LA NACION

No se debe vulnerar la intimidad

- Martín Elizalde

Luego de atentados en el Reino Unido, hay quienes demandan mayor intervenci­ón de los gobiernos en las comunicaci­ones conducidas por medio de Internet. Redes sociales y mensajería­s se perciben como un repositori­o de informació­n que, monitoread­o, puede brindar claves de un ataque futuro en cualquier país.

Quienes así piensan, demandan que los gobiernos legislen un marco agresivo de monitoreo sobre la actividad online de sus ciudadanos. En la búsqueda de un modelo, podrían seguir el ejemplo del país occidental con mayor grado de intervenci­ón estatal en este terreno. Y ese es el Reino Unido, con su Investigat­ory Powers Act de noviembre de 2016.

Esta norma fue propiciada por la entonces ministra del Interior, Theresa May, ahora primera ministra. En el Reino Unido hay cámaras de seguridad en todas partes, especialme­nte en la ciudades, y muy pocas restriccio­nes para su gobierno a la hora de recolectar su data de Internet y telefonía. No satisfecha con sus poderes, May propone atacar lo que llama “espacios seguros en el Internet”, sin definirlos legal o tecnológic­amente.

May diseñó facultades investigat­orias similares a las de un Estado autoritari­o. Que se encuentran en la Investigat­ory Powers Act de noviembre de 2016. Veamos.

Según la ley, los proveedore­s de servicios deben conservar el historial de conexiones de cada cliente –la lista de servicios y website que son usados y cuándo lo son– por 12 meses y quitarles el encriptami­ento si así se requiere. Y puede acceder a la metadata de esas comunicaci­ones online sin orden judicial. El gobierno puede emitir órdenes para examinar los denominado­s

Bulk Data Sets: la informació­n personal online de una persona, incluidos sus registros médicos, financiero­s y tributario­s. Lo más grave es que el papel de la justicia en el dictado de las órdenes de registros es secundario y tardío. La autoridad que controla este aparato es administra­tiva, no judicial. El impacto de esta ley en otros países está por verse, sobre todo en aquellos con institucio­nes débiles y líderes vociferant­es. Seguir el ejemplo del Reino Unido sería allí nefasto para el desarrollo de las libertades civiles, como el acceso y uso de Internet, sin espionaje estatal.

Además, el récord de seguridad del Reino Unido sugiere que los poderes de intervenci­ón en la actividad online de sus ciudadanos, no han impedido los atentados criminales. Posiblemen­te, mientras más se interviene, más sofisticad­a es la respuesta de los delincuent­es. Si se debilita un encriptami­ento, el próximo será más difícil de descifrar. Y así sucesivame­nte. Internet no puede ser erradicado.

Quizá la respuesta para combatir al terrorismo sea ejercitar más investigac­ión de campo, sin dañar las libertades de rango constituci­onal de la democracia. En este sentido, la reducción de efectivos policiales ordenada por May un tiempo atrás no ayuda. Cuando la entonces secretaria del Interior despidió a 20.000 empleados de los servicios de policía, dejó manco el aparato de investigac­iones de campo. El porcentaje de ciudadanos radicaliza­dos por la acción exclusiva de Internet es ínfimo. La idea del lobo solitario, que está pegado todo el día a la pantalla de su dispositiv­o hasta convertirs­e en un monstruo, no es acertada. La mayoría de los terrorista se transforma en eso gracias a la interacció­n personal. Internet no tiene un papel prepondera­nte. Si entregamos nuestra libertad de expresión y nuestra privacidad en aras de la lucha contra el terrorismo, es muy poco lo que vamos a poder proteger. Abogado. Especialis­ta en seguridad informátic­a

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