LA NACION

Cuando la ineptitud tiene consecuenc­ias para todo el mundo

- Stephen M. Walt THE WASHINGToN PoST El autor es profesor de Relaciones Internacio­nales en Harvard Traducción de Jaime Arrambide

Acabo de volver de unas vacaciones en Europa: como no soy Thomas Friedman, no entrevisté a todos los taxistas que conocí, pero con el que hablé, estaba bastante disgustado con el 45° presidente de Estados Unidos. Estoy seguro de que en Europa debe haber unos cuantos partidario­s de Trump, pero las encuestas más recientes revelan que son una franca minoría.

Desde la asunción de Donald Trump, se han gastado ingentes cantidades de tinta y trillones de pixeles para documentar, analizar, condenar o defender su desprecio por las normas establecid­as de la decencia y la moderación política. Hablo del flagrante nepotismo, de la vastedad de los conflictos de intereses, de la desfachata­da misoginia. Pero acá el verdadero problema no es la imparable brutalidad de Trump, sino su cada vez más evidente ineptitud. Hace apenas seis meses que Trump es presidente, pero las consecuenc­ias de su incapacida­d ya son palmarias.

Para empezar, cuando no se conoce bien cómo funciona el mundo, y cuando el equipo de gobierno carece de las competenci­as necesarias para compensar la ignorancia presidenci­al, es inevitable cometer graves errores. Hasta el momento, el mayor dislate de Trump fue abandonar el Acuerdo Transpacíf­ico de Cooperació­n Económica (TPP), una decisión que debilitó la posición de Estados Unidos en Asia, abrió las puertas a una mayor influencia de China y no beneficiar­á en lo más mínimo a la economía norteameri­cana. Entre otros errores fruto de la ignorancia pueden mencionars­e el abandono del Acuerdo de París 2015 sobre cambio climático, y el no haber entendido de China que no iba a resolver por nosotros el problema de Corea del Norte; por no hablar de los problemas de ortografía de su equipo de gobierno, y de sus confusione­s a la hora de mencionar los países a los que se refieren.

En segundo lugar, cuando los demás países lleguen a la conclusión de que los funcionari­os norteameri­canos son burros, dejarán de prestarle atención a los consejos, las orientacio­nes y los pedidos que surjan de Washington. Cuando la gente perciba que uno sabe lo que está haciendo, escuchará atentament­e lo que uno dice y estará más dispuesta a encolumnar­se detrás nuestro. Pero si piensan que uno es un idiota o no están convencido­s de que uno vaya a cumplir lo que promete, entonces asentirán educadamen­te con la cabeza, pero seguirán sus propios instintos.

Y ya estamos viendo signos de eso. Tras haber apelado brillantem­ente al vulnerable ego de Trump durante su visita a Riad, ahora Arabia Saudita ignora olímpicame­nte los esfuerzos norteameri­canos por resolver la creciente disputa entre los países del Golfo y Qatar. Fiel a su costumbre, a Israel le importa poco y nada lo que opine Trump del conflicto palestino-israelí o de la situación en Siria. Hay que reconocer que esos dos países tienen una larga historia de ignorar los consejos e intereses norteameri­canos, pero ahora su indiferenc­ia manifiesta hacia Washington ha alcanzado niveles inauditos. Y ahora Corea del Sur acaba de anunciar que iniciará conversaci­ones con Corea del Norte, a pesar de que el gobierno de Trump considera que no es buen momento.

Mientras tanto, la Unión Europea y Japón alcanzaron un amplio acuerdo comercial, las conversaci­ones del TPP se reanudaron sin Estados Unidos, y los líderes de Alemania y Canadá, dos de los mayores aliados norteameri­canos, ya hablan abiertamen­te de cortarse solos y marcar su propio rumbo. Hasta el ministro de Relaciones Exteriores de Australia, otro inquebrant­able aliado de Estados Unidos, fustigó a Trump por denigrante­s comentario­s a la primera dama de Francia.

Estados Unidos, por supuesto, sigue siendo un país muy poderoso, y por lo tanto, tanto aliados como enemigos seguirán siendo cautos en su trato con nosotros. Por eso el francés Emmanuel Macron y el canadiense Justin Trudeau trataron a Trump con más respeto del que se merece. Es la misma cautela que uno tendría si se encontrara de pronto encerrado en un cuarto con un rinoceront­e borracho. Difícilmen­te uno le pediría su opinión sobre geopolític­a mundial.

Quiero ser claro: no estoy diciendo que en el gobierno de Estados Unidos no haya mucha gente competente o que actualment­e Estados Unidos sea incapaz de hacer nada bien. De hecho, me saco el sombrero ante tantos empleados públicos que intentan hacer su trabajo a pesar del caos de la Casa Blanca y de los deliberado­s esfuerzos de Trump para desmantela­r nuestra maquinaria de política exterior. Porque cuando los demás llegan a la conclusión de que uno es un inepto, o se aprovechan de nuestra ineptitud o deciden tener tratos con quienes resultan más confiables. Y no me pone feliz en absoluto tener que decirlo, pero, ¿quién puede culparlos?

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