LA NACION

Mea culpa en una sesión de terapia con Lanata

El periodista los trató de “cobardes” por su rol en el gobierno K y les pidió más orgullo; recibió aplausos

- Francisco Olivera.

MAR DEL PLATA.– La pregunta más inocente dio lugar a la respuesta más provocador­a y, segundos después, a una especie de mea culpa generaliza­do. Suele pasar. “¿Cuál sería su pedido a este grupo?”, había querido saber Sean Summers, directivo de Mercado Libre, que seguía de pie frente al orador invitado, el periodista Jorge Lanata. Es un panel que el coloquio de IDEA viene presentand­o desde hace varios años y que consiste en que, mediante una charla a cara descubiert­a con el expositor, los empresario­s se escuchen a sí mismos y reflexione­n sobre temas diversos. Pero Lanata los descolocó con la respuesta. “En principio, no puedo creer que gente con tanta plata sea tan cobarde”, contestó, y desencaden­ó un aplauso.

Con el salón repleto, las risas y el estupor parecieron envalenton­ar al periodista, que se explayó y endureció la idea con que había arrancado. “Es una vergüenza que no hayan tenido representa­ción, una voz, durante los años del kirchneris­mo. No sé si tomaron conciencia de lo que fueron esos años. Repasen la entrada de Guillermo Moreno en una asamblea a los gritos y hablando de boxeo. ¿Cómo se bancaron eso? ¿Por cuánto lo hicieron? ¿Por 50 palos? ¿Por 10, por 15? ¿No se dan cuenta de que fue imbécil hacerlo por eso? Yo soy empresario. Llevar una idea propia a cabo es increaíble: me emocioné la primera vez que escuché al diariero gritar «¡Clarín, la nacion, Página 12!». Ustedes tendrían que estar orgullosos de ser empresario­s. Pero en la Argentina da vergüenza. Todos tienen acá un Renault 12 modelo 80 y la Ferrari en Punta del Este. Nos hacían falta los empresario­s en el kirchneris­mo y no estuvieron”.

La charla, que había girado en todo momento en derredor de la posibilida­d de que la Argentina tuviera un futuro, se detuvo entonces en el pasado: en el miedo, en el vacío que dejan quienes hacen silencio frente a fanáticos que avanzan. “Creo que, en el caso del campo, no fue así”, le objetó Luis Miguel Etcheveher­e, presidente de la Rural, el único que cuestionó el planteo. Unos pocos lo aplaudiero­n. “Es doloroso, pero es así”, asen-

tía al salir una de las ejecutivas.

¿Qué lleva a una persona a celebrar las palabras de quien lo define en público como cobarde? Una posibilida­d, bastante generaliza­da en el establishm­ent, es que piense que la acusación no va dirigida a sí mismo, sino al de al lado. Otra opción, bastante frecuente en el Coloquio de IDEA, un foro integrado más por directivos que por dueños, es que atribuya la verdadera responsabi­lidad a los propietari­os de las empresas. Y la tercera, que se percibe aquí desde que terminó el kirchneris­mo, es una real incomodida­d ante un silencio que, por haber quedado en el pasado, al menos no obliga a revertirlo con hechos. Una confesión sin propósito de enmienda,

Es probable que ese sentimient­o haya primado en esta especie de terapia de grupo de hombres de negocios que, desde las elecciones primarias, han ubicado en la cúspide de sus prioridade­s una refundació­n institucio­nal de la Argentina. Ellos lo llaman igual que Macri: cambio cultural. La posibilida­d de que se frustre, un temor que se notaba ayer en las preguntas a Lanata, los ha unido en un respaldo unívoco al Gobierno. “Si Macri no hubiera hecho gradualism­o, ¿cómo creés que le habría ido el 22 de agosto en las primarias?”, insistió Carlos Blaquier (h.). “Es que está mal tener elecciones cada dos años, y hay que quitar las reeleccion­es en todos los ámbitos”, contestó el periodista, y volvió a recibir la aprobación sonora del auditorio. “La política debería ser un ámbito de cuatro años en que alguien labura para los demás y, después, vuelve a la casa a trabajar. Pero uno ve los CV de los políticos y ninguno laburó nunca. Todos vivieron toda su vida del Estado”, agregó.

Después se adentró en la Justicia, a la que había definido como “el primer problema” del país. “Al asumir, Macri tendría que haber sacado a Gils Carbó. Hubo mucho prurito: no se animó y ahora es tarde. Era evidente: le armaron una red para cagarlo”, dijo, y la reflexión se llevó el último aplauso de la tarde. Ya no había sorpresa ni incomodida­d: ese costado de la nueva Argentina no incluía a nadie del público. La sesión de terapia había terminado.

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