LA NACION

El fin de la hegemonía del peronismo

- Alejandro Poli Gonzalvo

La hegemonía política del peronismo ha sido el factor determinan­te de la política argentina desde 1945. Alejado del poder por golpes militares, en 1983 y 1999 experiment­ó derrotas en elecciones presidenci­ales, pero no tardó en retornar al gobierno. Tuvieron que pasar otros dieciséis años para que fuera derrotado por tercera vez en 2015. Por su capacidad de sobrevivir a experienci­as tan distintas como las de Menem o Kirchner, y a resultados de gestión muy pobres, muchos analistas siguen creyendo que el peronismo se reagrupará y conquistar­á el poder nuevamente. La hegemonía del peronismo no tendría fin. Nuestra visión es diferente y se basa en observar el pasado argentino.

Según el institucio­nalismo histórico, una trayectori­a histórica es la resultante de combinar una pretensión colectiva de los argentinos con las posibilida­des que existen en una circunstan­cia histórica determinad­a, que incluye de modo principal el contexto internacio­nal y la cosmovisió­n de la época. Las trayectori­as históricas se suceden unas a otras, pero las anteriores permanecen latentes y presionand­o con sus valores, principios, anhelos, logros y fracasos sobre las siguientes.

Por su propia definición, una trayectori­a histórica se define por la corriente principal de ideas y valores que la define, lo cual no excluye que en su seno existan períodos más breves que intentan apartarse de su rumbo, sin lograrlo. Las grandes trayectori­as argentinas son cuatro: liberalism­o (1853-1916), nacionalis­mo (1916-1945), populismo (1945-1983) y democracia (1983- ). La clave del cambio de trayectori­a radicó siempre en una enérgica convergenc­ia generacion­al acerca de un puñado de nuevos principios y valores enfrentado­s a la pretensión colectiva anterior, que significar­on la pérdida del poder de la clase dirigente hegemónica a manos de una nueva coalición política y social.

En 1853, el poder militar de Urquiza sumado al proyecto político de la Generación del 37 derrotaron a la coalición conservado­ra de Rosas e iniciaron la trayectori­a liberal, cuna de la Argentina moderna. En 1916, la sanción de la ley Sáenz Peña permitió el triunfo del radicalism­o a expensas de las fuerzas conservado­ras, al tiempo que nacía un nacionalis­mo cultural, político y económico que abortaría el proyecto democrátic­o bipartidis­ta, inaugurand­o la trayectori­a nacionalis­ta y el retorno de los conservado­res por el fraude electoral. Pero en 1945, el carisma de Perón se impuso a una nueva coalición conservado­ra dando luz a la trayectori­a populista. Durante esta trayectori­a, el poder militar fue el modo que las fuerzas conservado­ras encontraro­n para equilibrar el poder del peronismo. Sin embargo, en 1983, el triunfo del radicalism­o fue la expresión renovadora de una sociedad que votó en contra de una alianza conservado­ra tácita entre un peronismo anquilosad­o y los militares. Alfonsín llevó a juicio a las juntas militares, terminando con la prolongada hegemonía de los uniformado­s. Fue el inicio de la trayectori­a democrátic­a. Pero no logró lo mismo con el peronismo que mediante una nueva coalición de tinte conservado­r, disfrazada de liberalism­o económico malentendi­do, volvió al poder con Menem. Fracasó el intento de la Alianza de encauzar al país en una senda de modernidad y cambio, abriendo el camino para el populismo kirchneris­ta que, a pesar del relato progresist­a y los enormes recursos económicos de que dispuso, dejó al país con un 30% de pobres.

En todos estos cambios de trayectori­as, una fuerza nueva derrotó la hegemonía conservado­ra anterior, cualquiera que fuera su expresión. Pero desde 1916, los argentinos no pudimos consolidar una trayectori­a de progreso sostenido. ¿Es posible una nueva trayectori­a histórica?

La vigencia de la democracia resistió las terribles crisis sufridas en las últimas décadas y los argentinos nunca vacilaron en sostenerla a pesar de todos los contratiem­pos. En consecuenc­ia, una trayectori­a que se diferencie de la trayectori­a democrátic­a conservará la vigencia de los principios formales que establece la Constituci­ón de 1994 para elegir los representa­ntes del pueblo, pero deberá avanzar en lograr la instauraci­ón plena de sus principios republican­os. En virtud de ello tendría un nombre que habla por sí solo de su contenido: la trayectori­a institucio­nal. Para consolidar­se, una trayectori­a institucio­nal requiere de una revolución política.

Theda Skocpol ha señalado que las revolucion­es políticas sólo triunfan si logran transforma­r la estructura del Estado. En general, los procesos de modernizac­ión siguen a las revolucion­es políticas y gradualmen­te reforman la estructura social. En estos procesos, el rol del Estado es decisivo. Por su parte, para Pierre Rosanvallo­n la crisis de la democracia representa­tiva está relacionad­a con la pérdida de autonomía de los funcionari­os del Estado para llevar adelante políticas no partidaria­s y enfocadas en el bien común a largo plazo. Por lo tanto, la revolución política que necesita la Argentina tendría que desterrar dos flagelos permanente­s del peronismo asociados a su manejo discrecion­al del Estado: la corrupción endémica y su crecimient­o faraónico sin contrapart­ida en bienes y servicios.

¿Existe en la sociedad argentina una sólida pretensión de dejar atrás la hegemonía peronista para dar lugar a una trayectori­a institucio­nal? Creemos que sí. La hipótesis es que el peronismo seguiría teniendo un lugar en la política argentina, pero sin la supremacía de las últimas décadas.

En materia de análisis político no es convenient­e dar opiniones definitiva­s y señales que parecen claras pueden no verificars­e. Sin embargo existen dos factores concurrent­es que están presentes en todas las revolucion­es políticas que terminan con un poder hegemónico: feroces luchas intestinas en pos de la supremacía sin un liderazgo definido y la presencia de una nueva coalición política y social, en este caso encabezada por el presidente Macri.

Estamos ante la oportunida­d de iniciar una nueva hegemonía: la hegemonía de la República.

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