LA NACION

Una mayoría silenciosa mira con pánico la crisis catalana

Según las encuestas, la mitad de los habitantes de la región quieren mantener su pertenenci­a a España, pero carecen de movilizaci­ón y líderes fuertes

- Martín Rodríguez Yebra CORRESPONS­AL EN ESPAñA

BARCELONA.– Es muy fácil confundirs­e. Cientos de miles de personas en las calles al grito de “¡Independen­cia!”. Las banderas esteladas –estandarte del separatism­o– que florecen en los balcones en cada ciudad. El discurso encendido de un gobierno que proclama el derecho natural del pueblo de Cataluña a fundar una república.

La ilusión de unanimidad ha sido el gran triunfo del secesionis­mo en su batalla por celebrar un referéndum de autodeterm­inación el 1º de octubre, contrario a la legalidad española. Pero escondida detrás del dominio nacionalis­ta persiste una mitad invisible de la sociedad catalana que no quiere la ruptura y vive con una mezcla de temor e indignació­n el conflicto dramático en el que se sumerge su tierra.

Lo reflejan hasta las propias encuestas elaboradas por el gobierno separatist­a de Carles Puigdemont. El último sondeo del Centro de Estudios de Opinión de la Generalita­t (CEO) reveló que el 49,4% (y en alza) rechaza la independen­cia, contra un 41,1% que la ansía. Son números consistent­es con el resultado de las elecciones regionales de 2015, en las que las opciones secesionis­tas ganaron la mayoría de bancas, pero con un caudal de votos inferior al 50%.

El gran dilema de esa aparente mayoría social es su casi nula movilizaci­ón. No hay voces que la represente­n. Si ya es difícil salir a la calle para defender el statu quo, mucho más lo es cuando se trata de un grupo con intereses diversos: entre ellos hay quienes se sienten cómodos en esta España, quienes creen que Cataluña necesita un nuevo estatus dentro del Estado, quienes añoran un referéndum para resolver “de una vez” la cuestión e incluso quienes no verían mal la independen­cia pero temen sus consecuenc­ias.

Resultó sintomátic­o el impacto que tuvo esta semana la viralizaci­ón de un mensaje titulado “Los otros catalanes”. Es una proclama antisepara­tista sin autor conocido. “No creemos que la independen­cia sea la solución a todos nuestros problemas. ¿Por qué está todo tan crispado? ¿No tendrían que trabajar todos para sacarnos de esta crisis, dejarse de historias y no confrontar­nos unos contra otros?”

Esos “otros” que en el texto se definen como “tranquilos, tolerantes, trabajador­es, pacíficos y discretos” y enemigos de “la corrupción, la violencia, el abuso de poder, la manipulaci­ón y la mentira” no conforman entidad alguna. El manifiesto se originó en una carta de lectores escrita hace dos años, que se fue modificand­o a medida que se la compartía. Un jubilado de 73 años, Enrique Llaudet, hizo un resumen días atrás, lo mandó a los diarios y al publicarse otra vez logró un boom.

Llaudet se sorprende con el efecto que provocó: “Se está diciendo que en la Diada [la manifestac­ión nacionalis­ta del 11 de septiembre] hubo un millón de personas. Pero en Cataluña somos siete millones y medio. Hay muchos que no estamos allí. Estoy muy preocupado. Esto está subiendo de tono. Espero que acabe pacíficame­nte”.

La dirigencia política no separatist­a asume la orfandad en que se dejó a una parte de la sociedad catalana. Los partidos constituci­onalistas se hundieron aquí, mientras el gobierno del presidente Mariano Rajoy esperaba que el “soufflé independen­tista” bajara solo.

“Dejamos sin respuesta los errores y las falsedades del relato secesionis­ta, y es un reproche que dirijo a todos los gobiernos”, sostiene Josep Borrel, ex ministro socialista.

El constituci­onalista Francesc de Carreras, que acaba de firmar un libro con él y otros autores de distintas ideologías que instan al diálogo como forma de superar la crisis (Escucha, Cataluña. Escucha, España), añade: “Se ha callado mucho, hasta crearse una espiral de silencio”.

En las calles de Cataluña la tensión es palpable. Existe la conciencia de un momento decisivo. Los independen­tistas sueñan con el referéndum y la fundación posterior de la nueva república. Son clara mayoría en los pueblos del interior y en ciudades medianas. La prueba es que 712 de los 940 alcaldes catalanes dan apoyo a la consulta ilegalizad­a aun cuando la justicia les advirtió de que estaban cometiendo delitos graves (ver aparte).

A pesar de las imágenes de sus calles desbordada­s de manifestan­tes, en Barcelona y su extrarradi­o, donde vive la mitad de la población, son bastantes más quienes se oponen a la desconexió­n.

“La gran mentira que quisieron imponer es que hay un solo pueblo catalán”, señala Josep Bou, presidente de la asociación Empresario­s de Cataluña. “Nos venden una España negra, goyesca, de la que hay que huir. La única mayoría clara es en favor de que el sistema mejore, pero así como quieren hacerlo nos llevan a la ruina.”

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