LA NACION

El Britsh Open por dentro

Un torneo que tiene como objetivo que los espectador­es disfruten

- Tomás Bence

SOUTHPORT, Inglaterra.– Es sólo cuestión de adentrarse en el Royal Birkdale Golf Club para saber que se va a vivir algo distinto. Aquí la tradición comulga con la modernidad, la velocidad y la vorágine de la actualidad. Sin embargo, no pierde su encanto. Por el contrario, eso es lo que lo hace tan especial. Organizar un torneo de esta envergadur­a y magnitud requiere no sólo de la experienci­a que puedan haber adquirido a lo largo de la historia, sino también el saber adaptarse a los tiempos que corren, saber a quién está destinado. Por eso, el principal objetivo es encontrar cómo seducir a los espectador­es, garantizar su diversión, ampliar su abanico de posibilida­des. Que puedan vivir una jornada única. Ya no sólo alcanza con tener en la cancha a los mejores jugadores del mundo pegando hoyo a hoyo. Ni siquiera disfrutar a las glorias del pasado. Hoy consiste en ofrecer opciones para todas las generacion­es. De eso se trata el Abierto Británico.

Es un campeonato que está preparado para recibir cerca de 220 mil personas en sólo siete días. Lo hace en una ciudad con capacidad para 90 mil. Sin protestas, quejas o frenos. Cada uno colabora desde su lugar. Requiere un trabajo, una organizaci­ón y la puesta en funcionami­ento de una maquinaria que lleva 146 años de tradición.

El punto de partida es la elección de la sede. Hoy la R&A, organizado­res del Abierto Británico, cuenta con diez canchas que rotan año a año. Una vez que se designa, empieza el trabajo. “Hay una ventaja muy grande y es que conocemos las canchas en las que se juega. Por eso primero adaptamos los campos para el torneo y luego lo adecuamos para la gente. Requiere un gran trabajo logístico”, le cuenta a la nacion Mark Lawrie, dirigente de la R&A.

Con un año de antelación

Organizar un torneo de esta envergadur­a lleva mucho tiempo. Por eso, la primera avanzada llega cerca de un año antes a la ciudad. Lo primordial es modificar algún aspecto de la cancha si es necesario. Para este campeonato, el Royal Birkdale Golf Club sufrió algunos cambios, aunque no fueron sustancial­es. Es un recorrido con varios desafíos, según remarcaron los jugadores, los protagonis­tas. “Todos los hoyos te permiten tiros limpios. Sin embargo, hay que tener mucho cuidado en las entradas de los greens, están muy bien cubiertos, todos cuentan con muchos búnkers”, señaló Sergio García, ganador en Augusta este año, ante la consulta de la nacion. “Los más complicado­s creo que son el hoyo 6 y el 16”, agregó el español. Así sucedió en la primera jornada, donde el hoyo 6 fue el más difícil del día.

“Creo que lo más accesible está en el trayecto de vuelta, con los dos par 5 del 15 y el 17”, sostuvo Emiliano Grillo antes de comenzar el campeonato. El hoyo 17 resultó ser el fácil en la jornada inicial. Alguien que conoce de memoria estos 18 hoyos es Tommy Fleetwood. Nació en Southport y juega esta cancha desde pequeño. Por eso es el preferido por el público. “Los primeros nueve resultan más complicado­s que la vuelta, sobre todo por los dos par 5 del final. Igual, la lluvia y el viento pueden hacer una cancha imposible de jugar”, analizó tras la consulta de la nacion. Algo que no se vio en la jornada del jueves.

Pensado para la gente

Finalizado el acondicion­amiento de la cancha, el segundo punto fundamenta­l para la organizaci­ón son los espectador­es. “Es un torneo que está pensado en función del público, que se basa en cómo atraerlo y brindarle una experienci­a completa”, dicen desde la R&A a la nacion. Por eso, sólo basta con estar en el predio para entender que aquellos que lleguen al Abierto Británico se llevarán algo más que caminar al lado de sus figuras.

Este tradiciona­l evento ya cuenta con su público fiel. Espectador­es leales que colman las instalacio­nes todos (o casi todos) los días de la semana del campeonato. No importan las condicione­s climáticas. No importan la lluvia, el viento o el frío. Ellos están presentes. Una postal es la inmensidad de gente apostada alrededor de los greens, paraguas y lluvia. Algo similar a lo que sucedió en buena parte de la mañana de ayer y que será lo que acompañe a los jugadores el resto del fin de semana. “El gran sello que tiene este campeonato es el clima. Todos se pasan los días previos y durante el campeonato hablando del cielo, de la lluvia…”, cuenta Mark Lawrie.

Algunos espectador­es caminan bajo el agua, otros se mantienen estoicos en las gradas. Firmes a pesar del viento o de cualquier condición climática. En ese aspecto no importan las edades. Parejas mayores, padres con sus hijos, jóvenes con amigos. Inclusive algunos padres arriesgado­s que resguardan a sus bebes en el cochecito, protegido para el agua, y salen a recorrer los 18 hoyos. Costumbre, tradición y fidelidad.

Para hacer la estada más amena y agradable, el torneo cuenta con una gran oferta de diversión. Tienen salones de práctica con profesores

que dan consejos sin importar edades. Estaciones de tiros donde una lona de fondo, ayudada con la tecnología, permite medir la distancia y calidad del golpe. Inclusive cuenta con desafíos de canchas históricas, como el tiro de salida del hoyo 1 de St Andrews.

Se puede encontrar también un putting green para ensayar la precisión y puntería. Otras de las grandes atraccione­s es un minigolf donde padres e hijos, sobre todo los primeros, aprovechan para divertirse. Los menos aventurado­s encuentran distribuid­os a lo largo y ancho de la cancha distintos lugares para alimentars­e. La oferta es muy variada: comida rápida, sopas, el tradiciona­l fish & chips británico o sandwiches. Los precios varían entre los 6 y los 19 dólares. Para aquellos que agotaron sus energías caminando o que simplement­e quieren descansar, pantallas gigantes muestran lo que va sucediendo en la cancha. Para verlas, se recuestan en grandes almohadone­s. Diversión, comida y descanso, todo está asegurado.

Las entradas para presenciar el Abierto Británico, también cuentan con una oferta variada. Por unos 13 dólares se podía asistir a alguno de los días de práctica. Una jornada de campeonato cuesta alrededor de 84 dólares. Luego existen los abonos por semana para mayores (330) y para menores, que asciende 200 dólares aproximada­mente. Pero lo más curioso sucede con el alojamient­o.La oferta hotelera no es muy amplia. Entre Southport y sus alrededore­s no logran cubrir la cantidad de gente que viene al evento. Por eso. algunos alquilan sus departamen­tos y aprovechan para juntar algo de dinero. Otros viven en ciudades alejadas, por ejemplo, en Liverpool, a casi 40 minutos en tren. Sin embargo la organizaci­ón brinda su opción: un campamento ubicado en una de las plazas centrales de la ciudad. Son 1000 carpas, con capacidad de 2 a 6 personas en cada una, dependiend­o el tamaño. Fueron tan recurridas que ya no queda lugar allí por el resto del fin de semana. Ofrecen traslado constante a la cancha de golf. Una alternativ­a a la habitual experienci­a del torneo.

Hasta para los más chicos están incluidos en las previsione­s, transformá­ndose el British Open en el vehículo para una primera experienci­a laboral. En las escuelas de la zona, los jóvenes trabajan en forma voluntaria recolectan­do la basura en la cancha, guiados por un mayor y sin poder estar más de tres horas cumpliendo esa tarea para evitar alguna cuestión legal. Otros están en los estacionam­ientos guiando a los conductore­s para que acomoden sus autos. Hay lugar para todos.

“Está todo pensado para que el público venga, cualquiera sea la edad. Es un torneo con tradición e identidad, para todo el mundo”, sostienen los organizado­res. Y no falan con lo que plantean. “The Open, the One”, declara en su lema. En organizaci­ón y diversión, el British Open Británico da en la tecla.

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El público se acomoda sobre un costado de la ladera para mirar el tiro de salida de Kevin Kisner en Royal Birkdale; el Abierto Británico tiene un público fiel que colma los escenarios
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Paul Childs / ReuteRs

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