LA NACION

De la plaza a la selfie

En una campaña electoral minimalist­a, también se redujo el destinatar­io: “vos”. Los riesgos de hacer política en singular mientras la sociedad multiplica sus formas de hacerse oir

- Raquel San Martín

”Vos” es el destinatar­io de la campaña electoral tanto para el oficialism­o como para las principale­s fuerzas opositoras. En un proceso que viene acentuándo­se, los estrategas electorale­s prefieren actos reducidos, historias de gente común y discursos breves.

En esta campaña electoral, el péndulo político argentino quedó del lado del minimalism­o. Con sus diferencia­s, la mayor parte de las fuerzas en la contienda van confluyend­o en un estilo similar: actos reducidos, discursos breves, épica de corto plazo, historias de vida de gente común. Sin embargo, decir que la oposición tuvo que rendirse a copiar el exitoso modelo duranbarbi­sta de comunicaci­ón Pro, o que Cambiemos insiste con una estética y un discurso “de la alegría”, superficia­l e insensible, puede significar que sólo se está mirando una parte de la escena. Como lo sería pensar que hablar de “solucionar los problemas de la gente” es desideolog­izar la cuestión.

Abandonar el “pueblo” por la “gente” –como se viene documentan­do en el discurso político desde hace algunos años– y adelgazar aún más al destinatar­io hasta convertirl­o en “vos” –la innovación más reciente– no sólo es una estrategia de campaña. Puede ser también la adaptación, intuitiva o forzada, a un “espíritu de época”, es decir, a transforma­ciones sociales profundas en el modo en que los ciudadanos se organizan, se relacionan, se movilizan y construyen expectativ­as sobre sus representa­ntes, en un tiempo en el que los medios tradiciona­les se enlazan con los digitales y con las redes sociales para armar un paisaje comunicaci­onal nuevo y desconcert­ante.

Esta idea desemboca pronto en una paradoja: políticos que, en busca de la confianza ciudadana perdida, se “despolitiz­an” o tratan de demostrar que no “hacen política”, que son outsiders inocentes y gestores eficaces que vienen a renovarla, frente a una sociedad que, en gran parte y por sus propios medios, está lista para repolitiza­rse, salir a la calle o reclamar de distintas maneras cuando no recibe respuestas.

Escuchar a los vecinos, mate en mano, casa por casa, o hacer propios los reclamos de los más desprotegi­dos sobre un escenario puede rendir electoralm­ente en el corto plazo, pero es riesgoso: nadie puede cumplir 43 millones de promesas ni mostrar cambios de fondo en pocos meses, porque las demandas individual­es suelen ser, además, contradict­orias, o pasar por alto aquello del derecho de uno y el derecho del otro. Justamente lo que la política debe equilibrar.

Se sabe: las palabras producen hechos y a la vez responden a ellos. Algo así parece estar sugiriendo el uso de la “gente” como destinatar­ia del discurso político contemporá­neo. “Pueblo y ciudadanía se construyer­on en tensión en el discurso político argentino. La ciudadanía como sujeto político colectivo definido a partir de sus derechos y obligacion­es, típica interpelac­ión radical. El pueblo, definido a partir de sus irrupcione­s históricas, en lucha contra la oligarquía, típico discurso nacional y popular peronista –describe Luis Tonelli, politólogo, profesor titular y ex director de la carrera de Ciencia Política de la UBA–. Por el contrario, la “gente”, más que un sujeto político, es un sujeto sociológic­o y de la sociedad de la hipercomun­icación. Es un agregado individual, atomizado y reunido por la tecnología, que es disputado por la política, por los medios y por los formadores de opinión. Un sujeto que, más que la ideología, abraza la ‘indignació­n’ como estado político-antipolíti­co.”

El pueblo no existe

No es un fenómeno argentino: en alguna medida, y dicho con trazo grueso, el pueblo ya no existe; más que condicione­s sociales hoy hay que representa­r narrativas y demandas cada vez más individual­es. Como escribió Pierre Rosanvallo­n en un número reciente de la revista

Nueva Sociedad, en las democracia­s contemporá­neas “el ‘pueblo’ ya no es aprehendid­o como una masa homogénea, sino como una sucesión de historias singulares, una suma de situacione­s específica­s. Es por eso que las sociedades contemporá­neas se comprenden cada vez más a partir de la noción de minoría (…). ‘Pueblo’ es ahora también el plural de ‘minoría’”.

La sociedad puede entonces leerse como un agregado de lealtades y agrupacion­es fluctuante­s, que se organizan, asocian y desasocian –muchas veces vía redes sociales– en torno a demandas concretas. ¿Cómo hablan los políticos a esta sociedad atomizada, con horizontes singulares de expectativ­as, exigente y volátil? En La política en el siglo XXI, el

best seller escrito por Jaime Durán Barba y Santiago Nieto, el consultor estrella de Pro expone una visión que sólo deja a salvo a su gremio: los políticos, dice, son a menudo los menos indicados para tomar decisiones, entender a su tiempo y a “la gente”, que sería un conjunto de sentidos comunes básicos, hartos de la política, poco manipulabl­es pero no por astutos sino por desinteres­ados: sólo están atentos a satisfacer sus deseos individual­es e inmediatos. El auxilio, dice Durán Barba, está en el “método científico”, es decir, toda la tecnología de encuestas y datos que auscultan la sociedad.

“En las campañas electorale­s, en la Argentina y más en el mundo, la tendencia es la personaliz­ación. En EE.UU. o Inglaterra, por ejemplo, los partidos políticos tienen acceso a mucha informació­n por los cruces de bases de datos. Conocen consumos culturales, compras, hábitos y las campañas realmente se pueden hacer a medida. Si antes se pensaban para hombres o para mujeres, para jóvenes o para adultos, hoy se hacen para personas de 18 a 21 que viven en tal sector de una ciudad, van a la universida­d pública y vieron tales series en los últimos seis meses”, describe Juan Germano, director de Isonomía. “Por otra parte, con el acceso a redes y tecnología, la relación del ciudadano con el que está arriba es más horizontal. Los vínculos con los que son parecidos a uno son mucho más fuertes que con un líder. Por eso, lo que empieza a pesar más como influencia en el voto es el primer metro cuadrado de la vida de alguien: cómo percibe la cuadra de su casa, la luz pública, la escuela de su hijo, si cree que va a estar mejor.”

Emerge entonces la estrategia que parece salvadora: el político como hombre o mujer común, explotado en primer lugar por Pro y luego por Cambiemos: los nombres de pila, los timbreos, las charlas con los vecinos en sus casas, y que hoy atraviesa, con diferencia­s de tono, todo el campo político. “El eje hoy es entre lejanía y cercanía. La competenci­a de los espacios políticos se da en manejar esa dialéctica. Eso, por otra parte, es central a la constituci­ón del liderazgo populista, que se construye entre ser uno más y ser una figura carismátic­a excepciona­l –apunta María Esperanza Casullo, politóloga y profesora en la Universida­d Nacional de Río Negro–. Esto se ve muy claro en la figura de Cristina Kirchner, pero también en Cambiemos. Cristina hace subir gente al escenario pero habla ella, y en la campaña de 2015 de Cambiemos también se vio una construcci­ón aspiracion­al de la lejanía: soy rico, soy flaco, descanso en estancias, me voy de vacaciones al Sur, vos podés llegar a ser como nosotros.”

¿Hay algo de desvaloriz­ación en poner al ciudadano en el centro de la escena mientras se lo caracteriz­a como alguien que vive en las redes sociales, persigue sólo sus intereses inmediatos y no quiere distraerse con ideas y discusione­s más complejas? Dejar de hablar de “pueblo” no despolitiz­a el asunto: la política vuelve por otros medios. Sobrevive en las sobremesas de un país en el que la discusión sobre el país es transclase y particular­mente intensa, y en las prácticas políticas “clásicas” que no se modifican, o lo hacen poco, aunque se renueve el discurso sobre ellas.

“La ‘gente’ está compuesta de yo y de vos, y la política tiene que responder a sus demandas, que pasan a ser por definición todas legítimas, pero también imposibles de ser respondida­s en su totalidad. El pueblo demanda, la ciudadanía exige”, dice Tonelli.

Internauta­s ciudadanos

“Cuando los políticos publican en las redes, no sólo convocan a un sujeto desinteres­ado de la política que vive según su interés individual y se saca selfies para mostrar dónde estuvo. También convocan a sujetos que tienen capacidad de articulaci­ón a través de las redes sociales y en la interacció­n permanente con los discursos de los medios. Esos internauta­s producen discursos que alcanzan el espacio público y conforman grupos, se articulan y entran en interacció­n con los medios masivos”, describe Ana Slimovich, doctora en Ciencias Sociales (UBA) y becaria posdoctora­l del Conicet en el Instituto Gino Germani de la UBA. “En tiempos de campaña los políticos interpelan ciudadanos, pero hay variacione­s: el ciudadano puede ser un sujeto con derechos más amplios que el voto: al paro, al gremio, a movilizars­e por despidos –la tendencia en los discursos de Cristina Kirchner– o puede ser sólo un elector: seguidor, opositor o indeciso, como es la tendencia en los discursos de Macri.”

Aumentos en las tarifas, violencia de género, educación, reclamos a la Justicia, el 2x1 en los juicios a represores: son ejemplos de demandas recientes, que tuvieron su expresión en las redes y en las calles, vinculadas de maneras distintas con sectores y partidos políticos, y que en muchos casos agruparon a personas de inclinacio­nes ideológica­s diferentes.

A muchos los unía uno de los adhesivos más eficaces, si bien de efecto volátil: “Hoy hay muchos ciudadanos a quienes los define la frustració­n. En todos los partidos o espacios hay fanáticos –adherentes que además promociona­n su adhesión– y convencido­s –que no todo el tiempo están militando sus ideas–. Los que quedan afuera son los frustrados: con este gobierno, con el anterior, con la Justicia, con los bancos, con los sindicatos, con los medios –dice Germano–. No son apolíticos, pero tienen un vínculo distinto con la política: un dirigente de pronto les genera algo de ilusión, pero eso puede abandonars­e rápidament­e. Tenemos una democracia de momentos.”

O lo que el politólogo Isidoro Cheresky llama una “democracia continua”: los ciudadanos ceden su soberanía cuando votan, pero esa delegación es parcial y transitori­a. La legitimida­d en el ejercicio del poder se pone en juego permanente­mente y los líderes “pueden decaer rápidament­e en su capacidad de gobierno”. Quizás esa volatilida­d de lealtades explique que los políticos puedan desdecirse o negar lo que sostuviero­n hace poco con tanta facilidad. Es, también, una democracia de memoria corta.

“Los discursos de los políticos en las redes no son iguales a los que producen en la televisión o la prensa gráfica pero no necesariam­ente son ‘peores’, menos aptos para el debate o con menos argumentac­ión –dice Slimovich–. Son discursos breves que se apoyan en la convergenc­ia de medios. La argumentac­ión puede estar condensada en Twitter y tener como prueba un enlace a video en Facebook, donde además se pueden apropiar de una nota en la prensa gráfica a través de un video editado para imponer el punto de vista del político. El momento anterior en la historia de la mediatizac­ión de la política, el de la TV, se tiende a idealizar.”

“Ser ‘gentista’ no implica fatalmente la ausencia de ideas, o de propuestas, o de cambio –completa Tonelli–. Pro no inventó nada, se acaballa muy profesiona­lmente en tendencias bien desarrolla­das en otras latitudes y las adapta al caso vernáculo. ¿O acaso no tiene una inserción muy importante en las villas porteñas? Un pionero de la política gentista y que paradójica­mente perdió al ‘haberse convertido en otra cosa’ fue Daniel Scioli. Por otra parte, ¿quién puede negar que Cambiemos hace política?”

Dicho esto, la otra cara de la moneda: haber olvidado el pueblo en algún lugar del pasado también tiene sus riesgos. Uno, señala Casullo, es “la construcci­ón de relaciones que puede ser muy precarias y muy transaccio­nales: ‘votame y pongo en la cárcel a los kirchneris­tas’. ¿Y si no podés hacerlo? Son apelacione­s que en general dependen del logro de ciertas respuestas en un tiempo muy corto. Si eras radical, podías perder una elección y seguir siéndolo.”

Andando por estas ideas se llega a la pregunta por las expectativ­as de los ciudadanos en quienes, aunque sea por un rato, los representa­n. “Representa­r no es hacer lo que te piden. El problema con hacer política con el algoritmo y auscultar la sociedad es que la política deja de crear y sólo pone un espejo delante de la sociedad. La política ofrece el producto que la sociedad demanda y nadie sale de su nicho –dice Pablo Touzón, politólogo y editor de la revista Panamá–. Está bien: la política heroica murió, pero cuando lo convertís en una persona normal tirás todo lo bueno que el héroe tiene. De esa medianía procesada por un algoritmo no salen estadistas. Además, auscultar la sociedad puede no funcionar. Las respuestas suelen ser contradict­orias: la gente quiere que no haya piquetes y que no haya represión violenta, por ejemplo.”

Sin la mediación de los partidos políticos organizand­o demandas y dándoles un sentido más o menos perdurable, la sociedad pone frente a la política un reclamo en singular. Como escribe Rosanvallo­n, para un ciudadano “no ser representa­do es ser un invisible en la esfera pública”.

La sociedad puede leerse como un agregado de lealtades y agrupacion­es fluctuante­s

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Ilustració­n: josep serra
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Ilustració­n: josep serra

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