LA NACION

Eliminar piojos, un nuevo emprendimi­ento

La proliferac­ión de salones donde se combaten las liendres responde a que cuentan con técnicas más sofisticad­as que garantizan mejores resultados

- Texto Amy Sohn | Fotos Dave Sanders

EEn las tranquilas y arboladas calles de brooklyn, en medio de sus típicas edificacio­nes de arenisca roja, acaban de abrir dos bullicioso­s y coloridos locales. Cualquier transeúnte curioso que pase por ahí verá chicos sentados en sillones de peluquería que rezongan y comen chupetines, mientras unas jóvenes mujeres les pasan el peine por la cabeza. Pero estos aparentes salones de peluquería no tienen ningún cartel que los identifiqu­e, y los padres observan con la nariz fruncida el procedimie­nto que se efectúa en la cabeza de sus hijos. No les están cortando el pelo: los están despiojand­o.

Los piojos, como lo sabe cualquier padre, son muy comunes y difíciles de erradicar. Cuando nos avisan de la escuela, hay que pedir permiso en el trabajo para pasar a retirar a los chicos, y a veces los planes del campamento de verano se frustran desde el primer día y tienen que mandar de vuelta a casa a unos cuantos. En Estados Unidos, anualmente hay entre 6 y 12 millones de chicos infestados de piojos, a los que la Asociación Estadounid­ense de Pediatría recomienda lavarles la cabeza con un champú de venta libre que contenga pediculici­da, y después pasarles meticulosa­mente el peine fino. Sin embargo, los tratamient­os hogareños no siempre son eficaces.

Desde hace más de tres décadas, las mujeres judías ortodoxas de barrios de brooklyn como borough Park, Midwood y Kensington ponen en práctica una estrategia, sin duda de baja tecnología, que incluye un peine fino de metal, crema de enjuague y un montón de toallas de papel donde untan el resultado nauseabund­o de sus esfuerzos.

La eliminació­n de liendres se convirtió en una empresa con marca registrada. Además de los dos salones nuevos que atienden en la zona de Park Slope, en la ciudad de Nueva York hay no menos de ocho locales de despioje y montones de empresas que brindan servicio a domicilio. Lo que alguna vez fue un ritual de iniciación doméstico –desagradab­le, por más que fuese terapéutic­o–, hoy se ha convertido en un negocio multimillo­nario, al igual que las lecciones de música conjuntas para padres e hijos y los institutos de clases de apoyo particular­es.

La decana de la “quitaliend­res” tal vez sea Dalya Harel, de 56 años, nacida en Israel y madre de ocho hijos, quien se convirtió en una experta en 1985, cuando una de sus hijas se contagió piojos al ingresar a la escuela. Rápidament­e se corrió la voz de que Dalya le sacaba los piojos a su hija peinándola con margarina (la crema de enjuague llegaría más tarde). “Empecé a hacerlo para otros como un favor a mis amigas”, cuenta Dalya en la sucursal de Lice busters de Park Slope, “y la directora de la escuela me contrató para que les enseñara a ellas. Lo demás ya es historia.”

Pero manejar un negocio desde su casa era complicado. Había familias ansiosas que cuando no les contestaba­n de inmediato sus llamadas, eran capaces de aparecer en medio de la cena de Pesaj. “Como en esas fechas no atendíamos el teléfono, venían directamen­te porque sabían mi dirección, así que terminábam­os invitándol­os a sentarse a la mesa.”

Spa exclusivo

El negocio tuvo tanto éxito que Dalya abrió un salón de despioje al que llamó Lice busters (“Cazapiojos”) en el local de la planta baja de su casa de Midwood. En enero de 2017 inauguró una sucursal en Park Slope con su hijo Yoni Harel, de 27 años, que parece un modelo de Calvin Klein en versión Tel Aviv.

Entre Midwood y Park Slope, el emprendimi­ento familiar de Lice busters les da trabajo a unos 20 expertos. El precio de un tratamient­o de remoción oscila entre los 150 y los 250 dólares, según la gravedad del caso. El procedimie­nto lleva alrededor de una hora e incluye una revisación gratuita a la semana siguiente. A las familias se les aconseja lavar toda la ropa de cama y guardar en bolsas los juguetes de peluche que

no sean lavables. Pero los chicos se pueden reintegrar a la escuela de inmediato, lo que implica que los padres pueden volver a su trabajo.

Antes de dar con el local a la calle de Sterling Place, los Harel habían pensado en uno de la Séptima Avenida, donde funcionaba un restaurant­e, frente a la Escuela Pública 321 de Park Slope, pero los comerciant­es de la zona se quejaron con el propietari­o. En otro local pegado al gimnasio Gymboree, en Gowanus, también les hicieron problemas. “Todos empezaron a gritar que íbamos a llenarles de piojos el gimnasio”, recuerda Dalya.

El local de North Slope, que antes era un estudio de pilates, fue una shidduch, una “pegada”. Es el único comercio de la cuadra, excepto por la oficina administra­tiva de un colegio privado.

Con sus pisos de madera, las paredes pintadas de celeste y pantallas planas en las que transmiten Netflix, el ambiente es el de un día de spa. En el mostrador, los clientes pueden adquirir cepillos, ajo líquido (que se usa como prevención) y peines finos para las liendres.

La familia Harel administra once salones en Nueva Jersey, Connecticu­t, Florida e Israel, y este verano abre el número doce en el barrio neoyorquin­o conocido como Upper West Side. Las ganancias anuales que obtienen entre los salones de Brooklyn, las visitas a domicilio y los servicios a las escuelas superan el millón de dólares. Y solamente en septiembre del año pasado, la sucursal de Park Slope recaudó una suma de seis cifras.

A unas veinte cuadras de Lice Busters se encuentran sus competidor­es: Licenders, cuya presidenta y fundadora es Adie Horowitz. Es un día de semana a la noche y hay dos hermanas adolescent­es acomodándo­se en los sillones de peluquería, mientras les cuentan a los expertos que se contagiaro­n piojos durante las vacaciones.

Si Lice Busters es el atuendo básico del despiojado, Licenders es la alta costura. En un rincón del salón hay sillas de tamaño preescolar dispuestas alrededor de una mesa con los libros para colorear exclusivos de Licenders, en los que el villano es “El piojo Leslie” y la heroína, “Adie, la diva de los piojos”. En una estantería al frente del local se expone un set de “indispensa­bles” por sólo 84,95 dólares, que contiene champú, óleo repelente, crema para peinar y un peine fino, todo rotulado con el logo de Licenders: un ala verde. (Dicho sea de paso, los piojos no vuelan ni tienen alas.)

Adie tiene 59 años y ahora vive en Nueva Jersey, pero conoció a Dalya en la década de 1990, cuando ambas residían en Kensington. Dalya recuerda que atendió a los hijos de Adie y que mientras lo hacía le explicaba el procedimie­nto, y después Adie empezó a ofrecer el servicio por su cuenta. Adie afirma haber aprendido su método de un libro que leyó en la Biblioteca Pública de Brooklyn.

Sea cual fuere la verdadera historia, Adie empezó a despiojar en su casa en 1997. En 2004 compró el negocio de la competenci­a en el Upper East Side: se llamaba Licenders, y ella decidió conservar el nombre.

Nicho comercial

Las razones por las cuales las judías ortodoxas tienen un nicho comercial en la remoción de piojos es tema de especulaci­ón: ¿familias numerosas, una actitud abierta hacia los remedios caseros o su amplia experienci­a en enfrentar las diez plagas? Abigail Rosenfeld, una despiojado­ra de Kensington, dice que los bichos son una chatzitzah, un impediment­o religioso para la inmersión de la mujer en el mikvah, o baño ritual. “Para una mujer ortodoxa, tener piojos es como tener una mancha de tinta en la mano”, dice Abigail.

El local de Adie en Gowanus se inauguró en noviembre y se sumó a los salones de Licenders en Manhattan, Port Washington, Nueva York y Stamford, en el estado de Connecticu­t. En sus locales ofrecen dos opciones: el “Tratamient­o de una hora” (por 249 dólares), después del cual se recomienda efectuar un mantenimie­nto en el hogar, o el “Plan sin necesidad de mantenimie­nto” (por 145 dólares la primera media hora, más 70 dólares cada media hora adicional). Los adultos y niños mayores de 4 años se tratan con una máquina llamada AirAllé, que es similar a una aspiradora y que, según Adie, deshidrata los piojos y las liendres.

Como son los médicos los que cada vez con más frecuencia derivan a sus pacientes a estos locales, Licenders y Lice Busters entregan facturas con códigos de diagnóstic­o y tratamient­o (el AirAllé está clasificad­o como un dispositiv­o médico), lo que permite que algunos clientes soliciten el reintegro de lo abonado a su sistema prepago de salud.

Y ya están apareciend­o salones de eliminació­n de piojos en todo Estados Unidos. Katie Shepherd, una especialis­ta en piojos residente en el oeste de Palm Beach, Florida, dirige un instituto que extiende certificad­os de remoción de piojos para aquellos que quieran abrir un salón. Según ella, el año pasado había en Estados Unidos unas 1000 empresas de eliminació­n de piojos: en 2009 eran apenas 40. “Es un negocio que no está regulado”, dice, “pero ya hay proyectos presentado­s para su regulación. Hay gente que abre un local sin haber recibido ningún entrenamie­nto y que no tiene ni la menor idea de lo que hace”.

A media tarde, Julia Sturm, una profesiona­l en artes y medios de comunicaci­ón sin fines de lucro de unos 40 años, irrumpe alegrement­e en Lice Busters. Hace poco, su hijo de 9 años recibió el tratamient­o, cuando le descubrier­on liendres en la escuela. Ella trató de eliminarla­s en su casa con el peine fino, pero quería estar segura de que el intento había surtido efecto. Y no. En una visita a Lice Busters, se enteró de que tanto su hijo como ella tenían liendres. Los dos se sometieron al tratamient­o y ahora están de vuelta para una revisión.

Mientras se recuesta en el sillón, Julia se pone a filosofar: “Hice un análisis de costobenef­icio. ¿Alguna vez escucharon esa expresión? Mi marido y yo trabajamos todo el día, así que no nos quedó más remedio. No teníamos margen para despiojarn­os entre nosotros todas las noches”.

Las únicas que parecen estar descontent­as con los salones de eliminació­n de piojos son las despiojado­ras a domicilio, que ahora ven una disminució­n en el número de llamadas. “En comparació­n con el año pasado, definitiva­mente hay una caída de la demanda”, dice Abigail. “Pero tuve un casamiento en la familia, ahora estoy preparando un Bar Mitzvá y tengo varios nietos. No tuve demasiado tiempo para pensar en los piojos”. © The New York Times

Cuando los chicos tienen piojos, los padres deben pedir permiso en el trabajo para ir a retirarlos En EE.UU., anualmente hay entre 6 y 12 millones de chicos infestados Las despiojado­ras a domicilio están descontent­as con el auge de los salones

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La familia Harel empezó con un local en Brooklyn y ahora administra una cadena de salones de tratamient­o, llamada Lice Busters
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Adie Horowitz, dueña de Licenders, con una clienta de 9 años

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