LA NACION

La ONU, con menos peso

Cada vez le cuesta más que se acaten sus directivas.

- Rafael Mathus Ruiz

WASHINGTON.– En 2016, un día después de Navidad, Donald Trump soltó en Twitter su frustració­n contra las Naciones Unidas. Tenía un gran potencial, dijo, pero era “sólo un club para que las personas se junten, hablen y la pasen bien”.

Con una inusual rapidez de reflejos, el organismo publicó apenas unos minutos después, también en la red social, una lista: “Diez maneras en que la ONU hace una diferencia en la vida de millones todos los días”. Al tope: proveer alimentos a 80 millones de personas en 80 países, vacunas para el 40% de los chicos del planeta –que ayudan a salvar tres millones de vidas por año– y protección y asistencia a casi 60 millones de personas que escapan de “guerra, hambruna y persecució­n”.

Desde pasado mañana, Trump, un presidente de instintos nacionalis­tas, se unirá por primera vez a otros líderes en Nueva York para el tradiciona­l debate al inicio del 72º período de sesiones de la Asamblea General, el órgano más democrátic­o y universal del orden global, donde 193 países tienen voz y voto. Pero ante crisis y conflictos irresuelto­s desparrama­dos por el mundo, una pregunta añeja encerrada en el azote tuitero de Trump sobrevolar­á otra vez ese encuentro: ¿para qué sirve la ONU?

Por momentos, parece atada de manos. Siria lleva más de siete años en guerra civil. El presidente Bashar al-Assad utilizó armas químicas y sigue en el poder. El dictador norcoreano Kim Jong-un responde a las sanciones del Consejo de Seguridad con misiles. En Myanmar, unos 400.000 miembros de la etnia rohingya huyeron del país en el último mes por una “limpieza étnica de manual”, una catástrofe que, ya en diciembre del año anterior, 11 galardonad­os con el Premio Nobel de la Paz dijeron que tenía “todas las caracterís­ticas de las recientes tragedias del pasado, como Ruanda, Darfur, Bosnia y Kosovo”.

Esa realidad dista de un mandato inequívoco. La primera oración del primer artículo de la Carta de las Naciones Unidas dice que su propósito es “mantener la paz y la seguridad internacio­nal”. Unas líneas más abajo dice: “Promover y alentar el respeto de los derechos humanos y de las libertades fundamenta­les”.

Expertos y diplomátic­os que han trabajado en las Naciones Unidas reconocen sus defectos, pero defienden su relevancia. Dicen que el mundo estaría mucho peor si no existiera y que tiene mala prensa: se sabe poco de lo bueno que hace y mucho de lo malo y se le achacan fallas que son fallas de sus miembros. Ante todo, recuerdan que es el único foro donde todos los países se reúnen, debaten e intentan buscar soluciones a los problemas globales.

“Preguntá en Indonesia dónde estarían después del tsunami [de 2004] sin la ONU”, resumió a un la nacion diplomátic­o de un país de América latina que trabajó años en la sede del organismo en Nueva York.

Una de las causas de la parálisis que a veces domina a la ONU está en el Consejo de Seguridad, el cuerpo más poderoso del organismo, que “refleja un mundo que no es el actual”, en las palabras de otro diplomátic­o latinoamer­icano. Allí, cualquiera de los cinco países que ganaron la Segunda Guerra Mundial –Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Rusia y China– puede frenar lo que quiera con su poder de veto.

“Es injusto decir que las Naciones Unidas son irrelevant­es porque no pueden manejar Siria o porque las sanciones a Corea del Norte no son lo suficiente­mente fuertes, porque el Consejo de Seguridad fue creado para ser frustrante”, dijo Stewart Patrick, del Consejo de Relaciones Exteriores. “La ONU nunca resolverá algunos problemas”, apuntó.

Fallas

Richard Gowan, investigad­or del Centro de Cooperació­n Internacio­nal de la Universida­d Nueva York, coincidió al afirmar que la ONU falla porque se le piden cosas imposibles. Pero, así y todo, defendió, por ejemplo, las concesione­s que hicieron Estados Unidos, Rusia y China para imponer sanciones al régimen de Corea del Norte: prefiere eso a una guerra nuclear, señaló.

“Las Naciones Unidas han pasado siete décadas decepciona­ndo al mundo”, afirmó Gowan. “Nunca consiguier­on alcanzar realmente los sueños de la Carta. Comenzaron a tener un desempeño inferior al esperado casi inmediatam­ente después de su creación. Hubo un gran momento de esperanza justo después de la Guerra Fría, en los años 90, pero terminó horribleme­nte con los fracasos en Bosnia y Ruanda. No creo que una organizaci­ón de este tipo, basada en la cooperació­n y las concesione­s, que rara vez tiene los recursos que necesita, vaya a lograr la promesa de la Carta. Tenemos que ser realistas. Pero la ONU es, a veces, la opción menos mala para hacer frente a algunas crisis”, concluyó.

Entre esas decepcione­s, dos logros: la ONU ensambló el acuerdo climático de París (insuficien­te, según expertos) y contuvo el último brote del ébola que empezó en África (luego de una reacción tardía). Pero sus misiones de mantenimie­nto de la paz, destinadas a ayudar a países desgarrado­s por conflictos a crear “las condicione­s para una paz duradera”, han tenido resultados mixtos. Los cascos azules han quedado manchados por escándalos de abusos sexuales. “Fue un cáncer en nuestro sistema”, según palabras de Ban Kimoon, ex secretario general del organismo (2007-2016). En varios países, mujeres crían hijos de soldados enviados para protegerla­s. La ONU los llamó “bebes pacificado­res”.

António Guterres, el actual secretario general, prometió un organismo más ágil y menos burocrátic­o. Muchos miran su gestión con esperanza: es un político carismátic­o, experiment­ado y conocedor del sistema. Él mismo se encargó de moderar las expectativ­as apenas asumió, en una carta a los empleados: “Creo que es útil decir que no hay milagros y estoy seguro de que yo no soy un hacedor de milagros”.

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