LA NACION

El rol del maestro, en crisis

- Luciano Román —PARA LA NACIoN—

Las escuelas tomadas quizá sean la prueba de algo que ya podía intuirse: no quedan maestros. Puede parecer una afirmación provocador­a y temeraria, pero basta con escuchar la terminolog­ía en boga. Se habla menos de maestros y profesores; ahora se alude al “colectivo docente” y a los “trabajador­es de la educación”, como si la maestría o el profesorad­o fueran conceptos obsoletos, propios de un pasado “autoritari­o” que se quiere borrar.

Maestros y profesores son, antes que nada, líderes. Su voz es una voz autorizada y valorada. No buscan el aplauso fácil ni la aprobación cortoplaci­sta. Juegan, muchas veces, el papel antipático de marcar límites, de exigir, de decir lo que “se debe” y no lo que el otro quiere escuchar. El maestro y el profesor tienen autonomía, respaldo y tranquilid­ad para desempeñar ese papel. Gozan de la confianza de padres y directivos. Se atienen a reglas y supervisio­nes, pero no quedan maniatados por una maraña de reglamenta­ciones que recortan su margen de maniobra y su autonomía creativa. Se animan a llamar las cosas por su nombre, porque se saben respetados y respaldado­s. Si ésos son los maestros, no es absurdo preguntarn­os dónde están.

Hoy nos encontramo­s con docentes apichonado­s. Entre ellos hay muy buenos maestros y profesores (muchos más de los que quizá nos imaginemos). Pero tienen miedo. Tienen miedo a los alumnos, a los padres, al ministerio, a los sindicatos, a la dinámica incontrola­ble de las redes sociales, a la corrección política (que parece aconsejarl­es no ir nunca contra la corriente), a los escraches, a las sentadas y al “sumario fácil”. Tantos miedos están a punto de extinguir aquella imprescind­ible profesión: la de maestro o profesor. Maniatados y asustados, son reemplazad­os por el “colectivo de los trabajador­es de la educación”, cuyo liderazgo en las escuelas queda al menos desdibujad­o.

Se ve en las pintoresca­s (si no fueran penosas) tomas de colegios. ¿Dónde están los profesores? ¿Dónde está esa autoridad capaz de poner las cosas en su lugar? ¿Dónde está ese referente que puede explicar, orientar y encauzar a los alumnos con el respaldo de su propia investidur­a?

Muchos padres, impotentes y alarmados, evalúan recurrir a la Justicia frente a las tomas de colegios. ¿Son los jueces los que deben ir a las escuelas a poner autoridad, noción de orden y algún límite?

Los docentes están apabullado­s. Basta escucharlo­s: sufren violencia por parte de alumnos y de padres; conviven con amenazas y agresiones. Y se muestran asediados, además, por “tribunales” que los juzgan desde Facebook o WhatsApp. Las redes contaminan las aulas y paralizan a los maestros: funcionan como teléfonos descompues­tos en los que la consigna del docente puede verse tergiversa­da y sometida a “asam- bleas populares”. Los profesores tienen miedo a poner aplazos o amonestaci­ones. La discrepanc­ia o el debate en las propias comunidade­s educativas son censurados o al menos desalentad­os. Lo reflejan las tomas de estos días: ¿están todos de acuerdo? ¿Dónde se alzan las voces discordant­es?

Con docentes asustados, los roles se invierten. La voz del profesor se ahoga en un griterío cotidiano que ni siquiera cumple las reglas de una asamblea.

La falta de maestros deja la escuela “liberada”. No hay líderes docentes que expliquen a los alumnos que quizá (sólo quizá) la reforma curricular que se propone tenga el objetivo de mejorar su educación y sus oportunida­des, y no esté (como supone la rebeldía estudianti­l) concebida para arruinarle­s la vida. Haría falta que alguien les explicara que las prácticas en ámbitos laborales quizás estén orientadas a facilitar su inserción en el mundo real, y no necesariam­ente a convertirl­os en “mano de obra esclava”.

Es probable que la reforma pueda tener aspectos discutible­s; quizás hagan falta más explicacio­nes y debates. La mirada estudianti­l segurament­e deberá tenerse en cuenta. Nadie suscribe hoy la postura del conservado­r Manuel Fraga cuando impulsaba en la España de los años 70 una reforma educativa que hoy resultaría anacrónica: “¿No consultaro­n a los alumnos?”, le preguntaro­n. “Ciertament­e, no; como tampoco consultamo­s a los conejos cuando redactamos la ley de caza”, dijo con chocante ironía. Entre aquel autoritari­smo rancio y estas escuelas tomadas por alumnos debe haber un lugar de moderación y de equilibrio. Es el lugar que deben garantizar los maestros y los profesores, hoy maniatados y acechados por temores.

Director de Periodismo de la Universida­d Católica de La Plata

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