Mar del Plata. Reclamos, falta de obras y actividad frenada, el otro lado de la “ciudad feliz”
Es gobernada por Cambiemos desde 2015, pero la gestión está muy cuestionada; pese a ello, el oficialismo podría ganar las elecciones; historias de una ciudad que cambió de fisonomía
MAR DEL PLATA.– En el vidrio de la puerta que da al despacho del intendente quedaron marcadas varias siluetas de manos arrastradas de arriba abajo, como en una película de terror. El barro ocupa casi todo y ya casi no deja pasar la luz del otro lado. En el suelo, el panorama empeora. Ya no se puede caminar si se quiere evitar un resbalón.
La sorpresa generó gritos y corridas. Después, algunas risas. Afuera de la municipalidad, unos 30 vecinos celebraban que la misión estaba cumplida. Uno había entrado al edificio con un bidón repleto de tierra y agua, y no paró hasta llegar lo más cerca posible de Carlos Arroyo para descargarlo. Para llamar la atención del funcionario y que vea, al menos en un par de baldosas sucias, lo que ellos viven todos los días en la puerta de sus casas, a una cuadra, a dos y a tres. En todo el barrio.
“Había que llamar la atención de Arroyo para que sienta cómo es vivir allá y que nos dé una respuesta”, dice Daniel Machado, que vive en un barrio del sur de Mar del Plata, a la altura de los acantilados, donde hace un tiempo había poco y hoy hay mucho. Desde hace unos “siete u ocho años”, cuenta Machado, la llegada de numerosos vecinos que se instalan en esa zona motiva la creación de nuevos barrios mucho más rápido de lo que puede acompañar el Estado. Hoy no tienen agua corriente, cloacas ni gas natural. Muchos tampoco tienen asfalto y las calles de tierra están abandonadas, hasta el punto de que ya no se puede entrar con vehículos. El transporte público no va por la cantidad de barro. El mismo que dejaron en la puerta de la oficina.
La protesta de los vecinos del sur de la ciudad fue una más entre todas las manifestaciones que enfrenta el gobierno municipal periódicamente. Donde sea que se mire hay alertas encendidas. Más allá de los barrios nuevos, el turismo está alicaído, la pesca atraviesa uno de sus peores momentos, abundan los comercios cerrados y las calles lucen abandonadas. Y a todo eso se suma la bronca de los marplatenses que afirman en coro que “el intendente no hace nada”, y que se mezcla con ese sentimiento pesimista de que hubo tiempos mejores que ya no volverán.
No hay plata. Esa es la respuesta del gobierno local (Cambiemos), que encuentra en la herencia que dejó el kirchnerismo un comodín para explicar la situación de abandono actual.
Después de los festejos de octubre de 2015, cuando le arrebataron la intendencia al partido vecinal aliado con el Frente para la Victoria, el macrismo se encontró con un aluvión de municipios para gobernar. Entre ellos estaba General Pueyrredón y el desafío de gestionar una ciudad que parece renguear por la caída de la actividad, y que estaba endeudada en $ 1000 millones.
“Con un presupuesto de $ 6300 millones, no dan los números para todo. Nunca hubo tanta gestión como desde que asumí. La gente no lo ve porque yo no gasto en publicidad y estoy pagando el precio”, se defiende Arroyo en diálogo con la nacion en su despacho. El intendente admite que “sin la ayuda de la provincia, la administración de la ciudad sería imposible de mantener”. El gobierno de María Eugenia Vidal aporta fondos para pagar los sueldos. “No siempre”, dice. Este mes sí.
La ayuda no sólo es económica, sino también política. La gestión del municipio es seguida de cerca por la gobernadora y su equipo. En el verano, tiempos en los que Mar del Plata se convierte en una vidriera nacional, Vidal designó a Joaquín De la Torre, su ministro de Gobierno y ex intendente de San Miguel, para que visite la ciudad todas las semanas y colabore con la gestión. Esa participación se extendió mucho más allá de la temporada: De la Torre estuvo ayer en la municipalidad, como casi todas las semanas. Cristina Kirchner también puso el ojo en la ciudad, cuando intentó capitalizar el malestar al utilizarla como escenario de lanzamiento de su precandidatura a senadora, hace unas semanas.
La victoria en el municipio fue un puntal importante para Cambiemos en la provincia, al ser el segundo distrito en cantidad de electores (560.000 en 2015) después de La Matanza. Este año, pese a los cuestionamientos a la gestión del intendente y una coalición que casi presenta listas separadas, se prevé que la alianza oficialista se imponga en las elecciones de medio término, en las que aquí se renueva la mitad de los 24 concejales.
Los sondeos muestran a la cabeza de lista de Cambiemos, la radical Vilma Bargiola, en el primer puesto. Incluso algunos dirigentes de la oposición admiten que la coalición volverá a ser mayoría. La lista encabezada por Bargiola, que perdió la interna contra Arroyo en 2015, competirá contra Ariel Ciano, de la alianza 1 País; Marcos Gutiérrez, de Unidad Ciudadana, y Marcelo Arti- me y Juan Rey, que competirán en la interna del vecinal Acción Marplatense.
“Bargiola y Arroyo son lo mismo. Lo que pasa es que la gente todavía no los diferencia”, afirma Ciano en diálogo con la nacion. Según él, la figura de Vidal es clave para que Cambiemos siga firme aquí. “Cambiemos hizo una campaña que se sostenía con la gestión y lo peor que tiene el intendente es la gestión. La ventaja que tienen es que Vidal está muy bien, pero no sé si hoy Arroyo ganaría otra vez”, agregó.
La idea instalada de que a Cambiemos le irá bien en los comicios aquí contrasta con el humor social. Más aún con los que esperan respuestas hace años.
Fue en 1992. El agua tapó todo. Juana Emiliana González vivió más de un día con el agua hasta los hombros. Todo lo que tenía en su casa se echó a perder. Después de esa inundación tuvo que empezar de nuevo. Pero no pasó una vez. “¡Qué sé yo cuántas!”, dice Juana, parada en la puerta de su casa de siempre. Ya perdió la cuenta de la cantidad de veces que amaneció “como una pasa de uva” por estar tanto tiempo en el agua.
En Termas Huinco, un barrio de la zona portuaria, las inundaciones son cosa de todos los años. El barrio cambió hasta su fisonomía para sobrevivir a las lluvias. No sólo las casas están en altura, sino que los vecinos también construyeron paredes de ladrillo de 1,70 metros con puertas de chapa que evitan que el agua llegue a la entrada.
Juana se queja de que no hubo soluciones en todos estos años. Recuerda, incluso, que se construyó un viaducto cerca que alejó las inundaciones por un tiempo, pero que por falta de limpieza se tapó y todo volvió a ser como antes. “Tengo bronca, mucha, porque nos abandonaron”, dice la vecina, de 70 años, mientras intenta calmar a sus cinco perras que no paran de ladrar.
“Ninguno nos dio bola, pero este intendente menos. Es una porquería, el peor de todos. Mirá, ni siquiera levantan las ramas que quedaron caídas de la última inundación”, cuestiona apuntando a un descampado con el pasto crecido que en realidad es una plaza, pero que no se nota.
A unos cinco minutos de ahí, Héctor Domínguez mira con nostalgia Mi Lucha, una de las pocas lanchitas amarillas que quedan en el puerto y donde él trabajó hasta hace unos meses, hasta que una hernia lo obligó a abandonar la pesca y dedicarse a otras tareas. “Esto está que se muere”, pronostica con tristeza. “Yo hice mucha fuerza por esto, pero ya no quiero más”, lamenta con resignación. En sus mejores épocas, el puerto contaba con 300 de las icónicas lanchas. Hoy quedan unas 20, según Juan, un pescador que trabaja junto a su padre y su hijo.
Aunque todavía subsiste, la actividad cae en el puerto hace años, pero en los últimos meses la pendiente fue más pronunciada. Según los trabajadores, el decreto que firmó Cristina Kirchner poco antes de dejar el poder y que otorgaba beneficios impositivos a los puertos del Sur fue como un tiro de gracia. Los barcos se fueron.
Cuando habla del tema, Arroyo levanta el tono de voz. “El decreto tuvo un impacto tremendo. Además influyó la importación de productos de afuera, como el atún, que no es atún de calidad…, ¡es paté de gato! Presidencia tiene que derogar ese decreto, prohibir la importación de ese atún y darle prioridad absoluta a la industria nacional y la industria pesquera”, reclama.
El despacho del intendente está en la planta baja, da a la calle y siempre tiene la persiana subida. Suele pararse a mirar mientras silba. “Acá no hay nada que ocultar”, asegura. Sentado a la mesa de reuniones, Arroyo observa desde lejos lo que pasa afuera y admite que “la ciudad está mal”, pero pronostica que en dos años estará mejor. Justifica su proyección en las obras de infraestructura que tiene pautadas para los próximos tiempos.
Mientras tanto, los marplatenses golpeados por la economía intentan subsistir. Luciana Luna atiende en un local de ropa de la calle Juan B. Justo, nodo del consumo de segunda selección. Ella casi pierde el trabajo hace poco, si no fuera por los dueños del local que decidieron reconvertir su y dejar de vender primeras marcas para ofrecer prendas más económicas. “Ahora funciona un poco mejor, pero no sé cómo va a seguir”, dice Luna.
Es un nuevo día en la ciudad y esta vez no hay un grupo de vecinos llenando de barro la municipalidad, sino que unas 300 personas de organizaciones sociales con ollas populares protestan frente al edificio con reclamos nacionales, como el pedido de sanción de una ley de emergencia alimentaria, y locales, como el arreglo de las calles. Piden hablar con el intendente, pero no se lo ve. Esta vez bajó la persiana.