Trump y el Rusiagate
La llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos está impactando en forma adversa en la imagen exterior de su país. Primero porque, dejando de lado la solidaridad, ha izado la bandera del egoísmo, con la política que él mismo ha denominado “Primero América”. Será ciertamente difícil mantener el liderazgo del mundo con semejante orientación. En segundo lugar, porque la existencia de una “conexión” rusa a lo largo de la última campaña electoral comienza a transformarse en una peligrosa realidad. Especialmente, tras las declaraciones del hijo del presidente norteamericano, quien admitió haber procurado información que podía dañar a la candidata del Partido Demócrata, Hillary Clinton, durante la campaña.
Los tribunales, en definitiva, decidirán si esa conducta fue o no ilegal. No obstante, desde el punto de vista ético, lo ocurrido merece una fuerte reprobación.
Ante lo sucedido, las instituciones norteamericanas están funcionando adecuadamente, porque existe un Poder Judicial independiente y de excelente calidad, además de investigaciones que avanzan y aseguran un mínimo de objetividad.
Lo cierto es que, lejos de disiparse, la sombra que sugiere la existencia de un apoyo electoral ruso a la campaña de Trump sigue flotando sobre él. El presidente norteamericano no consigue alejarse del tema, que preocupa dentro y fuera de su país. Sus recientes palabras en el sentido de que la gestión de su hijo frente a la oferta rusa de información es “normal” en el mundo de la política no sólo es desafortunada, sino que alimenta y expande el desencanto de muchos respecto de procederes cuestionables en lo más alto del escenario político de los Estados Unidos.