LA NACION

Tehuelches en Vaca Muerta

El interés general debe prevalecer sobre los reclamos de un grupo reducido de pobladores indígenas por las tierras del yacimiento

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UNA disputa se desarrolla en la provincia de Neuquén, en la zona de Añelo, donde, casualment­e, se encuentra el yacimiento de hidrocarbu­ros más importante de la Argentina.

Norma Lucero Pichinao, longko o cacique del pueblo gününa küna, es la actual vocera de una comunidad argentina, de origen tehuelche, que habita en Neuquén y, luego de estudiar la prehistori­a del lugar, sostiene que hace más de 5000 años ya ocupaban ese territorio en Añelo, donde se desarrolla­n las perforacio­nes de Vaca Muerta.

Los aonikenk, tehuelches o patagones son grupos indígenas que ocuparon la Patagonia y la zona pampeana. La población con linaje tehuelche que se ha mantenido más apegada a sus raíces se ubica en la provincia de Santa Cruz, aunque se encuentra acriollada. El Censo Nacional de Población de 2010 reveló la existencia de más de 20.000 personas que se reconocier­on como tehuelches en todo el país: 7924 en Chubut, 4570 en la provincia de Buenos Aires, 2615 en Santa Cruz, 2269 en Río Negro, 1702 en la ciudad de Buenos Aires, 844 en Mendoza, 738 en Neuquén y 625 en La Pampa.

El Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI), para fortalecer la representa­tividad de los líderes indígenas, en 2008 reconoció a Pichinao como delegada de su colectivid­ad y, en 2015, Neuquén le otorgó a ésta personería jurídica.

El año pasado se celebró en Bariloche el Parlamento de Naciones Originaria­s, región patagónica. Representa­ntes de los pueblos mapuche, tehuelche, gününa küna y selknam participar­on del encuentro, donde se condenó el avance del “extractivi­smo” en el territorio de sus naciones por cuanto implica “mayor criminaliz­ación a los pueblos que los defienden”.

Los ya célebres y violentos reclamos mapuches, de ambos lados de la Cordillera, precediero­n al grupo que lidera Pichinao, aunque ésta aclara que los suyos ya ocupaban la Patagonia miles de años antes que aquéllos. Y los gününa küna no quieren quedarse atrás. “Queremos que nos respeten como a los mapuches y nos den el sitio que nos correspond­e” es la consigna.

Los petitorios tehuelches se basan en evidencias culturales, estudios etnográfic­os y pruebas históricas, rechazando las vías de hecho del violento Facundo Jones Huala y sus seguidores. En esto, continúan la tradición propia de su pueblo, que fue caracteriz­ado por viajeros como los hermanos Viedma, el perito Francisco P. Moreno y George Musters como amigables, leales y hospitalar­ios.

Sin embargo, hay una formidable asimetría entre las demandas de Pichinao y la envergadur­a de la comunidad que representa, pues sólo se trata de una docena de familias que residen en el área de Rincón de los Sauces y Auca Mahuida. Los gününa küna reivindica­n también una presencia ancestral en los departamen­tos de Añelo, Confluenci­a, Pehuenches y Chos Malal, donde no habitan. Si bien investigad­ores del Conicet y de la Universida­d Nacional de La Plata han confirmado el linaje de esas familias con los antiguos habitantes de la Patagonia mediante estudios de ADN, una cosa es sustentar una demanda de paternidad y otra reclamar título sobre tierras petroleras.

Es inevitable vincular esos análisis genéticos con el yacimiento de Vaca Muerta, cuyos 30.000 km2 en la Cuenca Neuquina ocupan un tercio del territorio de esa provincia. Ya hay inversione­s en curso en yacimiento­s no convencion­ales de hidrocarbu­ros por montos de entre 3500 y 4000 millones de dólares. Las reservas de gas y petróleo son de tal magnitud que la Argentina reemplazó a los Estados Unidos como segundo reservorio mundial de shale gas o gas de esquisto, después de China. Con este yacimiento en producción, nuestro país podría lograr el autoabaste­cimiento energético, evitando importar 15.000 millones de dólares anuales para cubrir su déficit.

El yacimiento de Vaca Muerta será fuente de prosperida­d para las generacion­es futuras y su desarrollo no puede ser interferid­o por reclamos basados en derechos que se pretenden superiores a la Constituci­ón y diferentes a los que pueden invocar el resto de los ciudadanos. Como señalamos en estas columnas al condenar la utilizació­n populista de los pueblos originario­s, nadie es realmente un pueblo originario de ningún lugar, pues la evolución humana incluye desplazami­entos y mezclas y coexistenc­ia de pueblos. En ese desarrollo ha existido un avance ético, aún tambaleant­e, al reconocers­e ahora valores universale­s e inalienabl­es de la persona humana.

En un sentido amplio, todos somos pueblos originario­s y debemos estar orgullosos de nuestro pasado y de nuestro destino común, como integrante­s de la misma nación. Todos somos argentinos, aunque tengamos apellidos que reflejan migracione­s, rupturas y exclusione­s. Las pocas comunidade­s locales que aún conservan intactos sus linajes merecen amor y cuidado, como partes de nuestra nacionalid­ad. Sus culturas deben ser integradas y respetadas. Pero nunca utilizadas por activistas, oportunist­as y políticos para juntar votos o engrosar sus billeteras.

Las demandas de Pichinao deben ser escuchadas en el marco de la Constituci­ón argentina y de la ley 23.302, que garantiza los derechos que, como ciudadanos, tienen los integrante­s de los pueblos indígenas, evitando la discrimina­ción e impulsando su promoción social con medidas activas.

La nación argentina contiene muchos grupos, colectivid­ades y asociacion­es con reclamos genuinos, pero que sólo pueden atenderse conforme el marco jurídico vigente, conciliand­o las pretension­es particular­es con el interés general.

Por más simpatía que pueda suscitar el reclamo de un pueblo determinad­o, sus planteos tienen un componente oportunist­a, donde se percibe un interés distinto a los invocados. Y sus razones no tienen proporción con el disparatad­o premio que implicaría la asignación de tierras en el área de esos yacimiento­s.

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