LA NACION

La fórmula para escribir de a dos. Una amistad en la literatura y en la vida

Damián González Bertolino y Valentín Trujillo, uruguayos los dos, se conocieron en el colegio secundario y ahora los eligieron como los mejores autores sub-40 de América latina

- Laura Ventura

La profesora de Historia explicaba la Guerra Fría a sus alumnos de 15 años. Era 1995 en Maldonado, Uruguay, y Damián González Bertolino, un “muy mal estudiante”, como él se define –hoy un excelente profesor de Literatura–, paseaba su imaginació­n por sitios remotos e intentaba escuchar la radio a escondidas. “Lo que pasa es que Cuba es como una cuña metida en los Estados Unidos”, recuerda la intervenci­ón de su compañero Valentín Trujillo. “Me quedé mirándolo algunos segundos luego de que terminó de hablar y enseguida sentí un gran respeto por él. Me impresiona­ron la convicción y el conocimien­to que había entre esas palabras, y también la forma en que pronunció la palabra «cuña». Sabía que el centro del sentido de lo que había dicho estaba instalado en esa palabra”, explica hoy con la obsesión de un escritor. Hoy, además de amigos entrañable­s, ambos son ganadores del Premio Nacional de Narrativa en Uruguay (conocido como “el Morosoli”) y comparten un honor: son los dos representa­ntes de su país en el selecciona­do de los 39 mejores escritores de ficción menores de 40 años de América latina, anunciado en la última Feria del Libro de Bogotá.

González Bertolino vive aún en Maldonado, en una casita en el barrio Kennedy, cuyas puertas se abren a la comunidad varias veces por semana para invitarlos a su biblioteca. Es el autor de El increíble Springer (Entropía en la Argentina), El fondo y Los trabajos del amor, y en breve aparecerá una nueva novela llamada Herodes. Trujillo acaba de publicar Carlos Real de Azúa. Una biografía intelectua­l (Ediciones B, en la Argentina) y es el autor de Jaula de costillas, Entre jíbaros, Nacional 88, historia íntima de una hazaña y ¡Cómanse la ropa! (por el que obtuvo el Premio Onetti). –¿De qué modo se consultan entre sí cuando están inmersos en un proceso de escritura? Damián González Bertolino: –Estamos al tanto en todo momento. Ni siquiera es necesario que nos mostremos algunas páginas. Son conversaci­ones interminab­les y muy productiva­s. A veces ni hace falta que me diga qué le pare- ce algo. Basta con que me mire o que mueva las cejas para que me dé cuenta de lo que piensa, si algo le gusta o no. Suele ocurrir que le expongo algo y el solo hecho de poder hacerlo ya me da la sensación de sacar al exterior una buena parte de lo que estoy creando.

Valentín Trujillo: –Nos contamos muchos argumentos, detalles de la estructura narrativa, somos muy generosos en ese sentido y no nos escondemos cosas. Esto no es fácil entre artistas, y entre escritores en particular. Tenemos un enorme grado de confianza en el criterio del otro. Y esto no lo hago con nadie más. Contarle una historia a Damián también es contárme-

la a mí mismo, ver cómo suena, qué fuerza o debilidad tiene, qué potencial. –¿En qué se asemejan y en qué se distinguen sus estilos?

D. G. B.: –Destaco y aprecio su honestidad, que es una forma de su lealtad. Como escritores somos muy diferentes, aunque coincidimo­s en la pasión por contar historias, por el gusto de la anécdota o lo episódico. Admiro su claridad y precisión para escribir, su visión para saber hasta dónde y cómo llega una historia. Tiene una captación de la conducta y los sentimient­os de los personajes que me resulta impecable. Por el contrario, tengo, a su lado, la sensación de dar demasiadas vueltas. A veces nos veo escribiend­o lo mismo, pero a la manera en que se editaban los simples: él tiene esa brillantez y limpidez preciosas y vigorizant­es de un lado A (la “Penny Lane”); yo me inclino un poco más hacia la opacidad de un lado B.

V. T.: –Damián es muy intuitivo con las palabras. Narra con precisión y con sentimient­o al mismo tiempo. Tiene un buen oído para captar dónde hay una historia que vale la pena ser contada. Escarba (en eso nos parecemos) una historia, que se va desplegand­o incluso más allá de nuestra voluntad. Su conocimien­to de la literatura clásica y de la contemporá­nea (es un voraz lector, docente y crítico literario) le permite manejar con soltura estructura­s que, por ejemplo, utilizó Cervantes, pero aplicadas a Maldonado en el comienzo del siglo XXI.

Trujillo recibió “el Morosoli” en 2007, en una ceremonia a la que asistió González Bertolino, a quien le regaló el discurso de aceptación que leyó en el acto. Dos años después, los roles se invirtiero­n y el ya ganador asistió a la premiación de su amigo. González Bertolino decidió festejarlo con un partido de fútbol previo a la ceremonia jugado por un grupo de escritores, al que asistió, entre otros, el poeta argentino Ignacio Di Tullio. El selecciona­do de autores se aseó como pudo en un teatro con escasa agua caliente, en un glacial julio, antes del acto. “El espíritu de juego y de grupo de Damián, constante en muchas facetas de su vida, fue el que nos reunió. Ese partido sirvió para afianzar a un grupo de escritores de nuestra generación, no sólo de Montevideo”, dice Trujillo. Desde entonces, y como parte de un protocolo alejado de lo literario, el Premio Nacional de Narrativa suele ir precedido de un encuentro de autores que atajan sus egos y juegan en equipo.

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Ambos ganaron el Premio Nacional de Narrativa en Uruguay

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