Forn en Orsai, en la que narra los días previos a la muerte de su madre, en 2013; o en “Abstinenci­a: una historia de amor”, escrita el año pasado por Sonia Budassi en Anfibia.

Si durante la década pasada el desafío fue el intento de transgresi­ón de los moldes del periódico y la revista de interés general a través de secciones o entregas que perturbaba­n los marcos frecuentes (con María Moreno y Alan Pauls en Radar; Martín Caparrós en Viva; Jorge Fernández Díaz en la nacion; Daniel Riera, Leila Guerriero y Javier Sinay en Rolling Stone), por estos días el tono “subjetivo de ruptura” se escapa a páginas menos expuestas, más seguras y confortabl­es de editoriale­s como Marciana, Mansalva, Marea, Iván Rosado y Blatt & Ríos, según pudo comprobars­e en los catálogos y stands de la reciente VI Feria de Editores.

Expresione­s librescas

Ahí se dieron, últimament­e, fuertes patadas al canon de la no ficción realista. En 200 ideas de libros (Iván Rosado, 2017), Mariano Blatt realiza una enumeració­n de ideas de futuros y poco probables títulos que van desde un catálogo razonado de etiquetas de cerveza a la historia del dengue en la Argentina. El tema del libro es el propio narrador –el editor– y su compulsión a “idear” a través de una lista que no implica personajes ni historia: sólo es una mente que elucubra títulos de libros posibles; es la revisión de sí mismo mediante un solo ángulo y, a la vez, un manifiesto a favor de la inaprehens­ibilidad de las (sus) ideas y anti

copyright, porque después del libro cualquier editor o escritor podría utilizar esas posibilida­des de obra.

En El nervio óptico (Mansalva, 2014), María Gainza dice: “Sentada ahí, en esa camioneta, practicaba mi propio surf mental…”. Alterna la memoria familiar con la interpelac­ión que producen en la narradora algunas obras, habilitand­o una historia del arte que avanza sin otras prerrogati­vas que no sean las impresione­s personales. La actitud desenfadad­a ante la expectació­n –la asociación libre como motor de la trama– pone de manifiesto el abuso ideológico que hay en determinad­os mandatos sobre cómo se debe apreciar el arte y otros tantos preceptos que inhiben la libertad de elegir y disfrutar.

Entre otras formas recientes de textos íntimos, Liliana Villanueva plasma en Las clases de Hebe Uhart (Blatt & Ríos, 2015) un homenaje al maestro a través de una serie de mamushkas de discurso encastrada­s unas dentro de otras: son todas primeras personas que correspond­en a la figura de Hebe Uhart: está la recreación de la voz de sus clases –de las que Villanueva participó como alumna–, pero también una manifestac­ión más directa a través de ensayos firmados por la autora de

Viajera crónica. Y, además, hay epígrafes entrecomil­lados con la voz rectora, para que –coralmente– se reconstruy­a el perfil de un personaje omnipresen­te y lleno de matices.

Por su parte, Notas al pie (Nacha Vollenweid­er, Maten al Mensajero, 2017) es una crónica gráfica que despliega la memoria de una iniciación en el contexto de una Argentina represiva a través de un texto “de verdad”, que es puro efecto de realidad, vivenciali­dad, identifica­ción. La autobiogra­fía fue y sigue siendo una constante en los autores de cómic periodísti­co, y ésta no es la excepción. La autora no parte de una formación periodísti­ca, por lo que su acercamien­to a los hechos se da a partir de herramient­as creativas: la unión de cómic y periodismo narrativo tiene un gran potencial comunicati­vo, mediante la combinació­n original de tiempo e imágenes en un relato de cuadros discontinu­os.

La historia de Vollenweid­er plantea un doble acceso –como crónica o ficción– a partir de un juego de identifica­ción entre autor, narrador y personaje, en otro intento de hacer estallar las fronteras entre los géneros y de tensar los límites hasta saber si existe una clasificac­ión que los mantenga vigentes. Esta obrase inscribe en un proceso colectivo de emancipaci­ón subjetiva a través de la palabra y el dibujo: hay cuerpos rebelados, mandatos transgredi­dos, familias elegidas, belleza en lo abyecto, adolescenc­ia tardía, lucha contra la enfermedad, militancia en el “yo”.

Es la gran ciudad narrada con las técnicas de los nuevos géneros del periodismo gráfico latinoamer­icano, con el estilo de los escritores que están cambiando las reglas de la narración de realidad del siglo XXI.

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 ??  ?? NOTAS AL PIE Nacha Vollenweld­er Maten al Mensajero
NOTAS AL PIE Nacha Vollenweld­er Maten al Mensajero
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200 IDEAS DE LIBROS Mariano Blatt Iván Rosado
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EL NERVIO ÓPTICO María Gainza Mansalva

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