LA NACION

Un dulce pueblito en la montaña

Como salido de una película neorrealis­ta, Pietrapert­osa es una pequeña villa en los Dolomitas Lucanos donde sólo en apariencia nunca pasa nada

- Alicia Beltrami

En los años 70 el gran fotógrafo francés Henri Cartier-Bresson recorrió la región italiana de la Basilicata y tomó imágenes que hoy integran una hermosa muestra que gira por el mundo. Una de esas fotografía­s es de Pietrapert­osa, un pueblito enclavado en la montaña, con casas de paredes de piedra, altas portezuela­s y calles irregulare­s que serpentean hacia la cima.

En la imagen hay tres obreros que asfaltan una calle, un oficial que controla el trabajo mientras un grupito de niños se agolpa sobre un ventanal enorme y agita el fondo de la escena intentando llamar la atención del fotógrafo. En una zona de sombras, casi impercepti­ble, una mujer sonríe mientras un nene espía la escena. Parece un fotograma de una película del neorrealis­mo italiano en el que los niños son los únicos que se alteran con la presencia del extranjero.

Más de 40 años después, esa foto transmite la misma cadencia de la Pietrapert­osa actual. Es que este pueblito del sur de Italia, a 1100 metros de altura en el cordón de los Dolomitas Lucanos, no se reconoce en el cambio. Lo dicen sus propios habitantes, casi todo se mantiene igual: las casitas pintadas de amarillo con techos de tejas coloradas y balcones con ropa tendida, los comedores con manteles de hilo floreados y aroma a comida, la calle principal en la que desembocan las callejuela­s angostas por las que apenas pasa un auto y, sobre todo, la vista descomunal que convoca a desconecta­r y entregarse al paisaje natural e histórico ajeno al ajetreo de las grandes ciudades.

Pietrapert­osa se encuentra en la cima de una montaña. El recorrido

para llegar –que puede hacerse en auto o en colectivo– es también una expedición al interior del parque regional Gallipoli Cognato donde abundan los bosques de robles y castaños, y arbustos con flores amarillas que colorean el camino. En esa escalada de curvas pronunciad­as también es común ver sobrevolar a aves rapaces que, incluso, como un símbolo de su autoridad toman forma en la figura caprichosa de uno de los picos montañosos al que llaman águila real.

Casi al final del camino empieza a divisarse el pueblo. Tiene forma de anfiteatro reclinado sobre la montaña y recibe al viajero con un espectácul­o único: un sitio que parece vivir en otra era, con un ritmo que sugiere engañosame­nte que ahí nada sucede ni sucederá nunca.

Lo cierto es que en lo más alto de la montaña y con una vista privilegia­da se levanta el castillo de Pietrapert­osa, construido en la Edad Media. Estratégic­amente ubicado para controlar los movimiento­s del enemigo y atacar en caso de peligro, fue una fortaleza para los guerreros sarracenos y también durante mucho tiempo para los normandos.

Con los años y los cambios políticos mutó a residencia señorial, luego fue abandonado, demolido parcialmen­te durante la Primera Guerra Mundial y en la actualidad es un museo vivo cuya dedicada restauraci­ón permite una convivenci­a armoniosa de diferentes huellas civilizato­rias. Tiene un imponente portal de ingreso, la torre de control, lo que fue una celda para prisionero­s y el trono de la reina Costanza d’Altavilla excavado en la roca con una escalera empinada.

El predio al aire libre está acondicion­ado con mesas y sillas para pasar el día. Con la luz del atardecer, las montañas adoptan un color rosado y todo se tiñe de un resplandor encantador, al igual que los Alpes Dolomitas del norte italiano de los que reciben el mismo nombre. De vez en cuando, funciona como escenario de lecturas de poesía, presentaci­ones de libros o shows musicales a la luz de las estrellas.

Barrio Arabata

Al pie del castillo está el casco antiguo de la ciudad o barrio Arabata, al que se accede por unos pocos pasadizos con escaleras. Los árabes levantaron estas singulares viviendas como réplicas de verdaderas fortalezas: rectangula­res y con sólo dos aberturas en las paredes más angostas, una puerta de entrada y otra en el lado opuesto que permitía escapar en caso de peligro. Ellos dejaron su impronta en la cultura del pueblo que, por eso, cada 10 de agosto celebra allí la fiesta de la colectivid­ad con danzas, música, ricos platos y hasta recreación de un harén.

Pegado al casco, se despliega el caserío que alberga alrededor de 1300 habitantes. Todos juntos podrían ocupar un sólo edificio de cualquier ciudad, pero se esparcen cómodos por esas casas pintoresca­s. Cerca de la plaza y sobre la vía Garibaldi, también llamada Calle de los Portales, hay viviendas que fueron antiguas residencia­s señoriales y cuyos portales de entrada e interiores recuerdan el gusto y el estilo de vida de la nobleza. Algunas de esas casonas funcionan hoy como hospedajes turísticos.

También se destacan las parroquias y capillas (¡siete para esa cantidad de habitantes!) con sus particular­es historias, como la Capilla del Purgatorio construida en el siglo XVII en homenaje a un vecino encarcelad­o injustamen­te que había prometido que la edificaría una vez que fuera comprobada su inocencia, o la de la antigua iglesia del convento de San Francisco, que fue fortaleza durante el imperio romano. recorrerla­s es también reconocer los estilos que primaron en el tiempo.

Si hay algo que en Pietrapert­osa no falta son las escaleras. Están por todas partes: en las entradas y el interior de las casas, para unir viviendas, callejuela­s o barrios, incluso como desniveles de una misma calle. Los vecinos las caminan con una naturalida­d admirable, ni los ancianos se amedrentan ante las más empinadas. Cuando en sus recorridos se cruzan con un extranjero lo reconocen al instante y lo saludan con la misma cortesía con la que se disponen a guiarlo a descubrir perlitas locales, como las viviendas que pertenecie­ron a familias que emigraron a la Argentina cuando acechaba la hambruna. Algunas permanecen cerradas desde entonces y sus ex habitantes cobran vida en esos relatos.

Es tanta y tan preciada la amabilidad y tranquilid­ad en el pueblo que existe un sólo policía a la espera de jubilarse y que, por supuesto, saluda amigableme­nte.

Via Ferrata

Desde el pueblo se puede realizar la travesía Via Ferrata, que permite llegar a zonas inaccesibl­es e incluye trepar algunos picos de los Dolomitas, cruzar senderos y hasta un puente de nepal sostenido a 650 metros de altura. otra opción más apacible es la excursión por La ruta de las Siete Piedras, que recupera un antiguo camino rural de dos kilómetros que conecta a ambos pueblos. Es un paseo con postas naturales inspirado en fábulas trasmitida­s de generación en generación. En ambos casos, un buen plan para cerrar el día podría ser reponer fuerzas con unos ricos pimientos fritos acompañado­s de un vino tinto Aglianico del Vulture, una típica y tradiciona­l combinació­n del lugar.

Hay, no obstante, una celebració­n que invita a descubrir lo más tradiciona­l y representa­tivo de Pietrapert­osa. Se trata de la fiesta de Il Mascio, cuya organizaci­ón involucra a todo el pueblo. Comienza la mañana del 13 de junio, día de San Antonio de Padua, cuando un grupo de hombres sube al bosque a cortar el árbol más imponente. Todo parece una gran excusa para vivir una fiesta interminab­le: ni bien lo eligen despliegan copiosas cantidades de comida y bebida sobre un gran mantel en el suelo y celebran un buen rato.

Hay niños, padres y abuelos conmociona­dos por alimentar y compartir la tradición. Después lo talan en una ceremonia colectiva y se trasladan a un predio cercano a seguir de festejo hasta el atardecer entre más comida y bebida, tarantelas y pasodobles.

Eso es apenas un anticipo de lo que ocurrirá el fin de semana siguiente cuando en procesión se transporta el árbol junto a otro arbusto pequeño mediante bueyes. Los unen luego en matrimonio (el arbusto en la punta del roble), asientan la base en un pozo excavado en el cemento y con sogas lo erigen frente a la torre de la iglesia como si quedara plantado. Durante dos días el pueblo toma la calle hasta altas horas de la noche: hay conciertos, danzas, una peregrinac­ión con la imagen de San Antonio y, por supuesto, más opciones para comida y bebida. Una prueba más de la engañosa presunción de que en Pietrapert­osa no sucede ni sucederá nada nunca.

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Foto: gentileza garrammone romero A 50 km de Potenza, en el sur de la “bota”, calles angostas y casas de piedra y teja
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