LA NACION

El triunfo de la impunidad

La continuida­d de Julio De Vido como diputado es la expresión más clara del nivel de protección que tiene la corrupción en buena parte de la política

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N i ganaron el kirchneris­mo y sus socios ni perdieron el oficialism­o y sus aliados. La sesión de anteayer de la Cámara de Diputados en la que se resolvió no expulsar a Julio De Vido de ese cuerpo tuvo una única ganadora, la impunidad, y una gran perdedora, la transparen­cia.

A lo largo de nueve horas de intenso debate, ninguno de los tenaces defensores del ex ministro de Planificac­ión del kirchneris­mo rescató sus cualidades morales. Tal vez porque saben que son nulas, prefiriero­n denunciar campañas de persecució­n y de marketing electoral, como si no existieran ni las cinco causas en las que se encuentra procesado, ni las casi 30 en las que está imputado ni las más de 100 que lo denuncian.

Una cosa hay que rescatar de todos esos apoyos recibidos por el ex ministro. Si no fuese por la sesión de anteayer no conoceríam­os ni las caras ni las voces de decenas de diputados que entraron a la Cámara baja escondidos entre los pliegues de las listas sábana que, no casualment­e, el mismo kirchneris­mo se niega a desterrar. Baste con decir que integran la lista de quienes se opusieron anteayer a la expulsión de De Vido los mismos legislador­es que hicieron fracasar la reforma político-electoral que, entre otras cosas, planteaba el fin de las listas colectoras, terminar con el actual sistema arcaico de elecciones, proclive al fraude, y mayores controles en los comicios.

Otro de los puntos para anotar en el delgado haber de la sesión de anteayer es que el propio De Vido haya tenido que enfrentar personalme­nte ante una cámara inusualmen­te colmada las imputacion­es políticas

que se le hacen a partir de su actuación como funcionari­o nacional de tres gestiones gubernamen­tales. También, que haya quedado plasmado el espíritu corporativ­o del kirchneris­mo para defender a colegas impresenta­bles. Anteayer, varios diputados de ese sector repitieron casi como un mantra que no correspond­ía que De Vido fuera expulsado porque no hay condena judicial en su contra. Curiosa interpreta­ción que la misma fracción política desecha en el Senado, donde uno de sus principale­s aliados, Carlos Menem, tiene ya dos condenas por diversos delitos e, incluso, se presenta como candidato para competir por su re-reelección legislativ­a. Ni siquiera se rigen por su misma vara.

El propio De Vido no tuvo nada para defenderse de lo que se le imputa. A cambio, dijo que todo en su paso por la gestión pública lo había hecho junto con los presidente­s que lo designaron, los gobernador­es e intendente­s que lo acompañaro­n y muchos colegas de gabinete y legislador­es que lo acompañaba­n en la sesión. Nada más parecido a una amenaza mafiosa que esa declaració­n. “Si yo hablo, caen todos”, entendiero­n muchos, y así votaron o les fue ordenado votar.

Hay que decir que el mecanismo por el que el oficialism­o llevó la situación de De Vido a la sesión de anteayer pudo no haber sido el más apropiado. También, que numerosos jueces dependient­es del poder político hicieron mucho para que las causas contra De Vido no se movieran en los tribunales durante más de una década. Anteayer el kirchneris­mo sólo ganó tiempo. Salvó la ropa. La condena social ya le fue dada. Anteanoche, en el programa Terapia de noticias, de LN+, María Luján Rey, madre de Lucas Menghini, uno de los 51 muertos de la tragedia ferroviari­a de Once, por la que De Vido será investigad­o por orden del tribunal que dictó las primeras condenas, se lamentó amargament­e del resultado de la sesión de Diputados. “El día que comprendam­os que la corrupción mata, actuaremos distinto”, dijo, antes de advertir que es muy triste que haya gente incapaz de ver las barbaridad­es que se cometen desde el poder sólo porque el drama no la alcanza en lo personal.

Hacemos nuestras las palabras del jefe del interbloqu­e de Cambiemos, Mario Negri, cuando antes de la votación sostuvo: “No importa ganar o perder. Se trata de sembrar valores y protegerlo­s”.

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Sin gestos de arrepentim­iento

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