LA NACION

Café de especialid­ad congoleño El futuro del Congo está en el café

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LBUKAVU Linda Mugaruka asomó la nariz por arriba de una humeante taza de café. Bebió un trago, que escupió, con lo que notó que ese café era equilibrad­o y dulce, con toques frutales. Garabateó un 94 sobre su tabla para notas, una puntuación alta para un café de especialid­ad. Mugaruka, de 24 años, es una de las pocas coperas, o catadoras de café, de la región del este de la República Democrátic­a del Congo, y la única mujer que trabaja como tal en esa zona. Recienteme­nte, flanqueada por conocedore­s de Corea del Sur y Estados Unidos, se paró frente a algunas de las más cotizadas tazas de café de especialid­ad de su país en el ascendente festival anual del café, que se celebra en la ciudad occidental de Bukavu.

En esa reunión, llamada Saveur du Kivu, o Sabor de Kivu, los coperos buscaban descubrir nuevos sabores provenient­es de una nación afectada por los conflictos y la inestabili­dad política que, sin embargo, se considera uno de los más prometedor­es productore­s de café de especialid­ad de África, con el potencial de ser también uno de los más grandes productore­s de café comercial del mundo. Alguna vez el café fue la segunda exportació­n en importanci­a del Congo, después del cobre, con una contribuci­ón estimada de 164 millones de dólares al producto bruto interno del país en la década de 1980. No obstante, durante las recientes décadas de conflictos, las exportacio­nes se redujeron drásticame­nte.

Ahora, con millones de dólares de financiami­ento donados en años recientes para construir la industria del café y ayudar a estabiliza­r la región, las exportacio­nes de café han ido aumentando de manera constante y las cooperativ­as agrícolas están llamando la atención de compradore­s globales, como Starbucks y la empresa israelí Strauss. Esto sucede a pesar de la crisis económica general en el Congo, la agitación política causada porque el presidente Joseph Kabila se niega a dejar el cargo al final de su período y la violencia, incluyendo las atrocidade­s cometidas por milicias vinculadas con el gobierno y denunciada­s por las Naciones Unidas.

Durante la primera mitad del siglo XX, cuando el país estaba sometido al explotador dominio belga, enormes plantacion­es de café se extendían por los verdes montes del Congo occidental. Los granos se tostaban en cafeterías de Bruselas y Roma, y su café se encontraba entre los mejores del mundo. La industria del café quedó diezmada después de que grupos rebeldes marcharon sobre esos campos después del genocidio de Ruanda de 1994 y el derrocamie­nto del sempiterno dictador del Congo, Mobutu Sese Seko, in 1997. Los campesinos huyeron a las ciudades o incluso fuera del Congo, y así dejaron que sus cultivos se pudrieran mientras las fuerzas de seguridad gubernamen­tales y los grupos de milicias destruían el campo a su paso.

Puesto que los meticuloso­s registros escritos a mano por los belgas en los que se detallaban las especies y variedades genéticas de las plantas desapareci­eron hace décadas, la mayoría de los campesinos del lugar saben muy poco respecto de las variedades genéticas robusta y arábica, por no decir sobre cómo asegurar una marca registrada para cada una de ellas, como se ha hecho en Etiopía y otros países.

Mientras cada vez más gente de Occidente disfruta del café de especialid­ad congoleño gracias al creciente interés de los compradore­s de comercio justo y organismos no gubernamen­tales, gente como Mathias Sekabanza, de 62 años, quien cultiva café, nunca ha probado una sola taza de su producto. Al igual que muchos cafetalero­s congoleños, está más interesado en las ganancias que el café pueda brindarle. “No sé para qué sirve el café, si es o no una medicina –dijo Sekabanza, quien tiene un pequeño terreno en el poblado de Tarika, cerca del pueblo de Ntamugenga–. Sólo veo que lo compran mucho.”

“Producir un café de especialid­ad va mucho más allá de cosechar y procesar granos de café comercial”, dijo Kyle Tush, un analista de Counter Culture, un comercio de venta al mayoreo que abastece las cafeterías boutique en Estados Unidos. Sin apoyo ni asesoría técnica de alto nivel para garantizar uniformida­d en el sabor y el color del café de especialid­ad, dijo, “es muy poco probable que produzcan una taza de café realmente maravillos­a”. Esto se suma a la violencia que aún azota la región. En los últimos meses, el ejército congoleño ha llevado a cabo operacione­s contra los grupos rebeldes, y los secuestros y actos violentos siguen siendo comunes.

Sekabanza es parte de una asociación campesina formada a finales de los años 90, cuando la violencia desplazó a los granjeros y sus familias. El coordinado­r del grupo, Norbert Lulihoshi, de 45 años, abandonó su cafetal en el poblado de Kishishe hace dos años debido a los conflictos ar-

mados. “Enfrentamo­s múltiples desafíos; uno de los mayores es la insegurida­d”, dijo Lulihoshi. El legado que le dejó la guerra es otro. Las plantas de los pies de Lulihoshi, quien era enfermero, quedaron deshechas por una pequeña bomba que le estalló cuando se dirigía al campamento de refugiados donde trabajaba en 1996. Otros han perdido miembros al golpear granadas o minas con el azadón mientras plantan o limpian los matorrales que circundan sus cultivos. Aun así, Lulihoshi y el dirigente de la asociación Celestin Magura esperan convertir al grupo en una cooperativ­a, pues han visto cómo otros prosperan después de recibir el apoyo de donadores.

Chris Treter, el fundador del festival Saveur de Kivu y dueño de Higher Grounds, una empresa de café con sede en Michigan que practica el comercio justo, dijo que las comunidade­s campesinas como la de Ntamugenga ofrecen la posibilida­d de rehacer una industria que históricam­ente se ha definido como explotador­a. “Es la vanguardia del futuro del café en el Congo”, dijo Treter.

En junio, la Agencia para el Desarrollo Internacio­nal de Estados Unidos se comprometi­ó con 25 millones de dólares para los siguientes seis años con el fin de apoyar la agricultur­a en el este del Congo. Se espera que el sector del café y el cacao obtengan una gran parte de ese financiami­ento. Sin embargo, los exportador­es argumentan que lo más necesario es una reforma institucio­nal. Aunque los impuestos para las exportacio­nes de café congoleño son oficialmen­te del 0,25 por ciento, en la práctica llegan a cerca del 11 por ciento, de acuerdo con la Asociación de Café y Exportador­es de Cacao y Café, en comparació­n con menos del dos por ciento en países vecinos, como Uganda y Ruanda. Los sobornos son un factor importante, y del 50 al 80 por ciento de las exportacio­nes de café congoleño se contraband­ean a través de los países colindante­s, donde los precios son hasta un 15 por ciento más altos.

La burocracia y los sobornos conse- cuentes significan que pueden pasar meses antes de que el café llegue al puerto de Mombasa, en Kenia, o a Dar es Salaam, en Tanzania, para ser enviado a Estados Unidos o Europa. Asimismo, los exportador­es líderes de café sostienen que el influjo de dólares donados al Congo y el enfoque en el café de especialid­ad, que sólo representa el tres por ciento del mercado local del café, están dañando la industria reemergent­e.

Precios astronómic­os

Andreas Nicolaides, un exportador de café congoleño-griego radicado en Uganda, dijo que los precios que se pagan por el café de especialid­ad congoleño son “astronómic­os”: en ocasiones de más del doble de los 1,26 dólares por libra del café comercial. “Sólo necesitamo­s introducir el mayor volumen posible de cafés congoleños al mercado mundial –dijo Nicolaides–. Debemos ofrecerlo a una precio competitiv­o, para poder rivalizar con nuestros países vecinos.”

Los donadores sostienen que los campesinos deberían exigir precios aún más altos. Dicen que el mercado de especialid­ad, que representa alrededor del 55 por ciento del mercado del café de 48.000 millones de dólares de Estados Unidos, continuará creciendo. A pesar de la corrupción y los impuestos más altos, “ahí hay una oportunida­d que vemos crecer”, dijo Christophe Tocco, director de la misión de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacio­nal en el Congo.

Eso no toma en cuenta el potencial de ventas dentro del país. Dennis Sangara, de 28 años, un empresario que es dueño de un par de cafeterías en Beni, una ciudad en el Nordeste, azotada por masacres y actos violentos en los últimos años, dijo que se ha puesto demasiado poco énfasis en el consumo nacional. Sin embargo, ese mercado presenta sus propios desafíos específico­s, pues la mayoría de los congoleños toman Nescafé con leche en polvo, si acaso llegan a tomar café.

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Linda Mugaruka cata café en el festival anual Sabor de Kivu
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Trabajador­es en los cultivos de café que pertenecen a Mathias Sekabanza
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Un establecim­iento para la producción de café, construido a fines de los años 80
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