El progreso en el arte o el capricho de la historia
En la entrevista que publicó
el fin de semana la nacion pasado, Daniel Barenboim hizo una afirmación terminante sobre el compositor Richard Strauss. Dijo que, considerada en términos históricos, su posición musical y artística era sencillamente “indefendible”. “No se lo puede tomar en serio históricamente.” El Maestro se refería a lo siguiente: tras alcanzar, sobre todo con sus óperas Elektra y Salome, un punto muy cercano al abandono del orden tonal (salto que terminaría dando Arnold Schönberg), Strauss dio marcha atrás y volvió sobre sus pasos para trabajar en un estilo anterior. Aunque admire a Strauss por otros motivos, Barenboim, cuyo pensamiento está fuertemente orientado por la idea de progreso, entiende la defección straussiana como un desvío inaceptable. Muchos de los programas que Barenboim prepara se rigen también por esta idea: un viaje musical que va, por ejemplo, de Richard Wagner a Schönberg, y de Schönberg a Pierre Boulez.
Una vez publicada la entrevista, un compositor argentino que vive desde hace años en Berlín y que respeta especialmente la genialidad de Barenboim, me hizo saber su desacuerdo con esa posición. La historia, decía él, no se puede transitar al revés ni al derecho: la historia no tiene dirección. Es aquí donde la discusión se pone de veras interesante porque pasa del caso a la generalidad: ya no se trata sólo de la posición presuntamente regresiva de Strauss sino de toda una consideración sobre las condiciones mismas del progreso. Dicho de otra manera: ¿existe en realidad el progreso artístico o es una simple superstición filosófica de la que terminamos convenciéndonos?
Es imposible mediar entre esas posiciones, y esto por dos motivos: el primero, porque, en la anécdota musical del principio, las perspectivas de un intérprete y de un compositor son diferentes; el segundo, porque lo que está detrás es la colisión entre la jerarquía de lo moderno y el estallido de lo contemporáneo. Es una discusión bastante lejana en el tiempo que, probablemente, no terminará nunca de saldarse.
Desde el punto de vista de la crítica de arte, la renuncia a la noción de progreso se vuelve muy problemática. Después de todo, si la historia no tiene ninguna dirección, si el progreso mismo entró hace mucho en crisis, ¿cómo hacer para determinar la validez histórica de las formas, de las obras, aun de la renuncia a la categoría de obra? Una conclusión provisoria: el progreso se ha vuelto problemático, es cierto, pero el hecho mismo de que se haya vuelto problemático pertenece a la dialéctica histórica que constituye el progreso en cuanto tal. La historia actúa en silencio, sin que nos demos cuenta.