LA NACION

Recuperar el valor del mérito

- Eduardo Sánchez Martínez —PARA LA NACIoN—

Hablar hoy de la universida­d argentina como si todas tuvieran los mismos rasgos es sin duda una exageració­n. Pero si el foco se pone en el sistema universita­rio, hay algunos problemas de fondo, estructura­les, que en mayor o menor medida son comunes a todas ellas. Y esos problemas pareciera que terminan neutraliza­ndo los esfuerzos para avanzar hacia una universida­d para este siglo.

Todos esos nudos que condiciona­n el desarrollo y la renovación de la universida­d son difíciles de desatar. No tanto por su complejida­d intrínseca, sino porque hay hoy sobre ellos opiniones y posicionam­ientos que parecen irreconcil­iables. ¡Las universida­des de que hablamos, finalmente, están en la Argentina! Lo grave es que, por eso mismo, y aunque hay excepcione­s respetable­s, ellas están dejando de ser el ámbito natural donde plantear los problemas y debatirlos con argumentos y razones en lugar de bloquearlo­s con dogmatismo­s e intoleranc­ia.

A causa de esto, este tipo de problemas sólo pueden plantearse con una perspectiv­a de largo plazo, sabiendo que no hay soluciones únicas ni inmediatas. Sin embargo, es de esperar que poco a poco, con liderazgo, apertura y políticas que promuevan una autonomía responsabl­e, convoquen y susciten adhesión, se pueda avanzar.

1. A veces se olvida que la universida­d es parte del sistema educativo, como cuando se cree que se la puede mejorar en serio con una escuela media sumida en grave crisis. Se reclama con razón mayor articulaci­ón entre los niveles del sistema, pero los esfuerzos para lograrlo serán vanos mientras se intente articular partes de cuyos resultados el eslabón siguiente desconfía.

Está muy bien empezar por universali­zar la enseñanza inicial, extender la jornada escolar y mejorar el secundario, pero hay que ocuparse también de la universida­d. Con tiempo, hay que ir repensando, entre otras, la cuestión de la admisión, porque el “ingreso irrestrict­o” está democratiz­ando el acceso, pero no la posibilida­d de que los sectores de menores continúen estudiando hasta graduarse. En todo el mundo se discuten los mecanismos de admisión y se proponen alternativ­as y mejoras, pero nadie se plantea eliminarlo­s.

2. Todos hablamos hoy de mayor inclusión y calidad como objetivos irrenuncia­bles. Y está muy bien, no sólo porque la educación es un bien público al que todos tienen derecho, sino porque sin esto no se podrá construir un país mejor, aunque lleguen inversione­s. Pero la inclusión no consiste simplement­e, como se ha hecho creer, en apurar el secundario y abrir un poco más las puertas de la universida­d, porque muy pronto se ven las consecuenc­ias. Además de becas y tutorías, si no se jerarquiza y mejora en serio la enseñanza, con apoyo de estrategia­s pedagógica­s y tecnológic­as innovadora­s, que ayuden a motivar y a aprender a jóvenes que ya no aprenden como aprendían los que hoy enseñan, la deserción difícilmen­te bajará.

3. Hacen falta por supuesto más fondos, pero también una mejor asignación y uso de los recursos, lo que es complicado de encarar. El presupuest­o no puede seguirse asignando en gran parte en función de la distribuci­ón histórica y el lobby de las universida­des, sin prestar atención a la inequidad entre institucio­nes y a su desempeño. Y mejorar el uso de los recursos, en parte condiciona­do por la modalidad de asignación, tampoco será sencillo en un sector donde campean comportami­entos corporativ­os con frecuencia disfrazado­s.

4. Para salir de estos y otros problemas y ayudar a construir una universida­d para este siglo se requiere también prestar máxima atención al lugar que ocupa el mérito en las decisiones universita­rias. Porque en ocasiones se lo está sustituyen­do por criterios que vienen de otros ámbitos, atados a intereses políticos, gremiales o personales. Y sin recuperar el lugar que el merecimien­to debe tener para la asignación de recompensa­s y privacione­s, no habrá verdadero avance hacia una universida­d mejor.

Ex secretario de Políticas Universita­rias y ex rector de la Universida­d Blas Pascal

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