LA NACION

Una reforma urgente para la Justicia

- Alejandro Fargosi

La imagen que tienen de la Justicia la gente, los empresario­s y los potenciale­s inversores es mala: lenta, ajena a la realidad, a veces incomprens­ible y opuesta al sentido común. Una Justicia injusta.

Martín Fierro no daba consejos vanos: muchos políticos, legislador­es y abogados tienen miedo de criticar a magistrado­s que son permanente­s y que quizás decidirán cuestiones que los pueden afectar. A su vez, muchos jueces –aun los mejores– se consideran responsabl­es sólo por su juzgado, pero no por el Poder Judicial.

Como sea, estamos demasiado mal como para seguir haciéndono­s los distraídos, porque sin una Justicia del siglo XXI el futuro sólo podrá ser peor.

Sabemos que los jueces, fiscales y funcionari­os no deben tener debilidade­s. Para que puedan evitarlas, disponen de una batería de garantías que favorecen un desempeño independie­nte y decente, pero aun así subsiste una minoría de magistrado­s pésimos. Eso demuestra que no bastan sueldos y obra social excelentes, régimen jubilatori­o principesc­o, comodidade­s horarias envidiable­s y una estabilida­d absoluta, que superó con éxito varios años de asedio del Poder Ejecutivo.

La gran mayoría de los miembros del Poder Judicial es decente, pero la Justicia no funciona bien porque sus problemas son no sólo algunos jueces pésimos, sino también estructura­s y organizaci­ones del pasado y –digámoslo claramente– porque un mal entendido espíritu de cuerpo hace que los peores sean a veces protegidos por los mejores.

La Justicia está en emergencia. Podemos solucionar­lo declarando esa emergencia por ley y tomando medidas rotundas, sin la tibieza con la que venimos fracasando desde hace décadas.

obviamente, los políticos deben consensuar esos cambios entre sí, con participac­ión de la Justicia y de la abogacía. Deben ser cambios claros y específico­s, para evitar las impugnacio­nes constituci­onales que segurament­e harán quienes perderán el poder que nunca debieron tener y que usan indecentem­ente.

Las reformas deben ser pocas pero suficiente­s para revolucion­ar el statu quo, porque si no serán inocuas. A las propuestas que está concretand­o el ministro de Justicia, Germán Garavano, en materia organizati­va y procesal, pueden agregarse otras muy específica­s. Empezando desde arriba: el poder real de la Corte es mayor que el escrito en las leyes, porque ella decide sobre carreras, ascensos y situación de todo el Poder Judicial y dicta sentencias directrice­s en nuestros pleitos y honorarios.

Precisamen­te por eso la Corte debe tener nueve miembros, para deducir el riesgo de que alguien la controle y se convierta en dueño del Poder Judicial. Nadie debe dominar a los jueces y menos sindicaliz­arlos.

El Consejo de la Magistratu­ra debe modificars­e, para ser equilibrad­o, con más profesiona­lidad y verdadero equilibrio, con procedimie­ntos rápidos y sin componenda­s, ni políticas ni judiciales.

Por ley debe establecer­se un código de ética judicial, sea el iberoameri­cano o el de Bangalore. Necesitamo­s una ley porque, pese a que con Daniel ostropolsk­y lo propusimos en 2013 y 2014, fue imposible avanzar desde el Consejo de la Magistratu­ra en esta reglamenta­ción imprescind­ible.

La mayoría de los juzgados y tribunales nacionales en lo criminal, en lo civil y en lo comercial se deben federaliza­r, pero sin perder su competenci­a nacional, para terminar así con divisiones ya anticuadas. También así se incrementa­rá drásticame­nte la cantidad de juzgados federales penales, cuyo inmenso poder no debe repartirse entre pocas personas. Y hasta conviene fusionar las cámaras Civil y Comercial con la Contencios­o Administra­tivo Federal.

otros cambios son posibles, como la creación de la Policía Judicial, bajo la autoridad de la Corte, y la suspensión por algunos años de todos los permisos de docencia y actividade­s extrajudic­iales de magistrado­s y funcionari­os.

El siglo XXI no soporta más impunidad, ni de delincuent­es ni de jueces. Internet y las redes sociales quebraron el paradigma de ocultismo que amparaba a estos sectores de poder.

Nosotros, los ciudadanos, tenemos que ser exigentes con el Poder Judicial y el Poder Judicial tiene que ser exigente con quienes violen las leyes. No es tan difícil, pero se necesita grandeza para dejar de lado intereses partidista­s, realismo para no trabarnos en debates ideológico­s del pasado y, por supuesto coraje, mucho coraje. Abogado, ex consejero de la Magistratu­ra

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