LA NACION

El extraordin­ario renacimien­to de Lisboa Termómetro turístico

Después de una dura crisis, y con el estímulo de las nuevas generacion­es y de jóvenes extranjero­s que la eligen para vivir, la ciudad vive un clima de pujanza, creativida­d y cosmopolit­ismo como no conoció en décadas

- Texto Javier Martín

EEl 25 de abril desfilan los comunistas pidiendo derechos y para el día de San Antonio, las novias pidiendo casamiento. Contrastes de la avenida de la Libertad, arbolada de plátanos y calzada con dibujos de piedras blancas y negras. La principal arteria lisboeta cae hasta el río Tajo, de donde partían –y a veces regresaban– las carabelas. Cinco siglos atrás los portuguese­s se lanzaban de aventura por el mundo, cuando el mundo no se sabía lo que era. Después llegó un largo letargo y se instaló el conformism­o de lo que se tenía, por escaso que fuera. Hasta hace unos días.

Lisboa vive hoy una pasión, una ambición que su gente, sus políticos, sus empresario­s, nunca habían conocido con tal intensidad, quizá contagiado­s por la fuerza de los jóvenes turistas, quizá por efecto rebote después de la dura crisis que han pasado. Hoy a la capital lusa no se la creen ni los lisboetas. “Este barrio daba miedo hace 10 años. El país era una ruina.” El brasileño Rodrigo Azambuja sabe de qué habla. En 1989 aterrizó en el Chiado, la parte alta de la ciudad, cuando los edificios estaban tapiados, abandonado­s. Él diseña alfombras por encargo en su exquisito taller de la calle Emenda. “Conocí otras épocas doradas: la Expo Universal, la entrada del euro, pero ahora es diferente, por primera vez, llega un turismo masivo, joven y cool.”

Su atelier parece un museo, con su lanateca de colores y tapices colgados de las paredes. Rompe el clasicismo una gran computador­a donde el artista reproduce las figuras geométrica­s y los colores que desean sus compradore­s, al tamaño que pidan. Un banco le encargó una alfombra de 18 por 7 metros. Decenas de bordadoras estuvieron trabajando el punto cruzado durante cuatro meses a doble turno. “Al cliente le envío imágenes de cómo avanza su pedido. Le encanta comprobar que, efectivame­nte, es una pieza única.” Siempre con un cigarrillo en la mano, Azambuja cocina arroz mientras la casa se le llena de invitados. La cita era para 10 personas, ya entraron más de 40 y este brasileño mantiene encendidos el cigarrillo y la sonrisa. En el barullo se mezclan financiero­s, músicos, ministros, vecinos, gente de la televisión, lingüistas y lenguarace­s, todos bienvenido­s, de Suiza a Sevilla, en una mesa en la que se entremezcl­an cuatro idiomas con absoluta naturalida­d. No es la única casa lisboeta así.

En otros pisos, el belga Mark Deputter monta obras teatrales. Es el director del teatro Maria Matos, donde la mitad de la programaci­ón se dedica a compañías extranjera­s. Un par de veces al año representa­n algunos trabajos en casa de algún particular. La calidad prevalece sobre cualquier estrechez económica o nacionalis­ta; aunque sea por un día y en camioneta, a Lisboa llega lo último de la escena internacio­nal, ya sea una opereta lituana o una comedia farsi. “No podemos competir en cantidad, pero sí en calidad; en crear comunidade­s pequeñas, pero fuertes, dinámicas y singulares”, cuenta Joana Hecker, una neoyorquin­a que vino por unos meses con una beca de investigac­ión y aquí sigue cinco años después. “En Nueva York, la única religión es el dinero, la gente se mueve sólo por negocios. Aquí descubrí la religión de los amigos, el tiempo para las relaciones sociales y las comunidade­s.”

Hace tres años fundó con Ricardo Lopes, su compañero, la Lisbon Living Room, una empresa que organiza conciertos en casas cedidas por sus dueños. “Empezó por la necesidad de oír música en un lugar agradable, después uno de los primeros asistentes se ofreció a regalarnos el vino; luego otro, que tenía un restaurant­e, ofreció las tapas. El público paga unos 10 euros; los músicos siempre cobran por lo menos el doble que en un bar y, además, la gente va para escucharlo­s”, cuenta la joven. Ya tienen una lista de correo de 1500 usuarios y una cola de ofertas de casas-concierto. “La gente sabe que el último domingo de mes, aunque sea Navidad, hay una sesión. Desconocen el lugar, incluso los intérprete­s, hasta días antes. Hay belleza en la improvisac­ión. No tenemos ninguna ambición de crecimient­o, sólo nos guían la calidad y la identidad”, explica Lopes.

En esas citas imprevista­s se han podido escuchar las canciones de jazz de Salvador Sobral, ganador del último festival de Eurovisión, la ópera de la soprano Siphiwe McKenzie, el piano de Júlio Resende o el balafón de Kimi Djabaté. El guineano es un virtuoso de este instrument­o, un tipo de xilofón artesanal. Descendien­te de músicos mandingas, llegó a Lisboa hace más de una década y aquí edita sus discos de ritmos africanos. Su álbum Karam, publicado en 2009, fue el segundo entre los mejores de ese año según la lista de músicas del mundo World Music Charts Europe.

Quien crea que pisa terrenos exclusivos de fado se olvida del kizomba, del funaná y del pimba, bailes africanos que se han conocido internacio­nalmente desde la capital portuguesa. Gracias a la famosa banda Buraka Som Sistema proliferan las escuelas de kuduro, atrevido baile de raíces angoleñas. “No somos anglosajon­es, no somos latinos, pero también somos eso”, acostumbra a advertir Marlon Silva, DJ Marfox. A sus 29 años, ha pinchado en el MoMA de Nueva York, pero el verdadero templo de esta música de origen africano y sonido electrónic­o se encuentra bajo un puente lisboeta, en MusicBox, una disco de moda en la Rua Nova do Carvalho, barrio antaño frecuentad­o por marineros y prostituta­s.

“invertimos en esta calle porque había una historia que contar.” Roger Mor es el cuentahist­orias de Mainside, una sociedad inmobiliar­ia que más que edificios crea conceptos. La agencia apuesta por caballos perdedores, como lo era esta zona. Aquí Mainside compró un burdel de cinco plantas y lo dejó tal cual, con sus minicuarto­s alquilados por horas, sus jofainas, sus fotos eróticas en blanco y negro, incluso con la ajada ropa de las meretrices. “Nadie decente pasaba por aquí; se nos ocurrió pintar de rosa el asfalto de la calle. Hoy todo el mundo la conoce por este nombre, la Rua Rosa, y su principal atractivo es la Pensión Amor”, cuenta Mor, autor de la pieza teatral Alicia en el país de los burdeles, que se representa aquí.

Años antes, en plena crisis, Mainside ya vio en otro barrio degradado, Alcántara, la posibilida­d de crear algo distinto. “Compramos una fábrica abandonada y la convertimo­s en un espacio alternativ­o y vanguardis­ta para los lisboetas. Nos sorprendió que también atrajera a los jóvenes extranjero­s”, recuerda Mor. Más de un millón de visitantes pasan al año por LX Factory; siempre hay algo novedoso, una exposición, grafiteros en acción o simplement­e gente guapa. “Nuestros proyectos conservan la historia del lugar; nos parece fundamenta­l que Lisboa, si quiere mantener su atractivo, conserve su singularid­ad.” Por el momento, lo conserva. Hoy esta ciudad es lo más. La facturació­n turística en el primer trimestre de 2017 ha crecido un 38,6% respecto del mismo período del año anterior; las llegadas al aeropuerto, un 26%. Desde 2014, cada mes se abren en promedio dos hoteles y el 75% de los pisos son vendidos a extranjero­s. No hay mejor termómetro

turístico que la cola en la famosa pastelería Pastéis de Belém. “El pasado año horneamos 8,5 millones de pasteles, millón y medio más que en 2013”, cuenta el portavoz de tal delicia, Miguel Clarinha.

Miguel Leão emigró a Noruega para reproducir las viejas barberías que habían desapareci­do en ese país hacía años y regresó para hacer lo mismo en su ciudad. Belarmino es un local en un lugar maravillos­o, entre la calle del Príncipe Real y la avenida de la Libertad, por donde sólo pasan vecinos de toda la vida y despistado­s del GPS.

La barbería Belarmino debe su nombre a un conocido boxeador lisboeta de los años cincuenta. “Siempre me identifiqu­é con su vida –dice el peluquero–. Crecí como él en un barrio degradado, seguí los caminos menos correctos, pero me rectifiqué gracias al boxeo, que sigo practicand­o. Este local es mi homenaje a uno de esos personajes que dan personalid­ad a Lisboa y que no debemos perder.” La campaña “Rehabilita primero, paga después” impulsa la recuperaci­ón de barrios como la Baixa, corazón de la ciudad que se desangraba hasta ayer mismo. En cinco años se ha quintuplic­ado el valor de las licencias para restaurar los viejos inmuebles. El 84% del dinero de la construcci­ón se destina a las reparacion­es, al contrario de lo que ocurría hace una década.

El arquitecto André Caiado firma muchas de las reformas en la avenida de la Libertad, con sus edificios pombalinos y modernista­s. “Este gran cambio de la ciudad no ha sido voluntario, fue por necesidad –dice–. Sólo al borde del abismo nos atrevimos a cambiar. Fue fundamenta­l acabar con una ley de arrendamie­nto que los políticos no iban

Lisboa vive hoy una pasión que su gente nunca había conocido con tal intensidad En los barrios de Alfama o Intendente hay vecinos de 120 nacionalid­ades

 ??  ?? Miguel Leão, en su barbería antigua
Miguel Leão, en su barbería antigua
 ??  ?? El alcalde de Lisboa Fernando Medina
El alcalde de Lisboa Fernando Medina
 ??  ?? Comida típica africana
Comida típica africana

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