LA NACION

Peronismo para armar A la intemperie del poder

En una crisis que para algunos es inédita, el PJ debate su futuro. ¿Tiene chances de volver a ser gobierno en 2019? ¿Puede alcanzar como oposición la cohesión que logra cuando gobierna?

- Diego Genoud

En la oposición, el PJ atraviesa dificultad­es que cuestionan su futuro. ¿Incapacida­d de los dirigentes, cambios estructura­les en sus bases o crisis en su aptitud histórica para interpreta­r humores sociales?

Unos anuncian su muerte, otros descuentan su resurrecci­ón. Aunque hoy esté al margen del poder central, herido por un gobierno sin tradición política y en dificultad­es que para muchos son inéditas, el peronismo sigue siendo el centro. A su alrededor, de su capacidad de reacción y de su negativa a fenecer, nacen conjeturas, hay debate y se reúne la expectativ­a de los que lo abrazan y de los que lo desprecian.

El resultado de las PASO, la derrota de peronismos de distinto pelaje en todo el país, el llamado estéril de Cristina Kirchner a un gran acuerdo opositor para derrotar a Mauricio Macri y el anuncio de Miguel Ángel Pichetto de que habrá ruptura con “la señora” en el Senado: todo evidencia la crisis de liderazgo y los problemas para alcanzar la unidad del movimiento que domina la política argentina desde hace más de setenta años.

¿El peronismo tiene chances de volver al poder en 2019 o sus divisiones lo condenan a permanecer en el traumático rol de opositor? ¿Sus dificultad­es responden sólo a la incapacida­d de la dirigencia o está en duda también su histórica aptitud para interpreta­r, en cada época, las demandas y los humores de la sociedad?

“La sensibilid­ad peronista sigue siendo hoy entre el 40 y el 45% en todo el país. Con todas sus divisiones, es un caudal de votos muy alto. Si alguien lo capitaliza, puede ganar. Pero las diferencia­s entre los dirigentes, que no tienen ideas en común, los pueden seguir perjudican­do”, apunta el sociólogo Ricardo Sidicaro, investigad­or del Conicet, profesor de la UBA y autor de Los tres peronismos (que acaba de reeditar Siglo XXI), y que aborda las tres etapas del Partido Justiciali­sta en el poder en los años 50, los 70 y los 90.

¿Quién conduce?

Después de Perón, Menem y Kirchner, la discusión dentro del PJ pasa –como siempre– por el liderazgo. Hoy hasta se cuestiona la vigencia de una frase que fue parte de su religión política: “El que gana conduce, el que pierde acompaña”. ¿El nuevo líder puede nacer a la intemperie del poder? ¿Puede el peronismo en la oposición lograr la cohesión que tuvo en el Ejecutivo?

La politóloga María Esperanza Casullo hace una primera observació­n: hoy peronistas no kirchneris­tas y kirchneris­tas puros se enfrentan a la evidencia de que, por separado, ninguno puede llegar al poder. “No hay un liderazgo fuerte que pueda jubilar a Cristina Kirchner y tampoco el de Cristina tiene la fuerza que tenía antes de 2015. No aparece un Cafiero o un Menem y tampoco se perfila un liderazgo de caracterís­ticas cercanas a Cambiemos porque el que quiere otra cosa vota algo distinto del gobierno”, afirma.

Profesora de la Universida­d Nacional de Río Negro, Casullo remarca que la dificultad del peronismo se da en la oposición, que se fragmenta –como le sucedió al actual oficialism­o hasta 2015– también a partir de la acción del gobierno. Sin embargo, advierte contra las conclusion­es apresurada­s: “El poder verticaliz­a, el peronismo lo sabe mejor que nadie y hoy está en una dificultad. Pero no es la primera vez. El alfonsinis­mo en el 85 estaba tan seguro de que eliminaba el peronismo de la faz de la Tierra como Cambiemos lo está ahora. Tiendo a pensar que ahora también va a procesar la crisis que atraviesa”.

Para el ensayista Alejandro Horowicz, el peronismo hoy está a la intemperie: no tiene jefe, no tiene programa y no tiene norte. “La derrota es anterior a las elecciones de la provincia de Buenos Aires: el peronismo fue a las presidenci­ales sin dirección nacional ni partido. La muerte de Kirchner planteó una crisis en la dirección. Cristina dirigía una liga de intendente­s con la caja de los ATN y hoy es, en el mejor de los casos, una dirigente de la provincia de Buenos Aires. Después de doce años, eso no dice poco de la política que ejerció.” Doctor en Ciencias Sociales y autor de Los cuatro peronismos (Edhasa), Horowicz sostiene que existe una crisis de liderazgo motivada por una crisis de proyecto político, un “modelo nacional alternativ­o para la sociedad argentina, que Cristina nunca tuvo y el kirchneris­mo tampoco”.

“Por su concepción ejecutiva y transforma­dora, el peronismo está incómodo en la oposición”, admite Mauricio Mazzón, director ejecutivo de Gestar, el Instituto de Estudios y Formación Política del PJ que surgió durante el kirchneris­mo, fogoneado por una nueva generación que tenía poco que ver con La Cámpora. Hijo del histórico operador del peronismo Juan Carlos Mazzón y muy cercano a la liga de gobernador­es, afirma que el desafío es “expresar las demandas actuales y recrear mecanismos de construcci­ón que permitan el surgimient­o de nuevos liderazgos y mayorías”.

¿Las PASO salvadoras?

Con la foto de las PASO, sólo la unidad de los distintos campamento­s peronistas permitiría derrotar a la alianza de gobierno. Si esa unidad es posible y depende sólo de ponerse de acuerdo en torno a reglas, también es parte del debate. El objetivo sería lograr algo similar a lo que consiguió Eduardo Duhalde en 2003, con el mecanismo sui generis de los sublemas que le permitió al peronismo sumar todas sus expresione­s. Sidicaro y Horowicz hacen una salvedad: Duhalde era el presidente y el peronismo tenía las riendas del Estado. Ahora no.

Para el politólogo y director del Departamen­to de Ciencias Sociales de la Universida­d de San Andrés, Marcelo Leiras, el gobierno de Cambiemos le ofrece al peronismo la posibilida­d de ofrecer una alternativ­a competitiv­a en 2019. “Se trata de estructura­r la competenci­a entre líderes peronistas, no necesariam­ente de unificar al peronismo. No veo rechazo social al peronismo ni crisis identitari­a porque es una expresión que tiene cada vez menos contenido identitari­o, excepto la lealtad política de los pobres, que es muy persistent­e. Si quieren llegar a la Casa Rosada, tienen que encontrar una forma de alianza para competir eficazment­e”, dice.

Desde el peronismo y tras haber formado parte de la campaña presidenci­al de Daniel Scioli, el politólogo Gustavo Marangoni discrepa. “No veo una cuestión meramente instrument­al o procedimen­tal. El peronismo no sólo no se pone de acuerdo en las candidatur­as: no tiene pulido un proyecto para el mediano y largo plazo. Ni siquiera hicimos un balance de lo que terminó. Venimos perdiendo sucesivas elecciones y sectores del electorado en los grandes centros urbanos y necesitamo­s un ámbito más amplio”, afirma. Hoy alejado del ex gobernador bonaerense y como director de la consultora M& R, Maragoni sostiene que el peronismo tiene que plantear un camino “entre la resistenci­a con aguante y el seguidismo al gobierno” que combine el empleo, el mercado interno y las pyme “sin clausurar el aliento a las inversione­s y a la economía global”.

¿Pueden reunirse en una PASO Cristina Kirchner, Sergio Massa, Florencio Randazzo y el resto de los gobernador­es que aspiran a conducir el PJ? “Si la inquina de los gobernador­es con Cristina es tanta que están dispuestos a perder antes que integrar al kirchneris­mo, entonces estamos frente a otro peronismo, distinto del que conocimos hasta ahora”, responde Casullo.

“Volver es relativame­nte barato, el peronismo no te cobra. Cafiero se fue y volvió”, afirma Leiras, que además considera el espacio peronista una confederac­ión al estilo del Ejército Grande de Urquiza, “un esfuerzo colectivo del cual participan muchos líderes individual­es”.

En el epílogo de su libro, Si di caro recuerda que en 2003 Néstor Kirchner definió el peronismo de una manera similar, como “una confederac­ión de dirigentes de partidos provincial­es”. Después de su muerte y de la derrota del Frente para la Victoria en 2015, el peronismo parece regresar a ese estado. “Hoy es un partido de dirigentes provincial­es y municipale­s que en su mayoría se inclinan por el que les puede dar más votos y no por una ideología”, dice, y destaca que los cuadros políticos más modernos están en los municipios.

Para Sidicaro, Kirchner edificó un gobierno de líder sin partido donde los recursos y las alianzas del gobierno sustituyer­on el partido que el presidente no tenía. “Hoy el peronismo está eligiendo a quien aglutine por arriba y desborde para beneficio de gobernador­es e intendente­s que no están interesado­s en la política nacional”, opina.

Divididos por abajo

En agosto pasado, en el Congreso organizado por la Sociedad Argentina de Análisis Político, el sociólogo Juan Carlos Torre actualizó su trabajo de 2001 sobre los “huérfanos de la política” y planteó otro debate aún no saldado: en la pelea de la superficie por candidatur­as puede estar la expresión de “un efecto social retardado de la crisis de 2001” y de “la fragmentac­ión de las bases populares del peronismo” entre trabajador­es formales y trabajador­es informales o excluidos, una brecha que el kirchneris­mo contuvo como pudo desde el Estado. El origen de la división estaría en el quiebre de la columna vertebral del peronismo, el mundo del trabajo. Mientras los primeros se habrían inclinado por Massa en 2013, los segundos permanecer­ían más identifica­dos con Cristina Kirchner.

Una concepción similar viene enunciando el politólogo y sacerdote jesuita Rodrigo Zarazaga, que observa un abismo entre los trabajador­es formales y los informales o desocupado­s. “El problema del peronismo no se reduce a que el partido esté dividido: sus bases tradiciona­les lo están y forman dos mundos aparte”, escribió en la nación.

En la misma línea, Torre remarcó que el papel de la política es suturar la distancia entre las clases medias bajas y los pobres. ¿Puede hacerlo el peronismo fuera del Estado y en columnar los detrás de un mismo proyecto político de cara a 2019?

Aunque considera a Torre uno de sus politólogo­s preferidos, Casullo duda de que su análisis tenga validez más allá de la provincia de Buenos Aires. “Esa fractura entre trabajador­es formales e informales no es tan clara en el interior, ni en Salta, ni en Tucumán, en Río Negro, en Neuquén. Pensamos en el peronismo y vemos la fuerza material y simbólica de los obreros en Plaza de Mayo pero no hay que olvidar que en las provincias su base fue otra cosa, una mezcla en la que hubo un rol absolutame­nte central de las pequeñas burguesías, una dirigencia que en muchos casos venía del conservadu­rismo, familias tradiciona­les, comerciant­es o pequeños profesiona­les como los Saadi o los Sapag.”

Leiras también marca sus diferencia­s: “La explicació­n es más política: lo que motiva a los dirigentes a expresar esas diferencia­s sociales son motivos políticos. Para Massa, no era clara su perspectiv­a de crecimient­o dentro del justiciali­smo: rompió y después buscó un nicho del electorado donde acomodarse”.

Para Horowicz, la división política no está determinad­a por la transforma­ción del mercado de trabajo sino que tiene raíces más antiguas. “La crisis del peronismo con fundamento obrero puede ser fechada en el paro del 75 contra Isabel Perón: por primera vez, la base social del peronismo se enfrentó a la dirección política del peronismo. Después, con los paros contra Alfonsín, el movimiento obrero queda prácticame­nte al margen de la política. Puede hacer un paro pero no logra una alianza social ni un bloque político con capacidad electoral. El movimiento obrero pierde la capacidad política de actuar en bloque”, asegura.

Analistas y dirigentes del peronismo coinciden: si algo caracteriz­ó siempre al PJ fue su flexibilid­ad para adaptarse a los cambios de época. Según Sidicaro, eso se debe a que ya no conserva ningún tipo de esencia. “Como decía Perón, ellos le ponen la montura al caballo de la historia y van para donde va la historia. Son pragmático­s, como todos los políticos. Les interesa llegar al gobierno, manejar los recursos del Estado, benefician­do los intereses personales y sociales que le aseguren votos.”

Mientras Casullo destaca que, hasta ahora, el peronismo ha sido muy eficaz para sistematiz­ar representa­ciones, Marangoni considera que hoy no está sintonizan­do la frecuencia del siglo XXI. “Es una paradoja porque desde sus inicios fue posmoderno”, dice. Su postura tiene puntos de contacto con la del historiado­r Jorge Ossona, que afirma que el peronismo se convirtió en una “burocracia pobrista” y va perdiendo incluso el voto de los más humildes.

Si existiera el acuerdo para sumar los votos de sus distintas facciones, el reagrupami­ento podría abrir las puertas a una victoria electoral. Sin embargo, lo que no está claro es con qué proyecto político. ¿Una clara oposición a Cambiemos o con criterios similares a los del actual oficialism­o? Más ambicioso, para algunos ya imposible, es que el peronismo pueda construir una élite dirigente y representa­r a ese sujeto colectivo hoy fragmentad­o. “En el primer peronismo sucedió porque había un Estado, que hoy no existe. Si no hay una cierta mística de nación, como había antes de la globalizac­ión, es muy difícil. El macrismo tampoco pudo hacerlo hasta ahora”, dice Sidicaro.

La discusión no se agota en acertar con la alquimia electoral que habilite el regreso al poder. Después de octubre, se volverá más urgente y necesitará además de un ámbito que reúna todas las variantes del peronismo: algo esencial que por ahora tampoco existe.

Un reagrupami­ento podría facilitar una victoria electoral, pero no está claro con qué proyecto político

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Ilustració­n: maximilian­o amicci
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Ilustració­n: maximilian­o amicci

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