Cuando la ineptitud tiene consecuencias para todo el mundo
Acabo de volver de unas vacaciones en Europa: como no soy Thomas Friedman, no entrevisté a todos los taxistas que conocí, pero con el que hablé, estaba bastante disgustado con el 45° presidente de Estados Unidos. Estoy seguro de que en Europa debe haber unos cuantos partidarios de Trump, pero las encuestas más recientes revelan que son una franca minoría.
Desde la asunción de Donald Trump, se han gastado ingentes cantidades de tinta y trillones de pixeles para documentar, analizar, condenar o defender su desprecio por las normas establecidas de la decencia y la moderación política. Hablo del flagrante nepotismo, de la vastedad de los conflictos de intereses, de la desfachatada misoginia. Pero acá el verdadero problema no es la imparable brutalidad de Trump, sino su cada vez más evidente ineptitud. Hace apenas seis meses que Trump es presidente, pero las consecuencias de su incapacidad ya son palmarias.
Para empezar, cuando no se conoce bien cómo funciona el mundo, y cuando el equipo de gobierno carece de las competencias necesarias para compensar la ignorancia presidencial, es inevitable cometer graves errores. Hasta el momento, el mayor dislate de Trump fue abandonar el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), una decisión que debilitó la posición de Estados Unidos en Asia, abrió las puertas a una mayor influencia de China y no beneficiará en lo más mínimo a la economía norteamericana. Entre otros errores fruto de la ignorancia pueden mencionarse el abandono del Acuerdo de París 2015 sobre cambio climático, y el no haber entendido de China que no iba a resolver por nosotros el problema de Corea del Norte; por no hablar de los problemas de ortografía de su equipo de gobierno, y de sus confusiones a la hora de mencionar los países a los que se refieren.
En segundo lugar, cuando los demás países lleguen a la conclusión de que los funcionarios norteamericanos son burros, dejarán de prestarle atención a los consejos, las orientaciones y los pedidos que surjan de Washington. Cuando la gente perciba que uno sabe lo que está haciendo, escuchará atentamente lo que uno dice y estará más dispuesta a encolumnarse detrás nuestro. Pero si piensan que uno es un idiota o no están convencidos de que uno vaya a cumplir lo que promete, entonces asentirán educadamente con la cabeza, pero seguirán sus propios instintos.
Y ya estamos viendo signos de eso. Tras haber apelado brillantemente al vulnerable ego de Trump durante su visita a Riad, ahora Arabia Saudita ignora olímpicamente los esfuerzos norteamericanos por resolver la creciente disputa entre los países del Golfo y Qatar. Fiel a su costumbre, a Israel le importa poco y nada lo que opine Trump del conflicto palestino-israelí o de la situación en Siria. Hay que reconocer que esos dos países tienen una larga historia de ignorar los consejos e intereses norteamericanos, pero ahora su indiferencia manifiesta hacia Washington ha alcanzado niveles inauditos. Y ahora Corea del Sur acaba de anunciar que iniciará conversaciones con Corea del Norte, a pesar de que el gobierno de Trump considera que no es buen momento.
Mientras tanto, la Unión Europea y Japón alcanzaron un amplio acuerdo comercial, las conversaciones del TPP se reanudaron sin Estados Unidos, y los líderes de Alemania y Canadá, dos de los mayores aliados norteamericanos, ya hablan abiertamente de cortarse solos y marcar su propio rumbo. Hasta el ministro de Relaciones Exteriores de Australia, otro inquebrantable aliado de Estados Unidos, fustigó a Trump por denigrantes comentarios a la primera dama de Francia.
Estados Unidos, por supuesto, sigue siendo un país muy poderoso, y por lo tanto, tanto aliados como enemigos seguirán siendo cautos en su trato con nosotros. Por eso el francés Emmanuel Macron y el canadiense Justin Trudeau trataron a Trump con más respeto del que se merece. Es la misma cautela que uno tendría si se encontrara de pronto encerrado en un cuarto con un rinoceronte borracho. Difícilmente uno le pediría su opinión sobre geopolítica mundial.
Quiero ser claro: no estoy diciendo que en el gobierno de Estados Unidos no haya mucha gente competente o que actualmente Estados Unidos sea incapaz de hacer nada bien. De hecho, me saco el sombrero ante tantos empleados públicos que intentan hacer su trabajo a pesar del caos de la Casa Blanca y de los deliberados esfuerzos de Trump para desmantelar nuestra maquinaria de política exterior. Porque cuando los demás llegan a la conclusión de que uno es un inepto, o se aprovechan de nuestra ineptitud o deciden tener tratos con quienes resultan más confiables. Y no me pone feliz en absoluto tener que decirlo, pero, ¿quién puede culparlos?