LA NACION

Claret Jug, la jarra de vino que embriaga y se replica para cada campeón

De un cinturón en el primer torneo, hace 146 años, el trofeo se transformó en una copa, que descansa para siempre en St. Andrews y cuya copia será entregada al ganador el domingo próximo

- Tomás Bence ENVIADO ESPECIAL

SOUTHPORT, Inglaterra.– La Claret Jug, el trofeo que se lleva el campeón del British Open, ya está en el Royal Birkdale Golf Club. Fue el propio Henrik Stenson, ganador de la última edición, quien lo devolvió en una ceremonia con muy pocas personas en la cancha, el pasado lunes. De allí, bajo custodia, fue metida en una caja y aguarda impaciente a que sea domingo para volver a ver la luz y ser entregada a las manos del campeón.

No es este trofeo el único que tuvo el Abierto Británico en sus 146 años de historia. En los comienzos el ganador recibía un cinturón, premio que adquirió el Prestwick Golf Club, sede de las primeras ediciones del campeonato. Sin embargo, unos años después tuvieron que cambiar el premio ya que el reglamento era claro: aquel que lo ganase en años consecutiv­os se lo llevaría a casa. Y así sucedió con Tom Morris, quien lo hizo cuatro veces seguidas. Por eso surgió la necesidad de encontrar un nuevo trofeo y allí surgió la Claret Jug, que en realidad responde a una jarra de vino de la época

Sin embargo ese trofeo no es el mismo que aguarda conocer al nuevo campeón en el Royal Birkdale Golf Club. Esa copa está bajo llave en el museo de St Andrews, la catedral del golf. Custodiada, posa en las vitrinas con otros objetos antiguos de las primeras épocas de este deporte. Incluso, aquel cinturón que se entregó como primer premio en el Abierto Británico está allí. “El trofeo original no sale de allí”, le dijeron a desde la R&A, organizado­res la nacion del Abierto.

La que será entregada al campeón el próximo domingo es una réplica de la original que descansa en St Andrews. Esa réplica no sólo recibe el nombre del nuevo campeón del Abierto Británico, sino que además viaja por el mundo, promociona­ndo al major más antiguo de golf. Incluso fue llevada a la Argentina durante el Latin American PGA Tour.

“El trofeo viaja en primera, mejor que cualquier organizado­r o jugador”, bromea Mark Lawrie, director para Latinoamér­ica y el Caribe de la R&A. “Si al que viaja con la copa le pasa algo, pero ella está intacta, no nos preocupamo­s”, asegura, entre risas, el dirigente. Lo cierto es que la Claret Jug se traslada en una caja especialme­nte acondicion­ada y está asegurada por miles de libras. Para evitar cualquier siniestro o inconvenie­nte, cada vez que la mueven de un lugar a otro, una persona se encarga de ser su custodia personal. La cuidan en todo momento.

Con el trofeo original en las vitrinas de St Andrews y su réplica dando vueltas por el mundo y esperando paciente estar en manos del nuevo campeón, ¿qué se llevan a sus casas los ganadores del Abierto Británico?: una nueva réplica. Aunque

éstas quedan en su poder y son ellos los que eligen dónde guardarlas o exhibirlas. Sin embargo, éstas no respetan el tamaño original que sí tienen las otras dos. Por ejemplo el trofeo que Roberto De Vicenzo obtuvo con su título en Hoylake, hace 50 años, tiene un tamaño de sólo “un cuarto” de la copa original. Hoy ese premio posa en las vitrinas de la Asociación Argentina de Golf.

Sin embargo, a medida que los años pasaron y el presupuest­o de la R&A para el Abierto Británico creció exponencia­lmente, buscaron recrear de la forma más real el trofeo, para que los campeones puedan tener uno lo más parecido al original en sus vitrinas. El que Stenson obtuvo el año pasado tiene tres cuartos del tamaño original.

Es una copa con innumerabl­e cantidad de historias. Pasó por cientos de manos a lo largo de todo este tiempo. La tradición marca que el nombre del campeón se grabe en el momento que está definiendo el hoyo 18. Así fue como en 1999, en Carnoustie, el francés Jean van de Velde tenía su nombre grabado, pero un triple bogey en el hoyo final lo llevó a perder contra el escocés Paul Lawrie. “No sé cómo van a escribir mi nombre ahí”, bromeó a los organizado­res Mark Calcavecch­ia, cuando fue campeón en 1989.

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Paul Childs / reuters Admirada por Mark O’Meara, ganador en 1998

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