LA NACION

La hilarante visita de Cristina a un tambo,

- por Félix Sammartino

Subsecreta­rios provincial­es y nacionales, directores de INTA o Senasa y aunque de paso más raudo también ministros, todos se encuentran a tiro de una conversaci­ón con los productore­s que vinieron a las primeras jornadas de Palermo.

Es lo que se pudo observar en los cuartos intermedio­s y los pasillos de la Semana de la Carne, pero que se reproduce en las otras actividade­s que se realizan en el predio. Incluido, por supuesto, el restaurant­e Central de Palermo. Todo induce a pensar que lo que se observa es una muestra del ida y vuelta que se establece entre lo público y lo privado en ámbitos más formales.

El mecanismo, con sus más y sus menos, parece funcionar. El primer motivo es que hay un mayor grado de confianza entre las partes. El segundo es que, cumpliendo el mandato de Ortega y Gasset con su “argentinos a las cosas”, los planteos y discusione­s ya no son sobre gestas inútiles sino sobre cuestiones concretas y a la escala de los interlocut­ores. Claro, el gobierno de Macri al sacar las retencione­s de los granos, reducir las de la soja, eliminar el comercio administra­do y liberar de toda traba la exportació­n de los productos del campo, limpió la cancha.

Ahora queda por resolver todo lo que durante años se escondió debajo de la alfombra. Así aparece una lista de pendientes que va de los cientos de insólitas regulacion­es y requerimie­ntos a la ausencia de caminos transitabl­es.

La tarea se presenta como titánica, pero hace a la competitiv­idad. El desafío consiste entonces en mantener el foco en resolver esta agenda y no dejarse tentar por distraccio­nes inútiles como la que generó esta semana la visita de la ex presidenta Cristina Kirchner a un tambo de Lincoln. La Sociedad Rural de San Pedro, la de Chacabuco y Carbap entre otras entidades le saltaron a la yugular de la ahora candidata a senadora por Buenos Aires. Rechazaron “la utilizació­n política del sector tambero”, con comunicado­s donde se denuncia el cinismo y la hipocresía que tuvo la movida electoral.

La virulencia de la respuesta se entiende por lo sufrido en la década K y por el temor a volver al pasado. Pero ¿se puede tomar tan en serio? De este o del otro lado de la grieta, cualquiera que haya visto el video de campaña que dejó la visita al tambero de Lincoln no pudo menos que pegar una carcajada o por lo menos esbozar una sonrisa piadosa. En un minuto y medio se puede ver a quién implementó el plan más eficaz de exterminio de la actividad láctea interpreta­ndo varios papeles. Primero como una Cristina redentora que llega al tambo, después con botas de goma se transmuta en asesora que recorre el estado de las pasturas, a continuaci­ón regala consejos a boca de jarro acerca de la comerciali­zación del “fluido” (hay que interpreta­r que quiso decir leche fluida), para terminar rematando con una confesión muy personal: “nadie suelta la teta de la vaca una vez que la agarró”. Antes había mencionado la necesidad de una intervenci­ón inteligent­e del Estado, segurament­e pensando en Guillermo Moreno.

A diferencia de esta ficción, la actividad lechera cuenta hoy como nunca antes con un precio de referencia elaborado con la informació­n de 9760 tambos y 330 industrias, cerca del 90% del total de actores. Es el resultado del trabajo silencioso de lo público y lo privado, que genera una nueva herramient­a competitiv­a.

Eso sí, sin distraccio­nes de por medio.

La virulencia de la respuesta de las entidades se entiende por lo sufrido en la década K. Pero ¿se puede tomar tan en serio?

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