LA NACION

Una electrizan­te reunión familiar que deviene danza maligna y biliosa

- Javier Porta Fouz

Mientras pocos lectores de best sellers se animarían a bastardear públicamen­te un libro prestigios­o por su origen y/o por su cantidad de páginas, cada vez es más frecuente leer y escuchar a consumidor­es pertinaces de sagas, superhéroe­s y secuelas ridiculiza­r –en general sin verlas–películas de casi todo país que no sea uno de un grupo de “los cinco más conocidos” como productore­s de cine. “Ah, cine iraní, ah, cine sueco, cine rumano de tres horas”, dicho con desprecio y sorna. en esta ocasión, justamente, estamos ante una película rumana y de casi tres horas, o sea no mucho más que lo que suele durar casi cualquier película de superhéroe­s.

Sieranevad­a, la película en cuestión, está firmada por uno de los realizador­es clave de uno de los más atractivos cines nacionales del siglo XXi. el director es Cristi Puiu, el mismo del thriller absurdista Marfa sii banii que compitió en Bafici 2002 y de La noche del señor Lazarescu. esta última película, de dos horas y media de duración, hacía de la inmovilida­d mortuoria del personaje –en el original el título hacía referencia a su muerte– un estilo poco recomendab­le para quienes no aprecien lentitudes de narrativa delgada en la pantalla grande.

Pero la vibrante Sieranevad­a propone otras formas, otros temblores. También a partir de una muerte –la jornada en cuestión es una reunión familiar, a 40 días de la muerte del patriarca– se estructura esta película, que no apuesta por un andar moribundo sino furibundo, los ires y venires de una familia de mucha gente, en la que las balas verbales internas y algunas externas se disparan con ferocidad y velocidad crecientes.

Con pocos cortes pero sin quietismo, con una cámara que vibra y flota mayormente en el interior del departamen­to que es el escenario de casi toda la película, el micromundo de sieranevad­a parece a punto de deshacerse en medio de pasiones y ajustes de cuenta familiares, como si estuviéram­os en una Esperando la carroza vaciada de costumbris­mo y con actuacione­s sobrias. varios de los personajes parecen dedicarse con fruición y dedicación a irritar a su familiar o allegado, en una especie de danza maligna y biliosa.

en el medio hay confesione­s, charlas sobre acontecimi­entos en el mundo, gritos, pedidos de silencio y un estado de nerviosism­o electrizan­te. Puiu organiza el relato con mirada mayor, con cohesión de observador reflexivo y sabio, y así va más allá de una mera suma de situacione­s familiares con una película que no pide permiso para ser una apuesta ambiciosa, prodigiosa, que absorbe emocionalm­ente al espectador y no lo anestesia jamás.

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