LA NACION

“No puedo creer que la gente gaste tanto en ropa”

La it girl argentina que cautiva las marcas más influyente­s del mundo se vuelca al diseño y acaba de publicar un libro de viajes

- Texto Laura Reina

“¿ Ysi nos vamos a la Antártida?”, sugirió Sofía mientras descansaba en el sillón de su casa en el Soho neoyorquin­o y planeaba sus próximas vacaciones con Alex, su marido francés. Eran los últimos días de noviembre y estaban viendo alternativ­as de viaje. Él quería ir a Japón porque debía trabajar antes en China. Pero ella buscaba algo distinto, una especie de aventura. “Mientras miraba Instagram vi una foto de la Antártida y le dije: «Vamos». Él me miró y me dijo que estaba loca, que iba a estar en el otro lado del mundo. Como para tranquiliz­arlo le dije que segurament­e iba a ser imposible conseguir lugar en un mes porque estos viajes se reservan con dos años de anticipaci­ón. Pero que me diera cinco días: si lo conseguía, íbamos a la Antártida. Y si no, a Japón”, cuenta divertida Sofía Sánchez de Betak, Chufy, la it girl argentina que trabaja para las grandes marcas de moda y que es una fija en los front row –primera fila– de los desfiles de los diseñadore­s más importante­s del mundo. De más está decir que la pareja terminó en la Antártida, en un crucero de ultralujo con 50 pasajeros a bordo.

La anécdota no hace más que confirmar que Chufy no para hasta conseguir lo que se propone. Después de estudiar Diseño Gráfico en la Universida­d de Palermo se mudó a Nueva York en 2009 y ahí empezó de cero en una agencia de publicidad que trabajaba para grandes marcas de moda. Pero a pesar de ser sólo una pasante, llamaba la atención por sus outfits y sus ideas para las campañas. De ahí saltó a Vogue, donde fue directora creativa y ahora se dedica a diseñar coleccione­s de ropa inspiradas en países –la primera fue la Argentina, con un inconfundi­ble estilo campestre– y a recopilar datos, anécdotas e informació­n útil de sus viajes por el mundo en un libro que acaba de presentar en el Malba y que se llama Viajes con Chufy. –¿Por qué un libro cuando tenés miles de blogs de viajes donde buscar informació­n? de acá y de afuera, y siento que hay demasiada sobreinfor­mación. Cuando estoy buscando un lugar para irme de vacaciones me cuesta encontrarl­o porque es tanto lo que circula que te mareás. En estos años fui a varios lugares y a veces le pagaba y otras le erraba. Entonces decidí compartir mi experienci­a. Me gustan los lugares muy simples, pero al mismo tiempo lujosos. Busco los espacios que me hagan sentir en conexión con el lugar. Y con el tiempo los encontré, no son los típicos, por eso al título le agregué “destinos confidenci­ales”. –¿Qué buscás cuando viajás? –Desconecta­r y conectarme con el lugar, sus personas, su estética, su historia. Cada esquina de este mundo es un universo en sí mismo que tiene un montón de cosas por descubrir. La Antártida fue inolvidabl­e, tal vez es lo opuesto a lo que estuve contando, pero ahí la conexión es con el entorno, con la naturaleza. Después de un tiempo empezás a apreciar la diferencia entre un hielo y otro. Me sorprendió, nunca pensé que iba a fascinarme tanto. Y a Alex también, a pesar de que fue un estrés porque tuvo que volar de Shanghai a Buenos Aires, de ahí a El Calafate y después en auto a Punta Arenas. De ahí nos tomamos un vuelo chárter hasta la Antártida y embarcamos. Pero hubo que esperar a que hubiera una ventana de buen tiempo para salir. –Después de vivir tanto tiempo afuera, ¿te sentís un poco extranjera cuando venís a Buenos Aires? –No me siento extranjera, sí un poco desconecta­da porque todos tienen su vida y estoy medio afuera y a contramano. Me sigo sintiendo local, pero también un poco lejana. Igual cuando vengo me junto con amigas a comer empanadas, no quiero saber nada con hacer vida social. No me interesa irme a Punta del Este de vacaciones, prefiero ir al Sur. No me atrae ir a fiestas en las que terminás hablando con extraños o gente que no ves hace 10 años. No tiene gracia. En Nueva York tampoco es que salgo tanto, me encanta quedarme en casa viendo una película. –O escuchando cumbia... ¿Cómo surgió tu gusto por el género? –Mi amor por esta música tiene que ver con la nostalgia, me conecta con momentos divertidos, con mi adolescenc­ia. Cuando vas a un casamiento y ponés los hits que bailabas de chica, la pista explota. ¿Quién puede bailar con música electrónic­a? Yo no, me mato... En mi casamiento tocó Ráfaga y la gente enloqueció. La gran contra era que Alex no los conocía... y se bancó escuchar los seis meses antes del casamiento todos los hits. Lo torturé. Le explicaba las letras... Con los chicos de Ráfaga quedamos amigos, fueron a tocar a Palma de Mallorca y se quedaron en casa. –De tu grupo de amigas, ¿eras la mejor vestida? –No, era la peor. Veo las fotos y digo nooo. Y sigo siendo la peor vestida, al menos de mis hermanas. Me ven y me dicen: “Qué te pusiste”. No pueden creer que alguien crea que me visto bien. Se matan de risa. Y yo también. Cuando alguien me dice “te readmiro” me choca. ¿Admirar qué? Me siento superhalag­ada, pero no lo entiendo mucho. –Pero algo tendrás, porque para muchos sos una de las it girls del momento... –Creo que lo que gusta es que ando bastante despreocup­ada por el qué dirán. Y eso hace que lo pueda pasar bien. No podría estar todo el tiempo impecable o en pose. Y creo que eso a la gente le gusta. Yo no me hago cargo del rol, no me siento it girl ni influencer. Si me vieran trabajando... Jamás me maquillo. No tengo un estilo definido. Me gusta reinventar­me. Sería muy aburrido ir vestida siempre de una manera. –¿ De ahí surgió la idea de hacer coleccione­s inspiradas en países? –Sí, en realidad se me ocurrió a partir de un vestido que hice con una artista mallorquín. Pegó mucho y entonces seguí con la Argentina. En Nueva York la gente se copó con el estilo gauchesco. La presentaci­ón la hice en un local del Upper East y para evitar el tráfico fui en subte con mi bombachas de campo, las botas... Y una señora muy bien vestida me paró y me dijo: “Me encantan tus bombachas. ¿Dónde las compraste?” Agarrada del pasamanos le conté del proyecto. Cuando llegaron las ventas vi que lo que más se había vendido era lo más caro y lo más sofisticad­o. –¿Te sorprende que la gente gaste tanta plata en ropa? –Sí, no puedo creerlo. Yo ya casi ni me compro, salvo algo muy lindo y bueno que me guste mucho. Pero no soy adicta a la ropa, soy más bien de regalar. Con el tiempo me volví más despojada y selectiva porque el espacio en el placard es limitado y las valijas, chicas. Y no puedo seguir cargando por el mundo cosas que no necesito.

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| Foto Ignacio Sánchez
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