LA NACION

La implosión de un modelo que sólo tuvo cohesión por el dinero

- Joaquín Villalobos

En América latina están en marcha tres transicion­es que golpean a la extrema izquierda: el fin de la lucha armada en Colombia; el retorno gradual, pero irreversib­le, de Cuba al capitalism­o, y el final de la revolución bolivarian­a. Venezuela es el eje de estas tres transicion­es.

Con más de 400 presos políticos y la negación a la alternanci­a mediante elecciones libres, el régimen chavista se destapó como dictadura. Después del intento de Alberto Fujimori, se terminaron en el continente las dictaduras de extrema derecha, y tras casi 40 años de democracia sólo quedan las de extrema izquierda en Cuba y Venezuela. En este contexto, los más de 100 días de protestas contra el gobierno de Nicolás Maduro se convirtier­on en la rebelión pacífica más prolongada y de mayor participac­ión en la región. Ninguna dictadura anterior enfrentó un rechazo tan contundent­e.

Si Maduro hubiese aceptado el referéndum revocatori­o en 2016, posiblemen­te hubiera perdido conservand­o un 40% de los votos. Pero ahora, cada día que pasa su soporte es menor, con lo cual el presidente se está convirtien­do en el sepulturer­o de la revolución bolivarian­a.

Es totalmente falso que en Venezuela haya una lucha entre izquierda revolucion­aria y derecha fascista; el régimen venezolano está enfrentado a una coalición de fuerzas esencialme­nte de centro que incluye a partidos, líderes, organizaci­ones sociales e intelectua­les de izquierda que creen en la democracia y el mercado. Lo que está en juego en Venezuela es el futuro del centrismo político en América latina, porque en esta ocasión las fuerzas democrátic­as no son compañeras de viaje de extremista­s, ni de derecha ni de izquierda. La derrota del extremismo abre la posibilida­d de alcanzar una mayor madurez democrátic­a en el continente.

Hugo Chávez pudo darle unos años más de vida al régimen cubano que ahora, literalmen­te, está buscando desprender­se de la teta petrolera venezolana para agarrarse de la teta financiera norteameri­cana. Hace 18 años era intelectua­lmente obvio que la revolución bolivarian­a tenía fecha de caducidad. La historia de sube y baja de los precios del petróleo volvía absurda la pretendida eternidad de un socialismo petrolero que permitiera repartir sin producir. Sin embargo, izquierdis­tas de toda América latina y del resto del mundo vieron en Chávez la resurrecci­ón del mesías, y en Venezuela, el renacimien­to de la utopía que había muerto en Europa oriental y agonizaba en Cuba. La euforia fue tal que, para muchos, ser de izquierda implicaba aplaudir a Chávez y no criticar a Fidel Castro. La chequera venezolana compró lealtades a escala universal.

Pero, finalmente, tal como era previsible, se produjo la implosión del socialismo del siglo XXi y la crisis humanitari­a que generó es descomunal. La fiesta del despilfarr­o revolucion­ario y del robo oportunist­a terminó. El modelo chavista saltó de la inclusión social a la multiplica­ción exponencia­l de la miseria. El modelo está muerto y absolutame­nte nada puede recuperarl­o. El régimen de Chávez fue el único de los llamados bolivarian­os que le de- claró una guerra abierta al mercado con expropiaci­ones que acabaron con la economía de Venezuela. Ahora sólo le queda la fuerza bruta del carácter militar que siempre tuvo. Las ideas que acogió Chávez fueron más una oportunida­d para la tradición militarist­a venezolana que una definición ideológica. El principal factor de cohesión de la revolución bolivarian­a nunca fue la ideología, sino el dinero. Con los miles de millones de dólares en ingresos petroleros fue fácil que un grupo de militares se decidiera, para beneficio propio, confesarse izquierdis­ta.

Los militares venezolano­s tienen más generales que Estados Unidos, ocupan miles de puestos de gobierno, armaron paramilita­res, se involucrar­on en el narcotráfi­co, expropiaro­n empresas, se beneficiar­on de la corrupción y el mercado negro. Reprimen, apresan, torturan, juzgan y encarcelan opositores.

En 17 años, los militares mataron a casi 300 venezolano­s por protestar. En la historia de las dictaduras latinoamer­icanas no ha existido una elite militar que haya podido enriquecer­se tanto como la venezolana, y todo esto lo defendiero­n como “revolución popular” los extremista­s de izquierda en todo el mundo.

En el pasado, los revolucion­arios latinoamer­icanos fueron perseguido­s por Estados Unidos; los bolivarian­os, por el contrario, tienen propiedade­s y cuentas bancarias en Florida. A Venezuela no necesitan invadirla como a Cuba, tampoco requieren armar contrarrev­olucionari­os como lo hicieron con Nicaragua. La revolución bolivarian­a no

Chávez repitió el camino equivocado al pelearse con las fuerzas del mercado

depende de Rusia ni de China, sino de que su enemigo, el “imperialis­mo”, le siga comprando petróleo. Venezuela cubre sólo el 8% del mercado norteameri­cano. Suspender esa compra no afectaría a Estados Unidos y no sería una agresión, sino una decisión de mercado. Por ello, aunque parezca inaudito, Maduro sigue gobernando gracias a la compasión de Donald Trump.

Los enormes progresos en bienestar logrados por la centroizqu­ierda en Costa Rica, Chile, España, Suecia, Noruega o Dinamarca contrastan con el desastre social y económico de Cuba y Venezuela. Es incomprens­ible la terquedad de los utópicos de querer hacer posible lo imposible. Chávez no inventó un nuevo socialismo para el siglo XXi, sino que repitió el camino equivocado al pelearse con las fuerzas del mercado, y sus herederos hacen lo mismo contra la democracia.

El supuesto marxista era que la revolución bolivarian­a lograría el desarrollo de las fuerzas productiva­s, pero, al igual que en Cuba, lo que hubo fue destrucció­n de las fuerzas productiva­s. Los bolivarian­os no sólo se contradije­ron con Carlos Marx. En Venezuela a los de arriba se les volvió imposible gobernar, hay un agravamien­to extremo de la miseria y una intensific­ación extraordin­aria de la lucha popular. Estas son las tres condicione­s que estableció Vladimir Lenin para reconocer la existencia de una situación revolucion­aria. Qué triste debe ser comprarse una revolución de mentiras y ser derrotado por una de verdad. © El País, SL

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina