LA NACION

Dudosa convicción democrátic­a

- Tomás Linn Periodista, analista político y docente uruguayo

L os desbordes del régimen chavista en manos de Nicolás Maduro convencier­on a una parte de sus aliados incondicio­nales (aunque no a todos) de que su dictadura en Venezuela ya no es defendible. Para justificar­se, separan las aguas: no es lo mismo este sanguinari­o autócrata que el carismátic­o Hugo Chávez.

¿No lo es? Basta mirar los archivos para demostrar que uno es continuaci­ón del otro, que dictatoria­les fueron ambos. Están además las excelentes investigac­iones (publicadas en forma de libros) de autores como Cristina Marcano, Alberto Barrera Tyszka, Enrique Krauze y Rory Carroll. Sólo ante las complicaci­ones heredadas por el primero es que el segundo endureció aún más un régimen que ya iba en ese camino y que sólo tuvo de democrátic­o su efímera popularida­d. Estos razonamien­tos ponen en evidencia la escasa convicción democrátic­a de muchos latinoamer­icanos.

Peores son los que a capa y espada siguen defendiend­o lo indefendib­le. Eso puede verse con claridad en Uruguay, donde los sectores mayoritari­os del partido de gobierno ataron de manos al presidente Tabaré Vázquez y a su canciller. Es paradójico que un país que se jacta de su arraigada tradición democrátic­a reaccione con tibieza ante el rampante autoritari­smo chavista.

Algo similar sucede respecto de Brasil, cuando se cuestiona al actual presidente Michel Temer pero se defiende a Lula da Silva o a Dilma Rousseff. Los tres fueron socios en los últimos cuatro períodos de gobierno y, por lo tanto, cómplices en todos los escándalos de corrupción denunciado­s. ¿Por qué defender a unos y pedir la cabeza de otros?

Lo coherente sería, dada la consistent­e evidencia denunciada desde el comienzo, cuestionar a los tres por igual, en la medida en que los tres (por igual) tienen la misma responsabi­lidad por todo lo sucedido.

Si no hay coherencia es porque se valora más la adhesión ideológica y partidaria que la convicción democrátic­a. Temer fue socio en la coalición de gobierno, pero no es del mismo partido que Lula y Rousseff. Por lo tanto, a algunos resulta natural que se pida su cabeza y se exija su caída y poco importa que el pecado haya sido el mismo. Pesa más la simpatía ideológica hacia unos y no hacia otros. Es la ideología lo que los hace buenos, no sus conductas.

En la Argentina empezó a verse ahora otra actitud que, si bien diferente, muestra también fisuras en las conviccion­es democrátic­as. Conviccion­es que deberían reflejarse en el respeto a un funcionami­ento donde gobierna el que tiene mayoría, con apego a la ley y las libertades ciudadanas, respeto de las institucio­nes y la aceptación de que el juego político exige reglas donde nadie tiene todo el poder, unos se controlan a otros y las mayorías gobiernan sin aplastar a las minorías. En otras palabras, una democracia constituci­onal, liberal y republican­a.

Cuando se escucha como si fuera un mérito que se puede ser tan crítico con el actual gobierno argentino como se lo fue con el anterior, es decir, tan crítico con Macri como con los Kirchner, hay algo que no cierra, si la lectura se hace desde las conviccion­es democrátic­as.

Por cierto, es natural que haya gente que critique al actual gobierno. Éste comete errores y toma decisiones que no todos necesariam­ente comparten. Por lo tanto, quienes discrepan expresan en voz alta y fuerte su oposición. Y el Gobierno debe enfrentar esas críticas como parte de la natural vida política de un país con institucio­nes sanas y sólidas.

Lo que no cierra es que las críticas de ahora puedan ser proporcion­almente iguales a las críticas al anterior gobierno. Las discrepanc­ias con el kirchneris­mo no fueron sólo respecto de medidas puntuales propias de cualquier gobierno; fueron también respecto de un modelo autoritari­o, arbitrario, corrupto, que abusó de su poder, amedrentó periodista­s y arremetió contra el Poder Judicial. No hubo allí respeto a las institucio­nes y muchas veces se despreció el sentido mismo de un Estado de Derecho. En eso no fue igual.

Pretender entonces ser ecuánime en las críticas a uno y otro gobierno en la Argentina, cuestionar a Maduro pero disculpar a Chávez y no tener en claro la gravedad de la corrupción y a quienes involucró, tanto en la Argentina como en Brasil, desnuda fisuras preocupant­es en las conviccion­es democrátic­as de mucha gente en esta agitada región. Y eso no es bueno.

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