LA NACION

“La natación es un deporte ingrato y aburrido”

Gustavo Roldán, el entrenador de la delegación argentina en el torneo, expone los esfuerzos personales que implica la disciplina; “en el alto rendimient­o uno no camina por la cornisa: corre”, dice

- Juan I. Irigoyen

BUDAPEST, Hungría.– “Veo a un tipo entrar a una pileta y me doy cuenta de si nadó en su vida o acaba de sacar el carnet. Me paso el día viendo natación”. La frase es de Gustavo Roldán, de 49 años, jefe técnico del equipo argentino en el Mundial de Budapest. De adolescent­e se debatió entre el básquetbol y la natación. Ganó el agua, pero no por la habilidad para bracear: el talento estaba al borde de la piscina, cronómetro en mano.

En 1989 su amigo Walter Rodríguez le ofreció entrenar a niños de 10 a 13 años. “Me levantaba a las 4.30 para pasar el barrefondo y entrenar a las 5.30. Todo muy artesanal”, recuerda. Seis años más tarde lo hizo en juveniles y en 2000 se le cruzaron los anillos olímpicos: preparó a Andrés Bicocca en Sydney. Ausente en Atenas 2004, reapareció en Pekín 2008 para dirigir a Liliana Guiscardo. En 2011 pasó a entrenar a los juveniles del selecciona­do, hasta que en 2013, bajo la impronta del gurú de la natación Bill Sweetenham, se convirtió en el jefe técnico de la Argentina, además de entrenar a media expedición: Martín Naidich, Mónica Ceballos y Virginia Bardach.

–¿Se puede vivir de entrenar?

–Sí, pero no como en otros países. Yo doy cursos, entreno a mi equipo en la Sociedad Alemana de Gimnasia de Villa Ballester y ayudo en la coordinaci­ón de la Municipali­dad de San Martín. No tengo un Mercedes-Benz ni vivo en un country, y eso le gustó a Bill. Cuando vino a mi casa, a comer con mi familia, me dijo “bien, yo arranqué así. Ustedes acá tienen pasión”. Pero él empezó a los 20 años, y nosotros, en Argentina, a los 40.

–¿Aprendió inglés para leer el libro de Sweetenham?

–Es el primero que leí. Me di cuenta de que si ponía “natación” en Google había 200.000 resultados, y si escribía “swimming”, dos millones. Estudiaba mucho. Hay muchos técnicos, muy buenos, que ni siquiera nadaron.

–¿Cuál es la clave para ser un buen entrenador de natación?

–Pasión y empatía con el atleta.

–¿Y el conocimien­to técnico?

–Eso se adquiere, pero a la confianza con la gente se la tiene o no. Con Sweetenham estoy aprendiend­o.

Roldán mira de reojo el teléfono. “Mi mujer. Me pregunta si estoy tranquilo y si ya salí a caminar un poco. Es una santa”, cuenta. Para el jefe técnico de la delegación la vida en un mundial es dura; sin embargo, los que la sufren son sus hijos y su esposa. “Al sacrificio lo hace ella. Yo hago lo que me gusta. Para mí es un esfuerzo; para mi familia, un sacrificio”, reflexiona.

Las prácticas de sus pupilos se estiran hasta a 80 kilómetros por semana, si él se conforma. “Si no me gustó el último pase pido uno más. Él mira con mala cara y mi familia se queda con la entrada de

cine en la mano”, cuenta. Entre viajes y torneos pasa cerca de medio año fuera de casa. Una vida “poco natural”. “A muchos técnicos les falla la salud, o pierden a su familia. Es muy duro. Los entrenador­es están todos locos”, advierte.

–¿Cómo están los nadadores?

–Es un deporte muy solitario. La natación aísla: uno no ve, no habla, no oye. Son muchas horas sin hablar, tanto para el entrenador como para el nadador. Es un deporte ingrato y aburrido.

–¿Puede volverse demasiado intensa la relación entrenador­nadador?

–Es muy estrecha y debe haber mucha confianza. A veces es áspera porque el entrenador está siempre empujando al límite al nadador. Él no da más y uno le pide.

–¿No es peligroso eso?

–Y... sí. Se puede romper. En el alto rendimient­o uno no camina por la cornisa: corre. Está el que llega, ¿pero cuántos cayeron antes?

La natación tiene una dificultad: adaptarse a un medio desconocid­o por el hombre, el agua. Y Roldán agrega que uno de los mayores retos para un nadador es aprender a convivir con la frustració­n. “Uno toma a un chico de escuela, lo lleva a competir y el chico pierde. Cuando gana, lo pasa a federados. Pierde de nuevo. Logra la victoria y va a nadar en el nivel nacional. Otra derrota. Dos años. Gana, y al Sudamerica­no; después, a los Panamerica­nos. Cuando vence ahí, uno lo trae al Mundial. Después de que uno consigue que gane todo eso, acá pierde seguro. Un 1% malo en un mundial se convierte en el 100%. Acá todo es el detalle”, dice.

–¿Ustede debe convencerl­os de que pueden ganar?

–Somos vendedores de sueños. Necesitamo­s empatía para convencer a alguien de que realmente puede hacerlo. Por eso buscan a los entrenador­es para trabajar en empresas, para hacer coaching.

–¿Pensó en dejar?

–Cada vez que vuelvo de un mundial y de los Juegos. Pero me puede la adrenalina. A veces me pregunto cuándo voy a disfrutar.

–¿Y cuál es la repuesta?

–Yo disfruto así. Si pudiera elegir, haría exactament­e lo mismo.

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Facebook Roldán se capacitó con Bill Sweetenham, una eminencia de su deporte; “Los entrenador­es están todos locos”, afirma

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