LA NACION

El derecho de propiedad y el caso PepsiCo

Quien invierte para aumentar la producción y crear riqueza pone siempre como primera condición la preservaci­ón de lo que construye o adquiere

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La decisión de la empresa PepsiCo de desplazar la producción de su fábrica de Vicente López a Mar del Plata despertó reacciones agresivas y violentas a pesar del sobrecumpl­imiento de las disposicio­nes legales para realizar ese proceso. Un número relativame­nte reducido de operarios que no aceptó ni el traslado ni una indemnizac­ión duplicada ocupó ilegalment­e la planta. La orden judicial de desalojo no fue acatada y se requirió el uso de la fuerza policial. Una resistenci­a violenta registró la presencia de líderes de izquierda que intentaron dar a los episodios el carácter de una persecució­n política de un gobierno elitista a obreros que luchaban por pan, trabajo y justicia.

La empresa tomó una decisión encaminada a mejorar su eficiencia, llevando su producción a otra planta propia cercana a su principal fuente de materia prima. Más allá de las absurdas hipótesis conspirati­vas elaboradas por quienes quisieron hacer del caso un motivo de “resistenci­a social”, la cuestión se resolvía dentro de la ley. La mediación oficial con la intervenci­ón del gremio de la alimentaci­ón logró favorecer a los despedidos con doble indemnizac­ión. Sin embargo, la Sala VI de la Cámara Nacional del Trabajo interpretó posteriorm­ente que el Ministerio de Trabajo y PepsiCo no habían cubierto todos los requisitos del procedimie­nto preventivo de crisis y dispuso la reincorpor­ación. Más allá de la apelación subsistent­e a esta cuestionab­le decisión, en la comunidad judicial y en ámbitos profesiona­les y empresario­s predomina la interpreta­ción de que el derecho de propiedad no ha sido respetado.

El asunto no es leve cuando el país necesita urgentemen­te recuperar la seguridad jurídica y la confianza para alentar las inversione­s y crear empleo. El respeto irrestrict­o a los derechos fundamenta­les es condición ineludible. Los derechos naturales fundamenta­les son anteriores a la creación del Estado. Son aquellos que posee todo ser humano por el solo hecho de haber nacido. Los más relevantes son el derecho a la vida y a la libertad, es decir, a elegir cada uno su propio camino siempre que respete el derecho de los demás. Les sigue el derecho de propiedad.

Las democracia­s liberales que surgieron primero en Occidente, pero que incluyen países tan distantes como Japón, Australia o Nueva Zelanda, deben su éxito a haber establecid­o constituci­ones que reconocen y protegen estos derechos preexisten­tes para todos por igual. A partir de la implementa­ción de estas institucio­nes, y en particular del derecho de propiedad, el desarrollo de cualquiera de estos países ha sido notable, tanto en crecimient­o de la producción de bienes y servicios como en la destrucció­n de la pobreza y las enfermedad­es. Hay una notable correlació­n internacio­nal entre un alto índice de respeto al derecho de propiedad y el nivel de desarrollo de los países. No hay más que comprobar que quien invierte para incrementa­r la producción y crear riqueza pone siempre como primera condición preservar la propiedad de lo que construye o adquiere. Debe tenerse presente que la afectación de este derecho no necesariam­ente resulta sólo de una confiscaci­ón directa, tal como fue la de las cuentas de los aportantes a la jubilación privada, de la que el mundo no se olvida. También puede ser consecuenc­ia de un aumento desmedido de los impuestos, del control de precios, de los cepos cambiarios, de los defaults de la deuda pública o de fallas en hacer respetar la ley ante ocupacione­s ilegales y episodios como el de PepsiCo.

Estas desviacion­es han sido lamentable­mente reiteradas en la historia de nuestro país y, aunque vuelven a ocurrir, se vive hoy positivame­nte la expectativ­a de un cambio. En efecto, recienteme­nte se dio a conocer el Índice Internacio­nal de Derechos de Propiedad 2017 (IPRI, por sus siglas en inglés), elaborado anualmente por Property Rights Alliance (PRA), que fue difundido en la Argentina por la prestigios­a Fundación Libertad y Progreso. El índice está compuesto por tres elementos: los derechos a la propiedad física, los derechos a la propiedad intelectua­l y un tercero referido a la estabilida­d política y el Estado de Derecho. El índice correspond­iente a 2017, con datos del año anterior, muestra que Nueva Zelanda se ubica en el primer lugar mundial, con una puntuación de 8,63 sobre 10. La Argentina tuvo luego del cambio de gobierno una mejoría de 0,45 puntos, llegando a 4,57. Un significat­ivo 10,9%, pero se encuentra todavía en el puesto 16 en la región de América latina y el Caribe, y en el lugar 97 sobre el total de 127 países que abarca la medición. Es una comprobaci­ón positiva para nuestro país, aunque debe necesariam­ente mejorarse.

En el caso argentino, en el último año y medio mejoró un 4,7% el subíndice de estabilida­d política y aplicación de la ley, pero hay tareas pendientes en independen­cia judicial y en corrupción. El componente referido a los derechos de propiedad física, la contracara del caso PepsiCo, arroja 5,05 puntos. En cuanto a la propiedad intelectua­l, el índice ubica nuestro país en 4,84 puntos, estando muy bien en cuanto a la protección de patentes (7,12) a pesar de las reconocida­s dificultad­es en la actividad farmacéuti­ca.

En América latina, Chile sigue siendo el país que mejor respeta la propiedad y alcanza el puesto 28 a nivel mundial. El segundo es Uruguay. En los últimos lugares del ranking latinoamer­icano aparecen los países que han transitado por políticas populistas: Venezuela está última y penúltima en la tabla mundial, seguida de peor a mejor por Bolivia, Nicaragua, Paraguay y la Argentina. Es evidente que el populismo, practicado intensamen­te en los países del eje bolivarian­o y en la Argentina por la anterior gestión kirchneris­ta, ha sido desafecto a respetar la propiedad y ha hecho estragos en la vida de quienes lo sufrieron. La corrección de este desvío en la Argentina, medida por el IPRI, debe verse como un cambio positivo que alienta a esperar otras acciones que encaucen nuestra economía y permitan superar los gravosos desequilib­rios heredados. Una correcta actuación de la Justicia en el caso PepsiCo apuntalarí­a esta tendencia.

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