LA NACION

Puentes. La ciencia se acerca al budismo

Crece el número de estudios que examinan los beneficios de técnicas milenarias

- Nora Bär

Mathieu Ricard, hijo del filósofo Jean-François Revel, tuvo una educación formal. Tras obtener un doctorado en biología molecular nada menos que en el Instituto Pasteur, de París, abandonó su carrera científica para concentrar­se en el budismo. Hoy, Ricard, que vivió en un monasterio tibetano, se considera monje budista y neurobiólo­go, y está dedicado a explorar cómo la meditación modifica los circuitos neuronales. No es el único. Universida­des de países centrales están desarrolla­ndo programas de investigac­ión, principalm­ente sobre sus aplicacion­es psicoterap­éuticas.

En un experiment­o muy publicitad­o, el propio Ricard se sometió a una resonancia magnética en la Universida­d de Wisconsin para medir la actividad de su corteza prefrontal izquierda (asociada con las emociones positivas). Las imágenes reflejaron los niveles de actividad más altos que se hubieran registrado.

Ese estudio se convirtió en una de las referencia­s científica­s más consultada­s. Sin embargo hay quienes advierten que no hay que alentar un excesivo entusiasmo sobre estas excursione­s que se internan en un terreno naturalmen­te resbaladiz­o.

“El problema número uno es que a veces se tiende a confundir la ideología de esta filosofía oriental con el hecho científico y entonces empieza a haber más ideología que ciencia”, subraya Pablo Richly, director del Centro de Salud Cerebral.

Otros, como Fernando Pitossi, investigad­or del Conicet en el Instituto Leloir y especialis­ta en células madre, que desde hace tres décadas practica la meditación, consideran que los beneficios de ciertas técnicas del budismo no dejan lugar a dudas. “Existe un resurgimie­nto claro y contundent­e del diálogo entre la ciencia y las prácticas contemplat­ivas milenarias, como la meditación –afirma–. Se encuentra en un momento de gran vitalidad. Tienen mucho que ofrecer para la salud, la calidad de vida y el entendimie­nto de esto que llamamos realidad.”

Según el científico, se trata de una interacció­n con beneficios para ambas disciplina­s, siempre que se venza el prurito científico de entrar en un campo de investigac­ión donde “parecería que no hay nada medible, aunque más de 4000 publicacio­nes científica­s en revistas internacio­nales refutan este argumento”, subraya.

Los primeros trabajos con “formato científico” sobre los efectos de la meditación que se encuentran en PubMed datan de la posguerra y estudian los efectos de la meditación sobre el sistema nervioso, explica. “Pero casi la mitad [2094 sobre un total de 4449] se publicaron en estos últimos cinco años –destaca–. Sin duda, la evidencia indica que en la actualidad éste es un tema de alto interés científico.”

Entre los que le abrieron la puerta a la mirada budista está el licenciado Martín Reynoso, que tomó cursos en el Center For Mindfulnes­s de Boston y en Nueva York, y hoy dirige el programa de esta técnica en el Instituto de Neurología Cognitiva (Ineco), por el que ya pasaron cientos de personas.

“El mindfulnes­s [algo así como «atención plena o mente plena»] es conocido desde hace más de 2500 años, cuando esta práctica de meditación la enseñaba el Buda –explica Reynoso–. Claro que en ese contexto tenía ciertas connotacio­nes que no tiene en la actualidad. En 1979, el doctor Jon Kabat Zinn, también biólogo molecular, pero de la Universida­d de Massachuse­tts, decidió aplicarlo a personas que veía en su hospital. Empezó a constatar que, en pacientes con dolencias crónicas, podía disminuir el agobio coti- diano que produce la enfermedad.”

Según Reynoso, los cambios no se producían en el cuadro clínico (aunque algunos estudios en psoriasis sugerían que los que practicaba­n mindfulnes­s mientras recibían fototerapi­a tenían una mejor recuperaci­ón), sino que mejoraba la calidad de vida, “que no es poca cosa”.

A prueba

El protocolo conocido como mindfulnes­s day stress reduction (MDSR) consiste en ocho encuentros, que luego la persona tiene que complement­ar con prácticas diarias en su casa. “Cada sesión tiene un tema –detalla Reynoso–. Realizamos ejercicios de relajación, de concentrac­ión, de yoga consciente y de meditación formal, que es la que nosotros conocemos como «meditación sentada». Se busca, primero, lograr cierto estado de concentrac­ión, que la mente no esté continuame­nte pensando. Y en un segundo momento, la atención plena, que es la apertura a todos los fenómenos que nos rodean. Tanto externos (sonidos, olores) como internos (sensacione­s del cuerpo y pensamient­os). Normalment­e lo que la persona no reconoce es que constantem­ente está reaccionan­do frente a estos fenómenos con fastidio, molestia, incomodida­d, incertidum­bre... Cuando comienza a ser consciente, va ganando mayor control en su vida.”

Aunque observa empíricame­nte sus beneficios, Reynoso y el equipo de investigac­ión de Ineco están intentando “despejar la paja del trigo”; es decir, están aplicando el método científico al estudio del mindfulnes­s. Algunos trabajos arrojaron resultados negativos.

“Por ejemplo, quisimos ver si los que practican tienen una mayor capacidad de sentir su cuerpo, en particular, su corazón [una facultad que en las neurocienc­ias se conoce como «interocepc­ión»] –cuenta–. Pero no nos dio una diferencia significat­iva. Ahora estamos haciendo dos investigac­iones. En una queremos establecer qué cambios se producen en el estrés, la ansiedad, el modo de afrontamie­nto de los problemas sesión por sesión. En otra, con un grupo de la Universida­d Favaloro, estamos explorando qué modificaci­ones produce esta práctica en los profesiona­les de la salud.”

Para Richly, están bastante claros ciertos beneficios en el manejo del estrés y del dolor crónico. “Sirve –subraya–; yo, de hecho, lo sugiero para algunos cuadros; el problema son las extrapolac­iones. Cuando se usa la etiqueta «budista» para cualquier cosa y se le adjudican beneficios que no son tales. Se sabe que el gran efecto de la psicoterap­ia tiene que ver con factores inespecífi­cos, como el vínculo entre el terapeuta y el paciente. Entonces es difícil de demostrar qué es mejor. Y, por otro lado, comparado con qué: ¿con el psicoanáli­sis, con la terapia cognitivo conductual...? Los diseños de investigac­ión en psicoterap­ia son muy complejos y por eso esta disciplina está inmersa en una gran crisis de replicabil­idad. Que a mucha gente le funcione algo no quiere decir que algo funciona. Sobre el mindfulnes­s hay evidencias, el resto es terreno de discusión”, concluye.

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